Sobre El potro valiente, del niño Leonardo Molina

En los libros late lo artesanal, la hechura con las manos y las máquinas domadoras del fuego y los metales, de los tipos y las planchas, la composición de las páginas, el encuadernado, el cosido y engomado, actividades ayer cuidadas y minuciosas que en variables porciones de morosidad condujeron a ese producto –hoy casi instantáneo- que deriva en una extensión física de sueños y deseos.

Disponible en Amazon

 

Ciertamente, la reproducción técnica borra la autenticidad del original y, en el caso de la literatura y el manuscrito (¿de ahí la fascinación de la caligrafía y las tachaduras, de las notas al margen, de las flechas, esquemas, líneas y signos que hablan de una mente febril en ebullición?), la obra de arte por mor de la imprenta entrega a todos por igual lo que antes fue remedo externo del alma. Como decía Platón: «el cálamo es la cadena del intelecto, la caligrafía es el regocijo de los sentidos y el deseo del alma es percibir a través de ella», y también «la caligrafía es una geometría del alma que se manifiesta físicamente».
 
Pero el gesto ya infinitamente repetido se detiene ¡oh milagro! –en este mundo en el que las letras y la imaginación sufren de desmoronamiento-, cuando una fantasía cobra forma y desde las manos de un niño o una niña el libro retorna a sus orígenes, a su magia inaugural.
Eso nos emocionó del libro álbum El potro valiente, de un niño de 12 años que imaginó, escribió y concibió su libro, detalle a detalle, con texturas, relieve y mano alzada, con collages, dibujos, lápiz y colores, para darle forma a una historia que es la suya y la del libro, la de un objeto fascinante, ventana, curso de agua, cielo abierto, horizonte. 
 

 

Publicar un comentario

0 Comentarios