Avatares de lo exótico: el capitalismo y la violencia de las distancias





Del Índico al Atlántico

Después de hacer la Ruta de la Seda y permanecer en China 20 años, Marco Polo trae a Occidente una visión asombrosa de un mundo exótico, el esplendor del imperio de Kublain Khan. “En aquella región –dice en uno de sus innumerables pasajes- está Taurisio, ciudad famosísima donde se hacen tratos innumerables. Hay también allí abundancia de gemas y de toda suerte de piedras preciosas. Se hacen paños de oro y de seda de valor sin ponderación. La ciudad goza de un emplazamiento inmejorable, por lo que acuden allí los mayores mercaderes de todas partes, a saber, de la India, de Baldach, de Mosul y de Cremosar, y también de tierras de los latinos y de regiones infinitas, y en ella se enriquecen muchos comerciantes. Hay también ciudadanos persas. Los vecinos de Taurisio adoran a Mahoma. La ciudad está cercada de huertos hermosísimos, que dan frutos abundantes y excelentes.” Dice Peter Bernstein: “es posible que se trate de un hiperbólico embellecimiento de la realidad, pero contiene un atisbo acerca de las pautas sorprendentes del comercio exterior asiático”. Las ruinas de antiguas ciudades en Jordania, Siria, Irak, Irán, Afganistán y Pakistán, sencillamente no existirían en esos territorios desérticos sin los antiquísimos contactos comerciales entre China y el Poniente. Con la seda, el té y las especias, vino también un tipo de sensualidad, las imágenes de una magnificiencia que se desborda hasta el exceso, de una exhuberancia sin límites. El viaje de Marco Polo es una ventana a un mundo y una realidad ignotos y se sabe que en otro viaje decisivo Cristóbal Colón recordó su vera narratio, y en esta confiaba para guiarse en la populosa Cipango.
Los relatos de viajes surtirán la imaginación de occidente. “La fascinación –dice Miguel Ángel Pérez Priego- por lo nuevo y lo desconocido que trasmitían aquellos relatos, junto a la propia experimentación del viajero que siempre dejaba un más allá y un misterio que desvelar, suponían un permanente acicate para nuevas empresas que culminarían con los descubrimientos geográficos de fines de la Edad Media”. ¿Qué mueve a reyes y gobiernos a facilitar los viajes de los exploradores? Pujan el interés económico, la necesidad de acceder a las especias, el establecimiento de seguras rutas comerciales, marítimas y terrestres, el interés por el intercambio, no ya sólo de mercaderías sino también de bienes inmateriales, ciencias, técnicas, conocimientos.
El flujo de mercancías, personas, costumbres y lenguas con Oriente significó un intercambio que se reflejó en las artes, en las ciudades, en los grandes sistemas de pensamiento y religiosos. Síntesis, summas culturales, religiosas, comerciales, como Alejandría o Las Maldivas, fueron alcanzadas en filósofos como Averroes, en imperios multiétnicos como Bizancio, en ciudades como Estambul, antes y para siempre Constantinopla; se respira hoy en la Alhambra, mitad sombra y mitad jazmín, y en la palabra Guadalquivir; también, en las vetas persa, sumeria y asiria del Poema de Gilgamesh, que llegó a Homero, y con su eco y resplandor, al Infierno de Dante.
Pero de la síntesis y el diálogo cultural, arribamos al Cisma de 1054, el “cisma griego”, que separó a Occidente de los Balcanes, Asia y Rusia, y a la IV Cruzada (1204) que, como dice José Marín R., fue “el verdadero coup de grâce a las relaciones entre Oriente y Occidente”.
Europa comienza a afirmarse a sí misma negando, fundándose en una Grecia sin Oriente, sin Persia, sin la India, sin África. Nace Europa como imagen mitológica grecorromana, pero como afirma Enrique Dussel la “diacronía unilineal Grecia-Roma-Europa es un invento ideológico de fines del siglo XVIII romántico alemán”. La pretendida universalidad europea es insostenible y jamás alcanzó las dimensiones de la musulmana:

“La “universalidad” musulmana –dice- es la que llega del Atlántico al Pacífico. La Europa latina es una cultura periférica y nunca ha sido hasta ese momento “centro” de la historia; ni siquiera con el imperio romano (que por su ubicación extremadamente occidental nunca fue centro ni siquiera de la historia del continente euro-afro-asiático)”

