Del Índico al Atlántico
Después
de hacer la Ruta
de la Seda y
permanecer en China 20 años, Marco Polo trae a Occidente una visión asombrosa
de un mundo exótico, el esplendor del imperio de Kublain Khan. “En aquella región
–dice en uno de sus innumerables pasajes- está Taurisio, ciudad famosísima
donde se hacen tratos innumerables. Hay también allí abundancia de gemas y de
toda suerte de piedras preciosas. Se hacen paños de oro y de seda de valor sin
ponderación. La ciudad goza de un emplazamiento inmejorable, por lo que acuden
allí los mayores mercaderes de todas partes, a saber, de la India, de Baldach, de Mosul
y de Cremosar, y también de tierras de los latinos y de regiones infinitas, y
en ella se enriquecen muchos comerciantes. Hay también ciudadanos persas. Los
vecinos de Taurisio adoran a Mahoma. La ciudad está cercada de huertos
hermosísimos, que dan frutos abundantes y excelentes.” Dice Peter Bernstein:
“es posible que se trate de un hiperbólico embellecimiento de la realidad, pero
contiene un atisbo acerca de las pautas sorprendentes del comercio exterior
asiático”. Las ruinas de antiguas ciudades en Jordania, Siria, Irak, Irán,
Afganistán y Pakistán, sencillamente no existirían en esos territorios
desérticos sin los antiquísimos contactos comerciales entre China y el
Poniente. Con la seda, el té y las especias, vino también un tipo de
sensualidad, las imágenes de una magnificiencia que se desborda hasta el
exceso, de una exhuberancia sin límites. El viaje de Marco Polo es una ventana
a un mundo y una realidad ignotos y se sabe que en otro viaje decisivo
Cristóbal Colón recordó su vera narratio,
y en esta confiaba para guiarse en la populosa Cipango.
Los relatos de viajes surtirán la
imaginación de occidente. “La fascinación –dice Miguel Ángel Pérez Priego- por
lo nuevo y lo desconocido que trasmitían aquellos relatos, junto a la propia
experimentación del viajero que siempre dejaba un más allá y un misterio que
desvelar, suponían un permanente acicate para nuevas empresas que culminarían
con los descubrimientos geográficos de fines de la Edad Media”. ¿Qué mueve
a reyes y gobiernos a facilitar los viajes de los exploradores? Pujan el
interés económico, la necesidad de acceder a las especias, el establecimiento
de seguras rutas comerciales, marítimas y terrestres, el interés por el
intercambio, no ya sólo de mercaderías sino también de bienes inmateriales,
ciencias, técnicas, conocimientos.
El
flujo de mercancías, personas, costumbres y lenguas con Oriente significó un
intercambio que se reflejó en las artes, en las ciudades, en los grandes
sistemas de pensamiento y religiosos. Síntesis, summas culturales, religiosas, comerciales, como Alejandría o Las
Maldivas, fueron alcanzadas en filósofos como Averroes, en imperios
multiétnicos como Bizancio, en ciudades como Estambul, antes y para siempre
Constantinopla; se respira hoy en la Alhambra, mitad sombra y mitad jazmín, y en la
palabra Guadalquivir; también, en las vetas persa, sumeria y asiria del Poema de Gilgamesh, que llegó a Homero,
y con su eco y resplandor, al Infierno
de Dante.
Pero de la síntesis y el diálogo
cultural, arribamos al Cisma de 1054, el “cisma griego”, que separó a Occidente
de los Balcanes, Asia y Rusia, y a la IV
Cruzada (1204) que, como dice José
Marín R., fue “el verdadero coup
de grâce a las relaciones entre Oriente y Occidente”.
