VII JORNADAS DE PRODUCCIÓN Y RECREACIÓN DE SABERES
II ENCUENTRO NACIONAL DE SABERES EN SALUD COLECTIVA
MEMORIIAS DEL EVENTO
Maracaibo, 27, 28 y 29 de septiembre de 2017
Resumen
Los medios de comunicación son esenciales en la
construcción de cualquier proyecto político. Sabemos cómo influyen y cómo
determinan la cotidianidad. Por eso, todos los esfuerzos que se hagan para
contrarrestar sus efectos negativos serán pocos frente a la inmensa influencia
que ejercen. También se debe reconocer que la población más vulnerable a los
efectos negativos de los medios son los niños y niñas, jóvenes y adolescentes,
de modo que, si se quiere actuar sobre la construcción de valores, debemos
acudir a estos grupos con contenidos y estrategias comunicacionales
alternativas. El proyecto de las UPA (Unidades de Producción Audiovisual) tiene
como objetivo, mediante la metodología de la Investigación-Acción, crear una
plataforma o base de producción de contenidos y estrategias de comunicación que
resuelvan de manera estructural dos problemas: el desarrollo profesional de los
egresados de la UBV y la producción de contenidos liberadores que se enfrenten
desde las bases a la hegemonía mediática capitalista. En la ponencia se
presenta la configuración del proyecto UPA, la formulación de Planes de
Formación transversal y especializada, y los avances que se han dado desde la
Coordinación de Integración Socio-académica en función de la economía
productiva.
Palabras clave: PRODUCCION AUDIOVISUAL, SABER Y TRABAJO,
PROYECTO, ARTICULACION
El problema
teórico. Aunque
mucho se dice que los estudiantes han de formarse para el trabajo, no pasa de
ser un desiderátum. En todo caso, para ajustarnos a la realidad, se debe
precisar qué tipo de formación hemos recibido y reciben los estudiantes, y qué
trabajo les espera, si es verdad que les espera.
La experiencia nos dice que la educación que reciben está
desconectada y desvinculada de la realidad laboral, que los trabajos están
alejados de la formación universitaria. Incluso el diagnóstico menos acucioso
de la realidad deja al descubierto que existe una distancia abismal entre la
educación y el trabajo, y que ese desfase lo padecen como un verdadero trauma
los jóvenes que antes y peor después de su formación universitaria apenas si
saben qué les gustaría estudiar y para qué. Hoy, en una crisis mundial y que
sólo la miopía hace ver como exclusiva o propia, ese desbarajuste se expresa en
desencanto, deserción, poco estímulo y falta de rigor tanto en los docentes
como en los estudiantes. La educación devino una actividad que no exige
sacrificios, salvo externos y a lo sumo pecuniarios.
Por otro lado, la organización capitalista ha cambiado
y se ha impuesto un nuevo paradigma productivo, el posfordismo: “Esta nueva
forma de producción y distribución parece requerir una sociedad de trabajadores
por cuenta propia, no asalariados” (Bologna, 2006: 35). El problema es que, en
la UBV no estamos formando trabajadores por cuenta propia no asalariados. En
realidad, seguimos operando bajo el paradigma fordista, creemos que nuestros egresados
irán a trabajar a una empresa y tendrán un salario 15 y último, aunque esto
ocurrirá sólo excepcionalmente, pues la regla será: desempleo y/o trabajo
precario. Creemos seriamente que, si no los contrata la empresa privada, el
Estado a través de su aparato burocrático o sus empresas, ¿será capaz de
absorber los miles y miles de egresados universitarios que en justicia tienen
derecho al estudio gratuito?
La UBV ha respondido desde su fundación creando la UBIP, la
Unidad Básica Integradora Proyecto. Sumemos que, recientemente el Estado (a
finales del año 2014, a través de la Ley de la Juventud Productiva) afianza los
esfuerzos que se trazan desde la UBIP disponiendo que hay al menos dos formas
de emplear a los jóvenes: en primer lugar, financiando proyectos productivos;
en segundo lugar, absorbiendo a los nuevos profesionales. Obviamente, la
primera opción es la más realista y coherente. Valga resaltar que en el texto
de la Ley no aparece mencionado de manera explícita el sujeto estudiante o
egresado, pero obviamente, si es joven debemos suponer que además es estudiante
de media o universitaria, de modo que la ley está dirigida a todos (estudien o,
por diversas circunstancias, no).