Con la caída de Constantinopla en manos de los Turcos en 1453 (y el cierre del comercio con Asia), la expansión hasta el Extremo Oriente de Portugal en el siglo XVI y la expansión hispana en América (que también buscaba una ruta expedita a las especias), se establecerá la imagen del Occidente que hoy admitimos (“El Atlántico suplanta al Mediterráneo”, dice Dussel), y se configura a partir de entonces una dimensión global del mundo. La globalización, pues, no es un fenómeno contemporáneo, en todo caso tiene una contemporaneidad de 500 años. A este respecto, con las riquezas del Nuevo Mundo fluyendo a Europa y de aquí al Asia surge lo que Bersnstein calificó de “virus de la importación”, un circuito comercial interconectado: “La ciudad de la plata peruana, Potosí, y la portuaria Lima tenían fama por sus existencias de seda, porcelana, lacas, piedras preciosas y perlas de China, mientras que los mexicanos utilizaban algodón de Filipinas, sedas de China y percales de India”.
Por otra parte, el capitalismo que venía configurándose desde el siglo XII, ya visible en la cotidianidad del Decameron de Boccaccio, con la clase mercantil emergente y que llegaría a un punto culminante en Florencia, cobraría una fisonomía muy distinta del otro lado de los Alpes, sobre todo tras el “cisma de Inglaterra” en 1532. Las ideas de Calvino, que podemos resumir en: Dios creó el mundo y lo gobierna “de forma constante”, el pecado original provoca la corrupción absoluta de los individuos y la vida está predeterminada por Dios y no es un fin en sí misma, irrigarán las ideas de la Ilustración y del capitalismo y, en general, del pensamiento y la filosofía que dará forma a las nociones dominantes de democracia, mercado, individuo y libertad. La esclavitud, por ejemplo, gracias a Locke (1632-1704) será amparada por los Derechos Humanos; la Conquista, el exterminio y los regímenes coloniales serán justificados. “John Locke –afirma Hinkelammert- es el clásico de esta inversión de los derechos humanos, que en nombre de estos anula precisamente los derechos humanos de todos aquellos que ejercen resistencia frente a la sociedad burguesa y su lógica”.

WASP
Dos formas de entender la dominación y el imperio se enfrentarán, uno católico, el otro protestante. La “mano invisible” será la causa trascendente de la armonía y ésta, el fruto de la autonomía del cada quien hace lo que le da la gana (pero la razón era la voz de Dios, para Locke), de la acción egoísta de los individuos que viven en una sociedad asocial y en un régimen ademocrático, de virtud cero.
La expansión católica a América será pues, distinta de la anglosajona. Aunque venido a buscar riquezas y a expandir el catolicismo, cosa que hizo exterminando y reduciendo, el español lo hizo portando las Leyes de Indias (y rumiando el castizo “se acata pero no se cumple”), en las que se expresaba, por ejemplo, la tradición del derecho árabe que contemplaba la comunidad de pastos, aguas y animales, el municipio y las autonomías, principios que en Paraguay, en particular, los jesuitas fundieron con las costumbres indígenas para construir comunidades ejemplares. Sobre la expulsión en el siglo XVIII de los jesuitas del Paraguay exclama Enrique Dussel: “¡Nunca podrá lamentarse bastante la importancia que dicha expulsión tuvo para los destinos de América Latina!” Con todo, las Leyes de Indias se enfrentaron a los privilegios de conquista y crearon en las tierras americanas señoríos donde se incubaron caudillos que extendieron a espada y fuego sus dominios desde donde desafiaron el poder metropolitano. Las ideas de libertad e independencia abrevaron casi míticamente en empresas horrísonas como las de Lope Aguirre o José Tomás Boves. “Al correr de los años –dice al respecto Ramón Vicente Casanova- los oligarcas juntaron a sus propiedades el poder político radicado en los municipios (la estructura básica de la sociedad colonial). Y ya todopoderosos insurgieron contra el poder imperial, proclamando la Independencia”.
Pero el de Indias perdió su precario vigor seguido de la crisis política y económica de España ante el Código de Napoleón, y desde entonces en las tierras que adoptaron el ordenamiento civilista se fue perfilando una concepción del mundo permeable a las ideas y a la visión de mundo anglosajón. Con el individuo (sujeto opuesto al ciudadano republicano, esto es que participa de la cosa pública) sobrevendrá el latifundio y las formas más perversas e irracionales de la propiedad privada. Esto traerá profundas consecuencias en lo que hace a la imagen del mundo que se irá construyendo y que desemboca en este momento crucial en el que nos interrogamos sobre el presente y el pasado “tal como éste relumbra –como decía Walter Benjamín- en un instante de peligro.” Que en 1870 se inicie prácticamente para toda América Latina un proceso de implantación de la modernidad, que cultivará los valores y principios anglosajones del individualismo y la propiedad, del utilitarismo y el positivismo, no puede escapársenos a la hora de comprender nuestro devenir cultural, político, económico.
Desde el siglo XVIII el avance del capitalismo trazó definitivamente el devenir de muchos pueblos. Las Guerras del Opio y la Guerra de los Boxers en China provocaron más de cien millones de muertos en un período de apenas sesenta años (1840-1900). Decía Carlos Marx que Inglaterra “destrozó todo el entramado de la sociedad hindú, sin haber manifestado hasta ahora el menor intento de reconstitución. Esta pérdida de su viejo mundo, sin conquistar otro nuevo, imprime un sello de particular abatimiento a la miseria del hindú y desvincula al Indostán gobernado por la Gran Bretaña de todas sus viejas tradiciones y de toda su historia pasada”. Sir Charles Napier (1782-1853), general inglés, horrorizado por sus propios crímenes y los cometidos por sus superiores y subordinados, confiesa patéticamente:

«Nuestro objeto al conquistar la India, el objeto de todas nuestras crueldades, no fue otro que el dinero... Se dice que de la India se han obtenido unos mil millones de libras esterlinas en los últimos noventa años (1756-1846). Cada uno de estos chelines se ha extraído de un charco de sangre; se ha limpiado a conciencia y ha ido a parar a los bolsillos de los asesinos. Sin embargo, por mucho que se limpie y se seque el dinero, esa “maldita mancha” no saldrá nunca». 

En América, la Guerra de la Triple Alianza (1865-1870) marca un hito de la violencia imperial: en 1864 el embajador inglés en Buenos Aires, Edward Thornton, envió un informe a Londres sobre el comportamiento del presidente de Paraguay, Francisco Solano López, explicando cómo «estaba infringiendo todos los usos de las naciones civilizadas». Textualmente, los delitos eran los siguientes: «los derechos de importación sobre casi todos los artículos son del 20 o 25 por 100. Los derechos de exportación son del 10 al 29 por 100». En 1865, Brasil, Argentina y Uruguay, financiados por los bancos ingleses, invadieron Paraguay y lo «civilizaron»: exterminaron a cinco sextas partes de la población. En 1865, Paraguay tenía un millón y medio de habitantes; en 1870, al final de la guerra, 250.000. Este ensañamiento es comparable con la destrucción de Irak, y con la invasión, expolio y masacre continuada contra Haití desde el asesinato de Jean-Jacques Dessalines, en 1806.
Finalmente, y como una imagen de la síntesis cultural de oriente y occidente en su versión apocalíptica, summa de tragedias de la que Auswitch es un epítome, recordemos la diáspora de los kurdos, la persecución, el exterminio, la lluvia de gas mostaza sobre Halabja, el 16 de marzo de 1988.

El exotismo: violencia domesticada
Con el imperio de las Luces nació la antropología, avanzada racional cuyo fin era estriar el liso, abierto, indiferenciado y homogéneo territorio de la diferencia, para decirlo con una imagen deleuziana. Ese territorio se considerará, además, vacío, despoblado de razón y de modernidad, ayuno de civilización. Lo que explica todas las políticas y empresas civilizatorias, como aquella de Sarmiento, quien llegó a preguntarse “¿Lograremos exterminar los indios?” Ya en 1800 un viajero como Humboldt elaborará una antropología comparada de las costumbres y prácticas de los pueblos, desde América hasta el Asia, y sus mapas, estadísticas y minuciosas observaciones, servirán de sustento para los planes expansionistas y coloniales de los intereses a los que sirvió. Al respecto dice José Carlos Sendrin:

“Las imágenes del territorio africano están relacionadas con territorios desconocidos, remotos, salvajes. Esto es así desde el s. XV en que Vasco de Gama circunnavegó el Cabo de Buena Esperanza. Sin embargo, las primeras expediciones al continente negro comenzaron en el s. XVIII y principios del XIX; hasta entonces África para los europeos no era más que un territorio costero que suministraba esclavos y materias primas. Mungo Park describió las sabanas humeantes y poblaciones en ruinas en Segu (hoy la zona que comprende Malí), al tiempo que daba cuenta de grandes reinos que encontró remontando el Níger. Aquella expedición fue financiada por la "Sociedad Africana", organización formada por potentados británicos que buscaban territorios que sirvieran como nuevos mercados de extracción de materias primas”.

La terra incognita será pasto de la ciencia y el conocimiento occidental, de su avidez. Las elites ilustradas criollas continuarán la ingente tarea de vencer la barbarie, sembrando costumbres, leyes, incubando según su creencia y modelo la Europa misma. La realidad y la verdad, todo lo que será dado conocer y hacer, será lo europeo, lo que a ello aspire o ello sea. Las nociones de orden y progreso provendrán de Europa (como más tarde de los EEUU). Y lo que no, será tildado de bárbaro (hoy terrorista) y condenado a desaparecer. Pero la violencia y el exterminio han estado históricamente acompañados de la construcción pertinaz de imágenes y representaciones del otro, del bárbaro, del incivilizado, a partir de nociones como el exotismo, que podemos calificar como «violencia domesticada». Lo exótico es pues, una imagen dulcificada, fascinante, que atrae al mismo tiempo que distancia. Desde esta distancia es que un novelista como Gallegos trata la selva o el llano; Sarmiento a Facundo. Desde una distancia salvaguardada por la civilización, protegida contra las arremetidas de lo incontrolado, desde donde se observa y domina lo otro, lo raro, lo peligroso. Como lo afirma José Antonio González Alcantud “El punto de arranque del exotismo antropológico y estético plenamente delimitado lo constituiría el «buen salvaje» rousseauniano. Su contrario, el «mal salvaje», fue el soporte privilegiado para la colonización, pues así la exigían el progreso y las luces. Buen o mal salvaje, el exótico, plasmación del otro, exige la desigualdad cultural y política.”
Lo exótico, a pesar de la violencia implícita, habita a una distancia manejable, por lo que aquella dormita al borde de la realidad, sin traspasarla, sin alterarla. Su realidad no pasa de ser una representación. De ahí la facilidad con que pasa a la poesía, la novela, la pintura, el cine. Facilidad fruto de la fascinación, de la atracción o poder de seducción. En consecuencia ciertos personajes devienen entrañables.