Europa comienza a afirmarse a sí misma
negando, fundándose en una Grecia sin Oriente, sin Persia, sin la India, sin África. Nace
Europa como imagen mitológica grecorromana, pero como afirma Enrique Dussel la
“diacronía unilineal Grecia-Roma-Europa es un invento ideológico de fines del
siglo XVIII romántico alemán”. La pretendida universalidad europea es
insostenible y jamás alcanzó las dimensiones de la musulmana:
“La
“universalidad” musulmana –dice- es la que llega del Atlántico al Pacífico. La Europa latina es una
cultura periférica y nunca ha sido hasta ese momento “centro” de la historia; ni
siquiera con el imperio romano (que por su ubicación extremadamente occidental nunca fue centro ni siquiera de la historia
del continente euro-afro-asiático)”
Con la caída de Constantinopla en manos
de los Turcos en 1453 (y el cierre del comercio con Asia), la expansión hasta
el Extremo Oriente de Portugal en el siglo XVI y la expansión hispana en
América (que también buscaba una ruta expedita a las especias), se establecerá
la imagen del Occidente que hoy admitimos (“El Atlántico suplanta al
Mediterráneo”, dice Dussel), y se configura a partir de entonces una dimensión
global del mundo. La globalización, pues, no es un fenómeno contemporáneo, en
todo caso tiene una contemporaneidad de 500 años. A este respecto, con las
riquezas del Nuevo Mundo fluyendo a
Europa y de aquí al Asia surge lo que Bersnstein calificó de “virus de la importación”,
un circuito comercial interconectado: “La ciudad de la plata peruana, Potosí, y
la portuaria Lima tenían fama por sus existencias de seda, porcelana, lacas,
piedras preciosas y perlas de China, mientras que los mexicanos utilizaban
algodón de Filipinas, sedas de China y percales de India”.
Por otra parte, el capitalismo que
venía configurándose desde el siglo XII, ya visible en la cotidianidad del Decameron de Boccaccio, con la clase
mercantil emergente y que llegaría a un punto culminante en Florencia, cobraría
una fisonomía muy distinta del otro lado de los Alpes, sobre todo tras el
“cisma de Inglaterra” en 1532. Las ideas de Calvino, que podemos resumir en:
Dios creó el mundo y lo gobierna “de forma constante”, el pecado original
provoca la corrupción absoluta de los individuos y la vida está predeterminada
por Dios y no es un fin en sí misma, irrigarán las ideas de la Ilustración y del
capitalismo y, en general, del pensamiento y la filosofía que dará forma a las
nociones dominantes de democracia, mercado, individuo y libertad. La
esclavitud, por ejemplo, gracias a Locke (1632-1704) será amparada por los
Derechos Humanos; la
Conquista, el exterminio y los regímenes coloniales serán
justificados. “John Locke –afirma Hinkelammert- es el clásico de esta inversión
de los derechos humanos, que en nombre de estos anula precisamente los derechos
humanos de todos aquellos que ejercen resistencia frente a la sociedad burguesa
y su lógica”.
WASP
Dos formas de entender la dominación y
el imperio se enfrentarán, uno católico, el otro protestante. La “mano
invisible” será la causa trascendente de la armonía y ésta, el fruto de la
autonomía del cada quien hace lo que le da la gana (pero la razón era la voz de
Dios, para Locke), de la acción egoísta de los individuos que viven en una
sociedad asocial y en un régimen ademocrático, de virtud cero.
La expansión católica a América será
pues, distinta de la anglosajona. Aunque venido a buscar riquezas y a expandir
el catolicismo, cosa que hizo exterminando y reduciendo, el español lo hizo
portando las Leyes de Indias (y rumiando el castizo “se acata pero no se
cumple”), en las que se expresaba, por ejemplo, la tradición del derecho árabe
que contemplaba la comunidad de pastos, aguas y animales, el municipio y las autonomías,
principios que en Paraguay, en particular, los jesuitas fundieron con las
costumbres indígenas para construir comunidades ejemplares. Sobre la expulsión
en el siglo XVIII de los jesuitas del Paraguay exclama Enrique Dussel: “¡Nunca podrá lamentarse
bastante la importancia que dicha expulsión tuvo para los destinos de América
Latina!” Con todo, las Leyes de Indias se enfrentaron a
los privilegios de conquista y crearon en las tierras americanas señoríos donde
se incubaron caudillos que extendieron a espada y fuego sus dominios desde
donde desafiaron el poder metropolitano. Las ideas de libertad e independencia
abrevaron casi míticamente en empresas horrísonas como las de Lope Aguirre o
José Tomás Boves. “Al correr de los años –dice al respecto Ramón Vicente
Casanova- los oligarcas juntaron a sus propiedades el poder político radicado
en los municipios (la estructura básica de la sociedad colonial). Y ya
todopoderosos insurgieron contra el poder imperial, proclamando la Independencia”.
Pero el de Indias perdió su precario
vigor seguido de la crisis política y económica de España ante el Código de
Napoleón, y desde entonces en las tierras que adoptaron el ordenamiento
civilista se fue perfilando una concepción del mundo permeable a las ideas y a
la visión de mundo anglosajón. Con el individuo (sujeto opuesto al ciudadano
republicano, esto es que participa de la cosa pública) sobrevendrá el
latifundio y las formas más perversas e irracionales de la propiedad privada.