El problema como lo veo, es epistémico, pero decir
epistémico es decir también geopolítico. Para los latinoamericanos, y en
particular para nosotros, país petrolero, la educación debía servir para
hacernos extraños el país y sus recursos, para lo cual fue necesario pasar por
hacernos ajena la Patria y lejana e incomprensible su gesta libertaria e
independentista. Un país que debía vender más bien regalar sus recursos debía
“formar” (estrictamente de-formar) a sus jóvenes. Y aquellos que tuvieran un
talento descollante, bastaba ofrecerles una oportunidad trasnacional porque el futuro
no era (en) el país, sino afuera. Como la producción no era nacional no se
necesitaba talento nacional, la economía dependía parasitariamente de la renta
y de la exportación. La pobreza era de un 80% y sólo un 20% tuvo acceso a una
renta que producía una industria donde sólo trabajaban menos de 100 mil
personas. La mayoría de la población empobrecida y excluida, que viviera como
pudiera.
No obstante, en febrero de 1989 el pueblo estalló. Y la
insurrección no paró hasta que en 1994 la voz del pueblo fue la voz de Chávez
diciendo “Por Ahora”.
Un país profundo emergió y con él, la necesidad de una
educación distinta, que mirara al país, que descubriera sus recursos, que
ganara identidad, pues sólo conociéndonos podíamos defenderlo.
Obviamente, el trabajo de construir la identidad es lento y
laborioso, no se decreta ni cae del cielo, aunque mucho hemos adelantado en muy
poco tiempo. En especial por el catalizador Chávez, por ese aluvión de
identidad telúrica que nos enseñó a ver más allá de lo que podíamos,
imaginábamos y soñábamos. Y para acompañar ese nacimiento, fundó desde bien
temprano universidades que soñaran la Patria Buena.
[Así nació la UBV en 2003. A un año y un poco más del Golpe
de Estado de Abril, a pocos meses del gigantesco sabotaje a la empresa petrolera
(diciembre 2002-marzo 2003)
Nació mirando al futuro, aunque su personal docente viniera
de las universidades que desde entonces llamamos “tradicionales”. Empezó el
esfuerzo epistémico, teórico, práctico, metodológico de hacer lo nuevo con
materiales viejos. Típica e inevitable contradicción.
Han pasado 14 años desde aquel julio de 2003. Una década de
precios de petróleo altos, nos hizo creer –aún en medio de refriegas,
atentados, desestabilización- que podíamos sostener la revolución postergando
la necesidad de producir más e importar menos. Tras la muerte de Chávez, a la
que se sumó la caída de los precios del crudo detrás de la cual se encuentran
las corporaciones que tienen en la mira a Venezuela, Rusia e Irán, al Medio
Oriente y China, a las potencias emergentes que están rompiendo la hegemonía
unilateral de EEUU; a lo que se suma el incremento desmesurado de la violencia terrorista
para intentar dar un golpe de Estado definitivo sobre el supuesto de que sería
fácil sin el aglutinante Chávez derrocar al presidente Nicolás Maduro; todo
ello y más, como por ejemplo el habernos ganado el calificativo de “amenaza
inusual y extraordinaria a la seguridad de los EEUU”; ha contribuido a gestar
un discurso que aún en medio de terribles contradicciones plantea el nacimiento
de una Venezuela post-rentista.
A esa Venezuela se opone con un odio inveterado la clase
heredera que desde la Colonia y tras la guerra de Independencia -en la que
participó como segundona-, se rehízo del poder, tras traicionar al pueblo de
Bolívar, luego al pueblo de Zamora y ya en el siglo XX al pueblo de Fabricio
Ojeda. Ese mismo pueblo que llevó al poder a Chávez y que lo rescató junto a
las Fuerzas Armadas el 13 de abril de 2002. Porque como dice Dussel (citado por
Vargas y Sanoja, 2015: 227-228) “pueblo es un sujeto colectivo e histórico con
memoria de sus gestas, con cultura propia, con continuidad en el tiempo… pueblo
como colectivo histórico… es la totalidad de los oprimidos como oprimidos en un sistema dado”. “Un pueblo será un pueblo,
apunta Frelat-Kahn (2005: 79) recordando a Renan, cuando actúe motivado por ‘un
mismo deseo de vivir juntos’, por ‘la voluntad de seguir haciendo valer la
herencia que se recibió indivisa’”. Es,
por tanto, el de hoy, el mismo pueblo que resiste la embestida de la actual
Guerra de IV Generación, que busca borrar la Constitución Bolivariana y hacerse
de las riquezas nacionales, especialmente, del petróleo. Y es precisamente esta
clase opresora, la que edificó el paradigma educativo que se impuso de manera
hegemónica y que hoy sus herederos defienden calificando al paradigma
robinsoniano y bolivariano de estafa ideológica.]
Se trata de trascender el modelo de educación para la
dependencia, fundado en la memorización y representado hoy en la práctica
endémica del “corte y pega”; y arribar al modelo de soberanía e independencia, que
precisa de la creatividad y la innovación.