En un mundo sin dioses (Adolfo Colombres habla certeramente de una “sacralidad atea”), en el que los sujetos se asen a sí mismos como a la nada en el vacío, lo exótico (imágen móvil, volátil, antojadiza, cambiante), viene a cumplimentar las necesidades de mitos y arquetipos, formas cristalizadas del miedo y el deseo. Por esta línea de afirmaciones, hagamos una tremendista: sin una idea de lo exótico el capitalismo se estanca.
¿De qué está hecho lo exótico? De distancia e irrealidad, pero al mismo tiempo de una cercanía fantástica ante la cual la realidad (diversa, inatrapable, incontrolable en términos de mercado) empalidece. Nada menos comercial que la realidad. Un producto que carezca de la marca de lo exótico (y la marca es algo exótico), no encontrará colocación en el mercado. En efecto, todo producto debe encarnar una esperanza, un deseo informulado pero lo suficientemente expresivo para mover, para sacudir. Lo que se vende en un producto es su carga de exotismo, su distancia. En otras palabras, el capitalismo debe descotidianizar lo familiar, esto es, hacerlo exótico, de lo contrario pasará desapercibido –para los impulsos y compulsiones, se entiende, de la oferta y la demanda-. Pero existen objetos que portan en sí mismos, digamos en su constitución natural, cierta atmósfera de extrañamiento, son exóticos sin rebuscamiento, lo cual no los exime de ser imágenes, representaciones, construcciones casi oníricas, en todo caso, piezas de un sueño colectivo. ¿De dónde si no los paisajes japoneses de Van Gogh? La pregunta es odiosa; no así, creo, su respuesta:
En 1854, el comodoro Matthew C. Perry llegó a Japón con lo que se abrieron los puertos japoneses al comercio occidental después de un aislamiento de 215 años. Una de las consecuencias que tuvo esta apertura sobre el mundo del arte fue la popularización de las estampas japonesas. Desde Millet o Theodore Rousseau, Degas o Van Gogh coleccionaban estas estampas del ukiyo-e.
El capitalismo no puede comprar ni vender “tradiciones” a menos que sean descontextualizadas, suspendidas, elevadas por sobre las contingencias, esto es, folklorizadas. Lo que tiene sentido en su contexto -necesariamente histórico, social, cultural- no tiene valor para el capitalismo, de ahí que sólo sean comercializables las tradiciones y prácticas culturales pasibles de ser repetidas en cualquier tiempo y espacio, fuera de toda vinculación con fuerzas divinas o telúricas, sin vinculación con el lenguaje de la comunidad, y sin necesidad incluso de que la comunidad exista. La mejor “tradición”, la más inofensiva, es aquella cuyos representantes históricos hace mucho rato desaparecieron; mientras más lejos (y más olvidados) mejor. Una vez extraídas de la realidad, se descomplejizan, se simplifican hasta hacerlas portátiles y fácilmente representables, a menos que se pueda vender, que sea atractiva la magia de su complejidad, traducible sin embargo a una cantidad manejable de signos que garanticen, condición sine qua non, su repetición.
Con lo exótico sobrevendrá el estereotipo, la representación de un objeto desprendido de su realidad objetiva. Y como hemos visto o insinuado, cada estereotipo esconde prácticas donde la realidad que sirve de origen es destruida o comienza un proceso de desintegración que, de alguna manera legitima o favorece la presencia, en la realidad del mercado, del objeto irreal estereotipado. En el mercado ocurre entonces su única presencia y toda su realidad dependerá de las fluctuaciones, de los movimientos en la oferta y la demanda. En otras palabras, necesitamos comprar lo que no tenemos, y la única manera de garantizar su ausencia (y presencia en el mercado) es borrar (si se puede exterminar y mantener –esto es congelar en el tiempo, fijar, convertir en postales, en turismo- pues mucho mejor) su presencia en la realidad. De todo lo anterior se desprende que una manera de borrar es privatizar, porque lo público y de todos no tiene precio en el mercado, no se compra ni puede venderse. De ahí la necesidad que tiene el mercado de distanciar de la realidad, de la comunidad, de la sociedad, las prácticas, cosas y objetos que tienen sentido en esos ámbitos, para insertarlos por medio de la privatización en dinámicas de mercado, donde las imágenes y estereotipos “reproduzcan” fuera de contextos tales prácticas, cosas u objetos. Que algo familiar acceda a la dimensión de lo exótico supone que ha alcanzado una suerte de quintaesencia, un espesor virtual, imaginario, depositario/receptor de deseos re-conducidos, de necesidades in/satisfechas.