Esto traerá profundas consecuencias en lo que hace a la imagen del mundo que se
irá construyendo y que desemboca en este momento crucial en el que nos
interrogamos sobre el presente y el pasado “tal como éste relumbra –como decía
Walter Benjamín- en un instante de peligro.” Que en 1870 se inicie
prácticamente para toda América Latina un proceso de implantación de la
modernidad, que cultivará los valores y principios anglosajones del
individualismo y la propiedad, del utilitarismo y el positivismo, no puede
escapársenos a la hora de comprender nuestro devenir cultural, político,
económico.
Desde el siglo XVIII el avance del capitalismo trazó
definitivamente el devenir de muchos pueblos. Las Guerras
del Opio y la Guerra
de los Boxers en China provocaron más de cien millones de muertos en un período
de apenas sesenta años (1840-1900). Decía Carlos Marx que Inglaterra “destrozó
todo el entramado de la sociedad hindú, sin haber manifestado hasta ahora el
menor intento de reconstitución. Esta pérdida de su viejo mundo, sin conquistar
otro nuevo, imprime un sello de particular abatimiento a la miseria del hindú y
desvincula al Indostán gobernado por la Gran Bretaña de todas sus viejas tradiciones y de
toda su historia pasada”. Sir Charles Napier (1782-1853), general inglés,
horrorizado por sus propios crímenes y los cometidos por sus superiores y
subordinados, confiesa patéticamente:
«Nuestro objeto al conquistar la India, el objeto de todas
nuestras crueldades, no fue otro que el dinero... Se dice que de la India se han obtenido unos
mil millones de libras esterlinas en los últimos noventa años (1756-1846). Cada
uno de estos chelines se ha extraído de un charco de sangre; se ha limpiado a
conciencia y ha ido a parar a los bolsillos de los asesinos. Sin embargo, por
mucho que se limpie y se seque el dinero, esa “maldita mancha” no saldrá
nunca».
En
América, la Guerra
de la Triple Alianza
(1865-1870) marca un hito de la violencia imperial: en 1864 el embajador inglés
en Buenos Aires, Edward Thornton, envió un informe a Londres sobre el
comportamiento del presidente de Paraguay, Francisco Solano López, explicando
cómo «estaba infringiendo todos los usos de las naciones civilizadas».
Textualmente, los delitos eran los siguientes: «los derechos de importación
sobre casi todos los artículos son del 20 o 25 por 100. Los derechos de
exportación son del 10 al 29 por 100». En 1865, Brasil, Argentina y Uruguay,
financiados por los bancos ingleses, invadieron Paraguay y lo «civilizaron»: exterminaron
a cinco sextas partes de la población. En 1865, Paraguay tenía un millón y
medio de habitantes; en 1870, al final de la guerra, 250.000. Este ensañamiento
es comparable con la destrucción de Irak, y con la invasión, expolio y masacre
continuada contra Haití desde el asesinato de Jean-Jacques Dessalines, en 1806.
Finalmente,
y como una imagen de la síntesis cultural de oriente y occidente en su versión
apocalíptica, summa de tragedias de
la que Auswitch es un epítome, recordemos la diáspora de los kurdos, la
persecución, el exterminio, la lluvia de gas mostaza sobre Halabja, el 16 de
marzo de 1988.
El exotismo: violencia domesticada
Con
el imperio de las Luces nació la
antropología, avanzada racional cuyo fin era estriar el liso, abierto,
indiferenciado y homogéneo territorio de la diferencia, para decirlo con una
imagen deleuziana. Ese territorio se considerará, además, vacío, despoblado de
razón y de modernidad, ayuno de civilización. Lo que explica todas las
políticas y empresas civilizatorias, como aquella de Sarmiento, quien llegó a
preguntarse “¿Lograremos exterminar
los indios?” Ya en 1800 un viajero como Humboldt elaborará una
antropología comparada de las costumbres y prácticas de los pueblos, desde
América hasta el Asia, y sus mapas, estadísticas y minuciosas observaciones,
servirán de sustento para los planes expansionistas y coloniales de los
intereses a los que sirvió. Al respecto dice José Carlos Sendrin:
“Las imágenes del territorio africano están
relacionadas con territorios desconocidos, remotos, salvajes. Esto es así desde
el s. XV en que Vasco de Gama circunnavegó el Cabo de Buena Esperanza. Sin
embargo, las primeras expediciones al continente negro comenzaron en el s.