En ese sentido, educarnos para producir en función de las
necesidades nacionales, pasa por lograr y consolidar el primer objetivo del
Plan de la Patria: la independencia nacional. Sólo de manera soberana se pueden
formar estudiantes conscientes del país y de sus recursos. Los docentes,
obviamente, tenemos un reto enorme: aprender a enseñar a producir en un país
que emerge cada vez más consciente de sus necesidades, de sus recursos, de sus
capacidades.
En universidades como la UBV debemos aprender a producir mirando
a un porvenir que se construye mientras avanzamos, es decir, formar a nuestros
estudiantes para un país posible, que
emplea con sentido de la escasez, con responsabilidad, con ética y sentido
ecológico, sus recursos y su talento para la satisfacción de necesidades
materiales y espirituales. Estudiantes que habrán de trabajar en un país que hoy aún no existe, pero que
potencialmente existirá, aunque,
paradójicamente, ya existe de alguna manera pues están formándose para él hoy. O como dice
Terigi (2005: 68) “Lo posible no es lo que tenemos, no es ‘lo que hay’, sino lo
que somos capaces de hacer en procura del futuro que imaginamos, en función de
nuestras historias y de nuestro presente”.
Se trata de un país imaginado junto a sus docentes en el
salón de clases y en las comunidades cuando se forman en la comprensión de sus
dinámicas, en las comunidades y comunas; y esencialmente, para sí. No, como ocurre tradicionalmente, en condición de
explotación –subempleados y subvalorados- para reproducir el capital.
Dicho lo anterior, el problema teórico se expresa en una
educación para la independencia y soberanía nacional. Se trata de pasar de un
modelo pedagógico que promueve la dependencia basado en la repetición y la
memorización, a uno donde prevalezcan la invención, la creatividad, la
innovación, para lo cual es necesario trabajar en colectivo (romper la
individualidad egoísta), de manera territorializada (creando arraigos, sentido
de pertenencia, sentido de la comunidad, rompiendo la descontextualización), y
abocados a la resolución de problemas (con el fin de generar sentido de la
utilidad y de pertinencia).
“Esto
rompe con los enfoques clásicos del quehacer
social (muchos de ellos se cobijan bajo el termino de desarrollo), ya
que parte del principio de hacerse a sí mismo (al hombre –y a la mujer). En ese
hacerse, aparece un conocimiento construido y compartido colectivamente, el
cual no es visto como una mercancía, sino al servicio de la generación de
espacios de vida sustentable, como un bien público del cual todos velamos y
cultivamos.” (Aguilar, 2011: 88)
Otorgar sentido social a la educación significa introducir un giro
vertiginoso en la concepción educativa puesto que durante toda la vida
republicana (durante las “repúblicas oligárquicas que se fueron levantando
después de las independencias de nuestros países” (Aharonian, 2007: 23) la idea
robinsoniana de lo útil estuvo alejada de la praxis no así de los discursos.
Era en verdad una retórica vaciada de contenido aquella que hablaba de una
educación para el desarrollo, para el bien de la nación. Era falso porque no se
enseñaba a producir ni a transformar sino a repetir, camuflando todo el proceso
en un estéril positivismo que alejaba al sujeto de la realidad abstrayéndolo a
él y a la realidad y en verdad cosificándolo y cosificándola, pervirtiendo la
relación natural y humana con el conocimiento revistiéndolo de una racionalidad
falsa, de un hacer ciencia e investigación ineficaz que sólo producía papel (papers) y títulos.
El sentido social vendría de emprender una educación popular que nos
permita definitivamente salir del modelo ilustrado elitesco que, cuando fue
“público” sirvió para consolidar el modelo capitalista rentista y dependiente
que puso al servicio de los intereses de una minoría el trabajo y la
explotación de las mayorías.
Debemos por tanto recordar que la idea de un conocimiento útil nos viene
de Simón Rodríguez y, por el destino de las ideas bolivarianas tras la muerte
del Libertador y el ostracismo a que fue condenado el maestro, entendemos que
tales ideas no tuvieron calado en el sistema educativo hasta que fuera
reivindicado y rescatado del olvido por el presidente Chávez.
“Yo dejé a Europa (dijo Simón Rodríguez) por venir a encontrarme
con Bolívar, no para que me protegiese, sino para que hiciese valer mis ideas a
favor de la causa. Estas ideas eran (y serán siempre) emprender una educación
popular, para dar ser a la República imaginaria que rueda en los libros, y en
los Congresos (Rodríguez, 1975: t. 2, p. 516)” (Salazar, 2011: 57).
Justo es decir que siempre hubo quienes lo recordaran y le hicieran
justicia, pero sólo fue a partir de 1999 que pasó –su praxis- a formar parte
del discurso oficial y directamente de los programas y pensum.
