(Palabras leídas en un acto en conmemoración del Che,
Guerrillero Heroico,
organizado por el Vicerrectorado Académico, la Rectoría y ASEUNERMB
celebrado el 09 de octubre de 2017 en el IUTC de Cabimas, estado Zulia)
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El Rector de la UNERMB Lino Morán dando inicio al acto |
José Javier León
joseleon1971@gmail.com
El capitalismo necesita para sobrevivir destruir la memoria,
básicamente lo hace destruyendo pueblos, socavando sus bases, arrancándolos de
raíz, disolviendo sus fundamentos. La memoria de un pueblo se constituye a
partir de la interrelación viva y vigorosa de sus miembros. Si estos no están,
la memoria del pueblo se resquebraja y no habría manera de darle ni unidad ni
continuidad. Tal vez sea recordado, pero jamás como lo haría el propio pueblo, por
sus propios habitantes.
Esto es una verdad de cajón, no obstante, el capitalismo ha
instrumentado diversos mecanismos para destruir a los pueblos y su memoria. Ha
devastado civilizaciones enteras, y en sus albores provocó el mayor genocidio
que hasta ahora ha acontecido, sobre los indígenas de este continente. Sabe que,
sobre la destrucción cultural, nace el potencial productivo del capital. Para
hacer dinero, hay que matar. La ecuación es sencilla, y corta como el acero.
Sabe también el capitalismo que los pueblos y los seres
humanos en general se unen en torno a aquellos que de alguna manera los
expresan en lo que tienen de más y mejor. Sabios, guerreros, ancianos, médicos,
músicos, se convierten en la más acabada expresión de un pueblo y los habitantes
se reconocen en su ser y hacer y aspiran a imitarlos, a seguirlos, a ser y
hacer como ellos. Si el modelo sirve de imagen a la comunidad, si le confiere
unidad, es posible –es la hipótesis criminal que siempre reclama confirmación-
que, al destruir su figura, se desfigure la unidad del pueblo. Fue lo que
hicieron los europeos en sus tropelías conquistadoras, al matar cruelmente a
los líderes populares: como Pizarro a Atahualpa, como Cortez a Moctezuma.
Afirma el poder despótico que desapareciendo el cadáver borra
el ejemplo. Las fosas comunes se han tragado los cuerpos de Miranda o Lorca, el
ácido desapareció a Patrice Lumumba el Che del Congo, y de manera ridícula, la
CIA y el Mossad, contrautilizando la misma retórica, “desaparecieron” en
el mar al inexistente Bin Laden.
Reza el Poder: que el líder no sea recordado y que, si lo fuera, no
reclame reivindicación. Depurar su imagen hasta hacer desaparecer los rasgos
belicosos, el impulso renovador de su ejemplo, de su gesta. Que su recuerdo sea
inocuo.
Los pueblos sin líderes, sin representantes o mejor, sin representaciones
encarnadas de su espíritu, de alguna manera se pierden en el anonimato de la
masa y a falta de unidad trascendente se diluyen en un vivir al servicio de la
cotidianidad controlada por el tráfago de mercancías sin alma. Pueblos
desapasionados, que no cuentan con el azogue de un reclamo, de un grito que le
dé sentido a sus pasos.
Los que los tienen, los han parido, los han forjado al calor
de sus luchas, y sus líderes son su mejor expresión, están como hechos de su
carne y su impulso, les han permitido con el tiempo y las circunstancias,
modelarlos y prefigurar en ellos, lo mejor de sí. A los líderes los pare su
propio pueblo y éste los eleva hasta desafiar la rasa cotidianidad y hacer con
su verbo y su ejemplo, una Historia Patria cotidiana.
Los pueblos latinoamericanos tenemos una honda herida y un
viejo reclamo. Cada tanto, uno de entre nosotros toma el aspecto y la estatura
de todos y todas, y al decir su palabra nos dice, nos habla y habla por
nosotros. Curiosa metamorfosis. Su rostro se fija en las conciencias y su voz
resuena como un eco. Aparece la imagen y en ella se resumen todos los instantes.
Me viene al recuerdo la imagen de Gaitán ante un micrófono
al frente de una multitud y su mano airada y su perfil de pájaro. Recuerdo a
Chávez, con la cara levemente ladeada y su rostro sereno, diciendo “Por ahora”.
La imagen es la síntesis, pero no todas las imágenes son
síntesis de algo. Para serlo, necesitan estar cargadas de memoria, de pueblo en
movimiento. La imagen es síntesis cuando evoca, cuando hablan a través de ella
rumorosas multitudes. El pueblo las elige, de alguna manera elige hablar a
través de alguna. No de cualquiera ni de todas. He pensado que el pueblo elige
la imagen con la que mejor expresa su ser (-representado). Vale decir, la
imagen de su líder es la imagen de su propia imagen, de lo que cree y re-crea
de sí mismo.