XVIII y principios del XIX; hasta entonces África para los europeos no era más
que un territorio costero que suministraba esclavos y materias primas. Mungo
Park describió las sabanas humeantes y poblaciones en ruinas en Segu (hoy la
zona que comprende Malí), al tiempo que daba cuenta de grandes reinos que
encontró remontando el Níger. Aquella expedición fue financiada por la
"Sociedad Africana", organización formada por potentados británicos
que buscaban territorios que sirvieran como nuevos mercados de extracción de
materias primas”.
La
terra incognita será pasto de la
ciencia y el conocimiento occidental, de su avidez. Las elites ilustradas
criollas continuarán la ingente tarea de vencer la barbarie, sembrando
costumbres, leyes, incubando según su creencia y modelo la Europa misma. La realidad y
la verdad, todo lo que será dado conocer y hacer, será lo europeo, lo que a
ello aspire o ello sea. Las nociones de orden y progreso provendrán de Europa
(como más tarde de los EEUU). Y lo que no, será tildado de bárbaro (hoy
terrorista) y condenado a desaparecer. Pero la violencia y el exterminio han
estado históricamente acompañados de la construcción pertinaz de imágenes y
representaciones del otro, del bárbaro, del incivilizado, a partir de nociones como el exotismo, que podemos
calificar como «violencia domesticada». Lo exótico es pues, una imagen dulcificada,
fascinante, que atrae al mismo tiempo que distancia. Desde esta distancia es
que un novelista como Gallegos trata la selva o el llano; Sarmiento a Facundo.
Desde una distancia salvaguardada por la civilización, protegida contra las
arremetidas de lo incontrolado, desde donde se observa y domina lo otro, lo
raro, lo peligroso. Como lo afirma José Antonio González Alcantud “El punto de
arranque del exotismo antropológico y estético plenamente delimitado lo
constituiría el «buen salvaje» rousseauniano. Su contrario, el «mal salvaje»,
fue el soporte privilegiado para la colonización, pues así la exigían el
progreso y las luces. Buen o mal salvaje, el exótico, plasmación del otro,
exige la desigualdad cultural y política.”
Lo
exótico, a pesar de la violencia implícita, habita a una distancia manejable,
por lo que aquella dormita al borde de la realidad, sin traspasarla, sin
alterarla. Su realidad no pasa de ser una representación. De ahí la facilidad
con que pasa a la poesía, la novela, la pintura, el cine. Facilidad fruto de la
fascinación, de la atracción o poder de seducción. En consecuencia ciertos
personajes devienen entrañables.
En
un mundo sin dioses (Adolfo Colombres habla certeramente de una “sacralidad
atea”), en el que los sujetos se asen a sí mismos como a la nada en el vacío,
lo exótico (imágen móvil, volátil, antojadiza, cambiante), viene a cumplimentar
las necesidades de mitos y arquetipos, formas cristalizadas del miedo y el
deseo. Por esta línea de afirmaciones, hagamos una tremendista: sin una idea de
lo exótico el capitalismo se estanca.
¿De
qué está hecho lo exótico? De distancia e irrealidad, pero al mismo tiempo de
una cercanía fantástica ante la cual la realidad (diversa, inatrapable,
incontrolable en términos de mercado) empalidece. Nada menos comercial que la
realidad. Un producto que carezca de la marca de lo exótico (y la marca es algo
exótico), no encontrará colocación en el mercado. En efecto, todo producto debe
encarnar una esperanza, un deseo informulado pero lo suficientemente expresivo
para mover, para sacudir. Lo que se vende en un producto es su carga de
exotismo, su distancia. En otras palabras, el capitalismo debe descotidianizar
lo familiar, esto es, hacerlo exótico, de lo contrario pasará desapercibido
–para los impulsos y compulsiones, se entiende, de la oferta y la demanda-.
Pero existen objetos que portan en sí mismos, digamos en su constitución
natural, cierta atmósfera de extrañamiento, son exóticos sin rebuscamiento, lo
cual no los exime de ser imágenes, representaciones, construcciones casi
oníricas, en todo caso, piezas de un sueño colectivo. ¿De dónde si no los
paisajes japoneses de Van Gogh? La pregunta es odiosa; no así, creo, su
respuesta:
En
1854, el comodoro Matthew C. Perry llegó a Japón con lo que se abrieron los
puertos japoneses al comercio occidental después de un aislamiento de 215 años.