“La Educación Popular es nutrida por Simón
Rodríguez con la teoría y la praxis, para sistematizar una visión política y
filosófica que transciende en el tiempo. Precisamente, el surgimiento de la
Educación Popular se sitúa en un contexto de cambios económicos, sociales y
políticos, y marca una diferencia con los “tratados” que hasta entonces se
habían publicado sobre la educación en general y sus principios.” (Salazar,
2011: 54)
Se busca entonces actuar sobre la realidad para transformarla haciendo
mano del conocimiento, por lo que resultará imposible usarlo en el sentido de
repetir ideas y conceptos elaborados fuera de contexto –por otros y con otros
fines-.
“…el plan de la Educación Popular tiene que
impregnarse de un espíritu transformador, impostergable y necesario para garantizar
la independencia y la libertad ya conquistada por las armas y dar ser a las
repúblicas nacientes. (…) Es una
educación para transformar “el hacer”, que no se limita al otorgamiento de
título y que sobre todo valora lo que el pueblo hace, vinculado con la
producción y el trabajo. (…) Su carácter
es público y, de este modo, social, para proporcionar la educación a un pueblo
que ha alcanzado su independencia y se erige en nación.” (Salazar, 2011: 58)
Valga acotar que la educomunicación,
área que por excelencia abordarán las UPA, cumple este cometido pues permite
pasar “del paradigma de la imitación al de la experimentación y el
descubrimiento”. En efecto, con Freire “sale la base fundamental de la
construcción de una subjetividad emancipadora” y con Kaplún, “se rescata la
premisa de que cuando a los educandos se los instituye y potencia como
emisores, logran una verdadera apropiación del conocimiento y generan una trama
cada vez más abierta de flujos comunicacionales, entre ellos y otros espacios sociales”
(Aharonian, 2007: 113).
Realidad abordada. En este orden de ideas, reflexionando sobre
la formación necesaria en el PFG Comunicación Social de la Universidad Bolivariana
de Venezuela, es preciso construir conocimientos útiles que coadyuven en la
transformación de la realidad. De ahí la necesidad de generar una educación que
fomente la creatividad, que tenga sentido del territorio y construya comunidad,
orientada a la solución de problemas. Y es precisamente esto último lo que la
hará creativa pues, los problemas a solucionar han de ser sentidos por personas
–tiempos y espacios- concretos.
Como lo plantea Aharonian “es importante mejorar el acceso local a la
información relevante en un contexto específico, impulsar la formación en TIC y
asignar recursos financieros (estatales) para ello”. Con proyectos como las UPA
“se busca empoderar a los pobres, es decir, alfabetizar, educar e investigar
pues sólo los pueblos informados y educados pueden acceder y participar
eficazmente en las sociedades del conocimiento” (Aharonian, 2017: 43)
Es así como la UPA (unidad de producción audiovisual) nace como proyecto
a ser ejecutado en este caso en particular, en una unidad educativa.
Entre los muchos elementos a favor está el Marco Legal, por ejemplo, en
el artículo 108 de la CRBV leemos: “Los centros educativos
deben incorporar el conocimiento y aplicación de las nuevas tecnologías”. Y en
el artículo 9 de la Ley Orgánica de Educación, en el aparte 3 se lee: “En los
subsistemas del Sistema Educativo se incorporan unidades de formación para
contribuir con el conocimiento, comprensión, uso y análisis crítico de
contenidos de los medios de comunicación social”.
En extenso, podemos afirmar apoyándonos en la
Lopna, en La ley Orgánica de Educación y en el Plan de la Patria que el Estado
debe garantizar servicios públicos de radio, televisión y redes de bibliotecas
y de informática para permitir el acceso universal a la información, en tal
sentido consideramos que en especial, los centros educativos deben incorporar
el conocimiento y aplicación de las nuevas tecnologías con el fin de crear las
condiciones que permitan la articulación entre la educación y los medios de
comunicación y contribuir al desarrollo del pensamiento crítico y reflexivo, la
capacidad para construir mediaciones de forma permanente entre la familia, la
escuela y la comunidad, en conformidad con lo previsto en la Constitución de la
República y demás leyes.
Así podremos alcanzar un nuevo modelo de
escuela, concebida como espacio abierto para la producción y el desarrollo
endógeno, el quehacer comunitario, la formación integral, la creación y la
creatividad, para las comunicaciones alternativas, el uso y desarrollo de las
tecnologías de la información y comunicación, la interpretación crítica y
responsable de los mensajes de los medios de comunicación social públicos y
privados, universalizando y democratizando su acceso, con la creación de un
nuevo orden comunicacional para la educación.