Estereotipos y exotismos son posibles por la descontextualización, el deslizamiento y la pérdida de centro. El capitalismo necesita crear una especie de ubicuidad que haga difícil la idea de que es posible algo más allá de su ámbito, de su perímetro omniabarcante. Pero con prácticas y objetos vinculados de raíz a culturas, territorios, pueblos y sociedades, tal ubicuidad es imposible. Cada objeto remitiría a su espacio y tiempo abriendo la posibilidad del encuentro y el diálogo. Al contrario, el capitalismo precisa crear atmósferas virtuales en las que se pueda acceder a sus “productos” desde cualquier punto (la web hace rato va por esa dirección, pero también EPCOT, con su pabellón japonés, por ejemplo, donde se puede comprar “ropa japonesa auténtica”, o las ideas del malayo Colin Au y sus paraísos tropicales berlineses.)
Cualquier práctica u objeto se torna intercambiable y tiene el mismo peso y hasta el mismo valor. Tanto vale el copeira como la Kalaripayat. Por eso el capitalismo y sus estrategias militares, culturales, científicas y económicas, apuntan a la creación y consolidación de un mundo otro, distinto del real, que no necesita conexiones vicarias con la realidad. La “seguridad”, el control está dirigido en buena medida a mantener a raya los embates de una realidad persistente. De donde se desprende que a mayor realidad y vida, mayores los embates de las policías, de los ejércitos del mundo.
Para el capitalismo, en oscuros lugares del mundo (pero sólo hasta que la nanotecnología supla la materia creada ille tempore) se han de producir/desechar “cosas” (alimentos, vestidos, calzados, chatarra, basura, etc.), pero el lugar del consumo (privatizado y ubicuo) está en otro lado, en otra dimensión. Aquellas “cosas” producidas/desechadas y el consumo, son (para una mirada aviesa, estrictamente ­no-consumista) un punto de encuentro problemático, disfuncional, entre la esencia y la sustancia, entre la materia y el espíritu, entre el cuerpo y el alma, la expresión de algo irresoluto y que sigue diciendo, pese a todo, que la realidad es inaplazable y que retorna. El capitalismo busca ocultar por diversas razones (laborales, ecológicas) la producción y el desecho, permitiendo que sólo el consumo sea mostrado en tanto elemento articulador de todas las demás prácticas sociales, económicas, religiosas, culturales, aun las políticas. Y si es uno el mercado, en este se participa de una manera. Con imaginación y bombas a Estée Lauder le va tan bien un Del mongol como una burka.
La producción acelerada de lo exótico coincide con los tiempos de la producción masiva, con la industrialización, con la pérdida acelerada de los contextos, con la descomposición de las formas tradicionales, y, con ellas del sentido de comunidad y sociedad. Se inician en un clima de virtualidad envolvente, sofocante, obsesiva, prácticas, objetos y modos de vida que responden menos a la realidad que a elaboraciones sin otro espesor que la pátina de las imágenes y los símbolos. “Todo lo sólido se disuelve en el aire”, repite Marx.
Lo exótico es una imagen fabricada por el capitalismo, y ello hasta un punto en el que aceptamos ser exóticos aun ante nosotros mismos; extranjeros, peregrinos, en diáspora. Como afirma José Luis Tejada “Quien pierde el referente original y se olvida de sus raíces es porque se ha instalado del todo en el mundo móvil y volátil de la identidad moderna”. El mundo real cede su lugar a la representación, a la tramoya, al artificio, “los simulacros, dice Colombres, toman el lugar de los acontecimientos”. No obstante, el sujeto y su mundo, la realidad, retornan, comienzan a ocupar un espacio y un tiempo concretos. La multitud deja de disolverse en una masa homogénea de indiferencias y se constituye en un movimiento conjunto de diversidades que se encuentran y confluyen. Es posible que la ilusión exótica que nos hicimos de los pueblos y de nosotros mismos se disuelva con los estertores del capitalismo. Entonces nuestras realidades y diferencias, nuestros universos aparecerán frente a nosotros, frente a nuestras sensibilidades y conciencias para ayudarnos a producir lo que la vida y la sobrevivencia nos reclaman. Recuperados el cuerpo y la carne, reconstituidos, cercanos y próximos, podremos transformar el mundo. Como en el mito peruano de Inkarri, el mundo perfecto regresará cuando la última cabeza inca sea cortada y, creciendo hacia los pies, recomponga todo su cuerpo.

Bibliografía

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8)        Hinkelammert, Franz (2006) El sujeto y la ley. Caracas: El perro y la Rana

9)        Lander, Edgardo (1993) La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas. CLACSO, Bs. As.

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11)    Sendrín, José Carlos (2003) “La construcción imaginaria del otro africano por los medios de comunicación” Rebelión.org [ http://www.rebelion.org/africa/sendrin200103.htm ]

12)    Soler, Juan José (1954) Introducción al Derecho paraguayo. Madrid: Ediciones Cultura Hispánica. p. 204

13)    Tejada, José L. (1998) Las fronteras de la modernidad. México: Plaza y Valdéz


14)    Vicente C., Ramon (1997) De hombres, tierras y derechos. Caracas: Monte Ávila 

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