Una de las consecuencias que tuvo esta apertura sobre el mundo del arte fue la
popularización de las estampas japonesas. Desde Millet o Theodore Rousseau,
Degas o Van Gogh coleccionaban estas estampas del ukiyo-e.
El
capitalismo no puede comprar ni vender “tradiciones” a menos que sean
descontextualizadas, suspendidas, elevadas por sobre las contingencias, esto
es, folklorizadas. Lo que tiene sentido en su contexto -necesariamente
histórico, social, cultural- no tiene valor para el capitalismo, de ahí que
sólo sean comercializables las tradiciones y prácticas culturales pasibles de
ser repetidas en cualquier tiempo y espacio, fuera de toda vinculación con
fuerzas divinas o telúricas, sin vinculación con el lenguaje de la comunidad, y
sin necesidad incluso de que la comunidad exista. La mejor “tradición”, la más
inofensiva, es aquella cuyos representantes históricos hace mucho rato
desaparecieron; mientras más lejos (y más olvidados) mejor. Una vez extraídas
de la realidad, se descomplejizan, se simplifican hasta hacerlas portátiles y
fácilmente representables, a menos que se pueda vender, que sea atractiva la
magia de su complejidad, traducible sin embargo a una cantidad manejable de
signos que garanticen, condición sine qua
non, su repetición.
Con
lo exótico sobrevendrá el estereotipo, la representación de un objeto
desprendido de su realidad objetiva. Y como hemos visto o insinuado, cada
estereotipo esconde prácticas donde la realidad que sirve de origen es destruida
o comienza un proceso de desintegración que, de alguna manera legitima o
favorece la presencia, en la realidad del mercado, del objeto irreal
estereotipado. En el mercado ocurre entonces su única presencia y toda su
realidad dependerá de las fluctuaciones, de los movimientos en la oferta y la
demanda. En otras palabras, necesitamos comprar lo que no tenemos, y la única
manera de garantizar su ausencia (y presencia
en el mercado) es borrar (si se puede exterminar y mantener –esto es congelar en el tiempo, fijar, convertir en
postales, en turismo- pues mucho mejor) su presencia en la realidad. De todo lo
anterior se desprende que una manera de borrar es privatizar, porque lo público
y de todos no tiene precio en el mercado, no se compra ni puede venderse. De
ahí la necesidad que tiene el mercado de distanciar de la realidad, de la
comunidad, de la sociedad, las prácticas, cosas y objetos que tienen sentido en
esos ámbitos, para insertarlos por medio de la privatización en dinámicas de
mercado, donde las imágenes y estereotipos “reproduzcan” fuera de contextos
tales prácticas, cosas u objetos. Que algo familiar acceda a la dimensión de lo
exótico supone que ha alcanzado una suerte de quintaesencia, un espesor
virtual, imaginario, depositario/receptor de deseos re-conducidos, de
necesidades in/satisfechas.
Estereotipos
y exotismos son posibles por la descontextualización, el deslizamiento y la
pérdida de centro. El capitalismo necesita crear una especie de ubicuidad que
haga difícil la idea de que es posible algo más allá de su ámbito, de su
perímetro omniabarcante. Pero con prácticas y objetos vinculados de raíz a
culturas, territorios, pueblos y sociedades, tal ubicuidad es imposible. Cada
objeto remitiría a su espacio y tiempo abriendo la posibilidad del encuentro y
el diálogo. Al contrario, el capitalismo precisa crear atmósferas virtuales en
las que se pueda acceder a sus “productos” desde cualquier punto (la web hace rato va por esa dirección, pero
también EPCOT, con su pabellón japonés, por ejemplo, donde se puede comprar
“ropa japonesa auténtica”, o las ideas del malayo Colin Au y
sus paraísos tropicales berlineses.)
Cualquier
práctica u objeto se torna intercambiable y tiene el mismo peso y hasta el
mismo valor. Tanto vale el copeira
como la Kalaripayat.
Por eso el capitalismo y sus estrategias militares,
culturales, científicas y económicas, apuntan a la creación y consolidación de
un mundo otro, distinto del real, que no necesita conexiones vicarias con la
realidad. La “seguridad”, el control está dirigido en buena medida a mantener a
raya los embates de una realidad persistente. De donde se desprende que a mayor
realidad y vida, mayores los embates de las policías, de los ejércitos del
mundo.