Objetivos. Por esta razón hemos de impulsar en los
subsistemas del Sistema Educativo la incorporación de unidades de formación
–que llamamos UPA- para contribuir con el conocimiento, comprensión, uso y
análisis crítico de contenidos de los medios de comunicación social, pues
compartimos la certeza de que la educación crítica para los medios de
comunicación debe ser incorporada a los planes y programas de educación y a las
asignaturas obligatorias, lo cual garantizará el acceso oportuno y uso adecuado
de las telecomunicaciones y tecnologías de información, mediante el desarrollo
de la infraestructura necesaria, así como de las aplicaciones informáticas con
sentido crítico y atendiendo a necesidades sociales y la difusión. Ello ha de
permitir la generación de contenidos basados en valores nacionales,
multiétnicos y pluriculturales de nuestros pueblos, a la vez que se fomentarán
los principios inherentes al Socialismo Bolivariano.
Con otras palabras, las UPA se apoyan en la
necesidad de ampliar la infraestructura y la dotación escolar para darle
continuidad a la incorporación de tecnologías de la información y de la
comunicación al proceso educativo, y una vez alcanzado este objetivo se
garantizará la producción permanente de contenidos que pueden ser difundidos a
través de los medios de comunicación regionales sobre los avances sociales,
políticos, culturales de la Revolución Bolivariana.
Estamos convencidos de que el fortalecimiento
del uso de los medios de comunicación como instrumento de formación para la
transición al socialismo, potencia los valores ciudadanos, así como el uso
responsable y crítico de los medios de comunicación. En esta tarea se hace
indispensable fomentar la investigación sobre la comunicación como proceso
humano y herramienta de transformación y construcción social, lo cual permitirá
consolidar la regulación social de los medios de comunicación como herramienta
para el fortalecimiento del poder popular, promoviendo e impulsando el Sistema
Nacional de Comunicación Popular (radios y televisoras comunales, periódicos
comunitarios, ambientalistas, obreros, juveniles, partidistas, sindicales,
campesinos, entre otros) como espacio para la articulación de significados y
relaciones producidas desde la práctica de la comunicación social y humana, con
el fin de transformar la realidad desde el Poder Popular organizado.
Como dice Zecchetto (2010: 103): “Está por
delante, pues, la tarea de la formación de educadores en la comprensión y uso
de los lenguajes audiovisuales y nuevas tecnologías y dentro de un contexto de
filosofía de la educación. Está claro que todo esto requiere de estructuras
susceptibles de adecuarse a estas exigencias”.
Metodología.
Sobre el entendido de que la educación debe
promover la independencia, lo fundamental es comenzar a construir un concepto
de trabajo (de producción, de economía) que haga realidad esa independencia.
Insisto: no se puede formar ciudadanos independientes si una vez que egresen de
la Universidad tienen que trabajar como asalariados en una empresa que
explotará su fuerza de trabajo (su talento, sus destrezas) para reproducir el
capital.
De modo que la independencia debemos
construirla diseñando espacios de trabajo independiente, autónomo, articulados
a una economía social emergente.
Por ello, es necesario pensar una educación
que permita a los estudiantes construir su propia fuente de trabajo, es decir,
su emprendimiento.
“En la búsqueda por contribuir a eliminar las barreras de la
exclusión, los emprendimientos productivos orientados a la inclusión social —o
emprendimientos socioproductivos— generan y ofrecen bienes o servicios con la
finalidad de que los procesos de producción y la inserción en el mercado
faciliten el desarrollo personal y la integración social de quienes se
encuentran excluidos.”
“Los emprendimientos productivos de inclusión social manifiestan
diversos formatos, tales como asociaciones civiles, empresas sociales, cooperativas
o empresas tradicionales. A su vez, son impulsados por actores de diversos
ámbitos de desempeño que buscan favorecer la inclusión a través de lo
productivo” (Mercedes, 2013: 9-10)
En esta línea de Investigación-Acción se
inscribe el proyecto UPA, el cual busca formar a los estudiantes como
productores audiovisuales. Como se sabe, la formación tradicional del PFG
brinda nociones y contenidos generales, pero llegada la hora de que el egresado
trabaje recibirá invariablemente un entrenamiento especial y particular para
poder desenvolverse cabalmente.
Lo que persigue el proyecto UPA es que durante la formación en el PFG se cree una línea
de formación transversal que especialice a
los estudiantes y futuros egresados en producción audiovisual. Que los dote de
las competencias necesarias y suficientes para insertarse en los circuitos
actualizados de generación de contenidos audiovisuales educativos en y para
televisión y comunicación 2.0.
Las UPA de
alguna manera parten de la toma de conciencia de que “el proyecto tradicional
de educación empezó a entrar en crisis, pues no podía seguir sosteniéndose sin
incluir el instrumental audiovisual en su proceso global. Por otro lado, una
enseñanza que asumiera los nuevos lenguajes tecnológicos requería de educadores
formados y con competencia audiovisual. En los dos casos, los instrumentos y
los lenguajes audiovisuales debían formar parte integral de los nuevos modelos
de experiencias educativas” (Zecchetto, 2010: 102).