¿Cómo quiere recordarlo, cómo desea fijarlo? Cuando vamos a
la iconografía del Che, encontramos símbolo y mito entremezclados. Juventud y
rebeldía, serena altivez y futuro. Una mirada puesta en el horizonte y la
cabellera al viento. Es la imagen de un joven que de pronto y sin buscarlo se
tropieza con la eternidad. La imagen por todos conocida de Alberto Korda, el
fotógrafo que la inmortalizó durante el acto de sepelio de las víctimas de un
atentado de la CIA, activa la imagen que de la revolución quieren tener los
jóvenes. De alguna manera también es la imagen de las revoluciones, si nos
convence de ello su despliegue innumerable alrededor del mundo. Comunica
presente y futuro, presencia y porvenir. Tal vez sea la mirada más cargada de
futuro que jamás se haya reproducido. Y aunque sólo veamos la figura o la
silueta sabemos que la mirada está allí, en ese gesto ladeado y como al
desgaire.
Por cierto, si esa imagen del Che ha sido reproducida
infinitamente, no lo ha sido menos en el parador turístico de la
revolución que existe en la propia Cuba. La imagen se la encuentra en todas
partes, en todas las cosas, impresa en modelos y variaciones habidos y por
haber. Si abrigábamos la sospecha de que había como un abuso comercial por
explotar su imagen, en Cuba la sospecha se hace a un lado para dar paso a un
resuelto entregar la imagen en todas las reproducciones posibles de manera de
que el visitante se lleve al Che literalmente tatuado. La creencia dice que la
repetición supone el desgaste, la devaluación del legado, pero somos testigos
de cómo la imagen se ha colado en las superficies más insospechadas, pantallas,
sellos, posters, calcomanías, pieles, afirmando cada vez lo que entonces fijó: aquí
estoy, hecho futuro.
Otras imágenes la acompañan. El Che leyendo, fumando,
trabajando, pescando y jugando golf, manipulando una cámara, controles de
radio, audífonos, conversando, caminando, tendido en la selva. El Che
diplomático, el Che orador. Facetas, momentos de una vida corta, dura y
deslumbrante. El Che, argentino, pero revolucionariamente cubano y extensamente
latinoamericano. Vertical y universal. Firme y disciplinado. Haciendo verdad su
palabra, que no existen fronteras para luchar contra la desigualdad, que
temblaba de verdad frente a la injusticia.
Los pueblos gestionan la imagen, vale decir el recuerdo, de
sus líderes.
Por cierto, valga acotar que los bustos blancos de Martí se
pueden encontrar en cualquier rincón, su serena cabeza se erige sobre pedestales
desnudos, presencia austera y silenciosa.
La infinita reproducción del Che vale la pena contrastarla con
la política de la reserva que busca para sí (o buscó) Fidel Castro. Que la fabricó de alguna manera en vida, y especialmente en los años finales, buscando salir
lenta, lentamente de escena. Exigió que nada llevara su nombre y entre tantas
imágenes, muchas de ellas icónicas, acaso esté más cerca de su recuerdo hoy,
ese Memorial en forma de piedra sin adornos que guarda sus cenizas. Quiero
decir que su último deseo fue ser recordado en silencio. Contrasta esta decisión
frente a la bulliciosa imaginería del Che, en manos de los jóvenes del mundo.
Por cierto, la reacción venezolana ha amenazado en varias oportunidades destruir y profanar el lugar de reposo de los restos de Chávez en el Cuartel de la Montaña. ¿Quién duda que, si pudiera, no dejaría piedra sobre piedra hasta demoler la morada simbólica del único líder que el mundo ha llorado a lágrima viva en todas las lenguas y religiones?
La revolución sigue si las imágenes viven. Gestionar la
imagen desde el poder puede ayudar, pero sólo el pueblo salva al pueblo, es
decir, sólo las imágenes que recupere y haga el pueblo (de sí mismo y de su
gesta a través de la imagen de sus líderes) sobrevivirán a la desmemoria que
impone el capital.
Finalmente, en la icónica imagen del Guerrillero Heroico el Che despeja el futuro en
forma de horizonte. Ojos que la muerte no pudo cerrar en el cadáver que tampoco pudieron desaparecer ni su áspera rebeldía borrar a quemarropa.
Entre nosotros se ha ido perfilando, también, una
mirada, menos de futuro que de vigilancia. Una mirada que la hemos querido
panóptica, que está sobre todo y sobre todas las cosas. Vigilar es una gestión
en tiempo presente, de pronto tenemos aún muchas urgencias o la cotidianidad
nos arropa y busca sobrepasarnos, mas creo que debemos ir más allá de la
vigilancia y buscar (cultivar) una mirada que se confunda con el horizonte, que
sea en sí misma el porvenir.
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