Para
el capitalismo, en oscuros lugares del mundo (pero sólo hasta que la
nanotecnología supla la materia creada ille
tempore) se han de producir/desechar “cosas” (alimentos, vestidos,
calzados, chatarra, basura, etc.), pero el lugar del consumo (privatizado y
ubicuo) está en otro lado, en otra dimensión. Aquellas “cosas”
producidas/desechadas y el consumo, son (para una mirada aviesa, estrictamente no-consumista)
un punto de encuentro problemático, disfuncional, entre la esencia y la
sustancia, entre la materia y el espíritu, entre el cuerpo y el alma, la expresión
de algo irresoluto y que sigue diciendo, pese a todo, que la realidad es
inaplazable y que retorna. El capitalismo busca ocultar por diversas razones
(laborales, ecológicas) la producción y el desecho, permitiendo que sólo el
consumo sea mostrado en tanto elemento articulador de todas las demás prácticas
sociales, económicas, religiosas, culturales, aun las políticas. Y si es uno el
mercado, en este se participa de una
manera. Con imaginación y bombas a Estée
Lauder le va tan bien un Del
mongol como una burka.
La
producción acelerada de lo exótico coincide con los tiempos de la producción
masiva, con la industrialización, con la pérdida acelerada de los contextos,
con la descomposición de las formas tradicionales, y, con ellas del sentido de
comunidad y sociedad. Se inician en un clima de virtualidad envolvente,
sofocante, obsesiva, prácticas, objetos y modos de vida que responden menos a
la realidad que a elaboraciones sin otro espesor que la pátina de las imágenes
y los símbolos. “Todo lo sólido se disuelve en el aire”, repite Marx.
Lo
exótico es una imagen fabricada por el capitalismo, y ello hasta un punto en el
que aceptamos ser exóticos aun ante nosotros mismos; extranjeros, peregrinos,
en diáspora. Como afirma José Luis Tejada “Quien pierde el referente original y
se olvida de sus raíces es porque se ha instalado del todo en el mundo móvil y
volátil de la identidad moderna”. El mundo real cede su lugar a la
representación, a la tramoya, al artificio, “los simulacros, dice Colombres,
toman el lugar de los acontecimientos”. No obstante, el sujeto y su mundo, la
realidad, retornan, comienzan a ocupar un espacio y un tiempo concretos. La
multitud deja de disolverse en una masa homogénea de indiferencias y se
constituye en un movimiento conjunto de diversidades que se encuentran y
confluyen. Es posible que la ilusión exótica que nos hicimos de los pueblos y
de nosotros mismos se disuelva con los estertores del capitalismo. Entonces
nuestras realidades y diferencias, nuestros universos aparecerán frente a
nosotros, frente a nuestras sensibilidades y conciencias para ayudarnos a
producir lo que la vida y la sobrevivencia nos reclaman. Recuperados el cuerpo
y la carne, reconstituidos, cercanos y próximos, podremos transformar el mundo.
Como en el mito peruano de Inkarri, el
mundo perfecto regresará cuando la última cabeza inca sea cortada y, creciendo
hacia los pies, recomponga todo su cuerpo.
Bibliografía
1)
Benjamín, Walter (1999) Ensayos escogidos. México:
Ediciones Coyoacán
2)
Bernstein, Peter L. (2002) El oro, historia de una obsesión.
Argentina: Ediciones B
3)
Colombres, Adolfo (2005) Teoría transcultural del arte.
Argentina: Ediciones del Sol
4)
Dussel, Enrique (1993) Europa, modernidad y eurocentrismo
en E. Lander comp. 1993.
5)
Fernández L, Carlos, Pedro
Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero (2007) Educación para la ciudadanía. Madrid:
Akal
7)
Grüner, Eduardo (2002) El fin de las pequeñas historias.
Argentina: Paidós
8)
Hinkelammert, Franz (2006) El sujeto y la ley.
Caracas: El perro y la Rana
9)
Lander, Edgardo (1993) La colonialidad del saber: eurocentrismo
y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas. CLACSO, Bs. As.
10) Rice,
Edgard (1992) El Capitán Richard
F. Burton. Madrid: Ediciones Siruela
11) Sendrín,
José Carlos (2003) “La construcción
imaginaria del otro africano por los medios de comunicación” Rebelión.org [
http://www.rebelion.org/africa/sendrin200103.htm
]
12) Soler,
Juan José (1954) Introducción al
Derecho paraguayo. Madrid: Ediciones Cultura Hispánica. p. 204
13) Tejada,
José L. (1998) Las fronteras de
la modernidad. México: Plaza y Valdéz
14) Vicente C., Ramon (1997) De hombres,
tierras y derechos. Caracas: Monte Ávila
0 Comentarios