La mencionada
transversalización se ha logrado a través de lo que hemos llamado “Planes de
Formación”
que consisten en talleres de una a dos jornadas dictados por especialistas en
áreas como sonido, cámara, lenguaje, fotografía, redes, economía productiva,
entre otros. La idea es que los contenidos de estos talleres se incorporen a los
contenidos curriculares, y en especial, que los docentes participen prestando
tiempo y espacio de sus unidades para que los talleres no ocurran
extra-cátedra, es decir en horas libres, sino en las dinámicas de formación formal
y normal sólo que, con un incentivo o un plus,
un algo más necesario, estratégico, fundamental
para alcanzar el objetivo de capacitación profesional para productores
independientes. Entendemos con Elizabeth Alves (2010: 142-144), que nuestros
talleres:
“forman
parte de las sesiones de trabajo colectivo con propósito formativo para el
saber-hacer (…) La formación como parte del hacer aplica, de manera directa, el
aprendizaje adquirido en el mismo momento en el cual se están adquiriendo los
nuevos aprendizajes de forma cooperativa (…) De la acción formativa a la acción
social de trabajo se pueden presentar ciclos tan cortos que pueden parecer
simultáneos.
Porque es
del trabajo de donde ha de surgir “la necesidad de formación como un continuo
para profundizar en la realidad” (Alves, 2010: 144)
Los
talleres han funcionado como introductorios, y la idea es que poco a poco y
según las exigencias y necesidades vayan ganando en complejidad y profundidad.
Hay que recordar que para la fecha –junio de 2017- el Proyecto que actualmente coordino
y que tiene como objetivo crear una UPA en el Complejo Educativo Simón
Rodríguez ubicado en el barrio Pinto Salinas Sector El Marite, se encuentra
cerrando el segundo año. Es decir, nos encontramos en la mitad, por lo que me
permito hacer un balance y una proyección.
El grupo ha
cumplido tres planes de formación y este último, que transcurrió en el primer
semestre del 2017, tuvo la cualidad de que involucró a más profesores y
profesoras, más espacios y recursos, y en especial contó con la producción de
la investigadora Diana Acosta, doctora adscrita al PFG Comunicación Social, quien
lo dotó de una mirada más amplia y de más largo aliento.
El año académico
próximo (períodos 2017-II y 2018-I) lo dedicaremos, entre otros elementos, a la
construcción de la factibilidad económica del proyecto para que el cuarto y
último año lo empleemos en el registro de la empresa y la búsqueda y
canalización del financiamiento.
Valga
informar que esta iniciativa de la UPA de alguna manera acompaña las gestiones
por una Universidad Productiva que desde la Coordinación de Integración
Socioeducativa se vienen realizando.
El movimiento ha resultado si se quiere simultáneo y hace parte de una misma
estrategia que involucra a todos los demás Programas de Formación de Grado en
la construcción de un Mapa Productivo del Eje Geopolítico Cacique Mara hacia la
creación de una Feria Productiva a la que sean convocados entes financieros en
procura de lo que se conoce como “capital semilla”. Valga
apuntar que este apoyo financiero –el apalancamiento
como se suele decir- debe ocurrir cuando científicamente se demuestre la
factibilidad económica del proyecto (algo que ha sido prácticamente ignorado
hasta ahora), por eso es que la Feria Productiva debe exponer no sólo la idea
del proyecto sino la factibilidad, ante la comunidad y, en especial, ante los
entes financieros.
Todo
este plan estratégico busca darle coherencia y continuidad –así lo
interpretamos- a la Resolución 1282 publicada en Gaceta el 11 de julio de 2011,
donde se lee, entre otros considerandos, que:
“La transformación universitaria pasa por
el estímulo y apoyo al desarrollo del protagonismo socioproductivo de las y los
estudiantes, de modo progresivo y diferencial, así como de la multiplicación
del número de proyectos productivos universitarios, que contribuyan a innovar
con fuentes de trabajo y a generar nuevas oportunidades de inserción
socio-productiva, con el fin de promover condiciones para la producción
autónoma de base científico-técnica independiente, como vía de fortalecimiento
de la soberanía nacional”.
Porque, como lo leemos en Empresas y emprendimientos productivos de inclusión social, algunos
aspectos estratégicos:
“Para que los
emprendimientos socioproductivos logren valor económico y valor social de
manera significativa en cuanto a su impacto y su escala, es fundamental la
existencia de un entorno favorable que los considere con sus posibilidades y
sus dificultades. Este entorno debe ser construido por una diversidad de
actores, pero la presencia del Estado es determinante”. (Mercedes, 2013: 12)
La realidad nos dice que los proyectos productivos
requieren apoyo financiero, pero este debe recaer en alguna figura jurídica. Y,
si hablamos de grupos de proyecto, obviamente se deben crear emprendimientos
productivos a través de una sociedad de productores en las que participen
estudiantes y egresados y muy probablemente, personas de la comunidad. Valga
apuntar que una empresa, como la define Bologna (2006: 250):
“es, por definición, una organización,
un microsistema social, una forma de cooperación, cuya razón de ser no reside
sólo en su capacidad de producir mercancías en grandes cantidades sino en el plusvalor creado por la cooperación, en
el valor añadido creado por el empleo de técnicas y de inteligencias humanas”.
Estas empresas sin duda novedosas al menos desde la UBV,
deben construir su factibilidad social y cultural, no sólo económica, o bien,
esta última, sobre la base de aquéllas. Desarrollando un “trabajo cooperante emancipador”,
el cual entenderemos como:
“aquél de naturaleza asociativa y
consciente que permite la complementación de capacidades y habilidades
objetivas y subjetivas de los trabajadores y trabajadoras participantes en la
elaboración de procesos colectivos de producción (y de servicio). El aporte
individual cobra significado y reconocimiento en el trabajo mancomunado y
articulado entre todo el colectivo. Existe una identificación con el hacer y su
relevancia social e histórica, por eso rompe con la alienación y favorece la
creatividad y la racionalidad humana. En tal sentido, en este tipo de trabajo,
se realizan actividades individuales y colectivas en las que se manifiesta el
empoderamiento, por parte del colectivo de trabajo, del saber transformador”
(Alves, 2010: 133)
Y uno de los elementos que fortalecerá la empresa
comunitaria –en este caso, la UPA- es la creación de un núcleo articulador, una
suerte de escuela popular de comunicación que permita –en el sentido expuesto
de saber transformador- formar para la producción de contenidos educativos de
manera territorializada. Sobre las escuelas populares como estrategia
articuladora entre la UBV y las Comunidades en 2010 reflexionaba lo siguiente:
“hay intercambio intelectual (y actividad
física) –por tanto, no valorización del capital y en consecuencia
des-alienación- cuando el salón de clases se territorializa, los sujetos se
subjetivizan, es decir, se organizan para aprender y trabajar juntos,
colectivamente, de modo que el salón de clases –glosando las condiciones que
hacen posible el método IAP (Montero, 2006: 35)- deviene espacio para la
- participación,
- sistematización de los métodos que permiten
la transformación y la recreación
de la realidad,
- reflexión colectiva,
- reflexión crítica,
- exploración con múltiples técnicas y estrategias,
- asunción de compromisos,
- planificación rigurosa que permita
«improvisar ante situaciones inesperadas»
Como bien nos lo explica Boaventura De Sousa
Santos (2008: 43) la investigación acción define y ejecuta proyectos de
investigación que involucran a las comunidades y a las organizaciones
populares, que avanzan articulando sus intereses con los «intereses científicos
de los investigadores» de modo que «la producción del conocimiento científico
se da estrechamente ligada a la satisfacción de necesidades de los grupos
sociales que no tienen poder para poner el conocimiento técnico y especializado
a su servicio a través de la vía mercantil» (León, 2010: 8).
De la UBIP sin
Proyectos a los Proyectos Socioproductivos
Por todo lo dicho, observamos un giro hacia la conciencia
productiva que se expresa en la urgencia de generar proyectos que transformen
la realidad y generen espacios de independencia y soberanía económica. Como se
apunta en el libro editado por la Corporación Andina de Fomento:
“Por su razón de ser, los
emprendimientos socioproductivos deben obtener resultados sociales y
económicos. El valor social se explica por la propia finalidad del
emprendimiento —la inclusión—, que va de la mano del empoderamiento individual
(personas que se asumen como sujetos de sus propias vidas) y colectivo
(capacidad de organizarse en grupo, identificar sus necesidades, definir sus
proyectos, negociar). En cuanto al valor económico, permite a sus integrantes
obtener ingresos para vivir de su trabajo, sostener el emprendimiento en el
tiempo y que éste dependa lo menos posible de fuentes únicas de
financiamiento”. (Mercedes, 2013: 17)
En ese marco se inscriben las UPA, no obstante, siempre
surgen aprensiones derivadas de la manera tradicional que se tiene de educar
cónsona con el capitalismo dependiente. Superar el rentismo pasa por consolidar
un sistema educativo que promueva una economía productiva y para ello es
necesario superar los límites del positivismo, de la falsa ciencia y el
subdesarrollo tecnológico. Y la única manera de lograrlo es construyendo
pensamiento, ciencia y tecnología concretas, territorializadas, comunitaria, en
diálogo con el mundo, pero en particular, con y desde la situación, la
localidad y el contexto. Como advierte Oscar Varsavsky, se vislumbran nuevos estilos tecnológicos
“…aún no puestos en práctica en ningún
país, entre otras cosas por no haberse planteado teóricamente este problema con
suficiente anticipación para tomar las medidas prácticas correspondientes, en
vez de someterse al mito tecnológico por falta de alternativas visibles, aunque
existan por ahora sólo en la mente de los hombres. Es éste el
sentido más profundo que puede tener el habitual deseo de “independencia
tecnológica”, y cada país o grupo de países que lo realice habrá creado una
“tecnología nacional” (Varsavsky, 2013: 29)
Para ello se requiere, ahora sí de verdad y no sólo desde
un teorizar aéreo:
“pasar del conocimiento disciplinario al
transdisciplinario integrado de manera transversal: de la homogeneidad de los
lugares y actores sociales a la heterogeneidad; de la descontextualización
social hacia la contextualización; de la aplicación técnica y comercial a la aplicación
socialmente solidaria, a la democratización y a la inclusión en la
participación como forma de hacer más transparente las relaciones entre las
universidades y otros centros de investigación u organizaciones sociales con
las Comunidades, Consejos Comunales, proyectos socioproductivos, misiones y
Bases de Misiones.” (Vargas y Sanoja, 2015: 316)
Esto se posobilitará, según los autores citados, a través
de la creación de Talleres de Ciencia (las Escuelas de Comunicación Popular
mencionadas arriba serían de este tipo), que definen como: “programas de
investigación monográfica que combinan la investigación-acción con la ecología
de saberes, que considera a la realidad como un conjunto cuyos elementos se
articulan en el tiempo y el espacio” (Vargas y Sanoja, 2015: 316)
En sentido estricto debemos procurar, los y las docentes
del PFG Comunicación Social, abrir e impensar las Unidades Curriculares (las
tradicionales materias) y convertirlas en espacio para el diálogo con la
realidad y el compromiso de transformación. “Consideramos
que impensar las ciencias sociales (proceso aplicable a las Unidades Curriculares
y las áreas de conocimiento en general) significa reconciliar lo estático y lo
dinámico, lo sincrónico y lo diacrónico, analizando los sistemas históricos
como sistemas complejos con autonomía, y límites temporales y espaciales” (López,
2009: 237).
Valga reafirmar que esta transformación no es otra que
pasar de una economía capitalista a una socialista, de la anomia social y el
individualismo depredador a la vida comunitaria, al sentido de comunidad.
Porque, como dicen los autores citados:
“Quizás la lucha más enconada en la que
se encuentra la Revolución Bolivariana en los actuales momentos es lograr la
ruptura de la hegemonía de la propiedad burguesa mediante nacionalizaciones
realizadas desde el Estado, la construcción de la propiedad social con la
participación directa y el control de los trabajadores y trabajadoras, de los
campesinos, obreros, mujeres, juventud (y no de la burguesía ni de la pequeña
burguesía alienada) en innúmeros
proyectos socioproductivos y, simultáneamente, la construcción y
fortalecimiento del pueblo como sujeto histórico mediante la gestación de una
ética y de una cultura revolucionarias y la creación de un componente cívico
militar comprometido con el socialismo, como garantía de la irreversibilidad
del proceso” (Vargas y Sanoja, 2015, 261)
Conclusiones
Esta ponencia hace parte del proceso de construcción del
Proyecto UPA, el cual con un grupo de estudiantes de comunicación social
venimos desarrollando, con el propósito de que, al graduarse, puedan ejercer de
manera autónoma el oficio de comunicadores sociales. La particularidad de este
proyecto es que visualizamos la UPA al interior de una escuela, para que de
este modo acompañe de manera transversal a los niños y niñas, maestros y
maestras, en un proceso complejizado por la interacción de las Tecnologías de
la Información y la Comunicación.
El Programa de Formación en Comunicación Social tiene
estipulado durar cuatro años; de lo que se trata es que en el transcurso los
estudiantes reciban una capacitación que les permita la creación de un
emprendimiento productivo, en otras palabras, de una empresa que preste
servicios en la producción de contenidos audiovisuales con la participación de
la comunidad educativa, y, especialmente, con arraigo territorial, es decir,
con conciencia de la escuela y de su entorno, de la región y el país.
Producir comunicación es hoy una de las actividades más
importantes y decisivas. En ese sentido, la UPA es un esfuerzo por aprender a
hacer comunicación (educomunicación) con la participación de niños, estudiantes
y profesionales de la educación, partiendo de la siguiente premisa: la
comunicación necesaria es aquella que necesitamos hacer para transformar la
realidad.
Entendemos que: “El despliegue de los recursos digitales
configura un nuevo ecosistema del aprendizaje que integra lo oral, lo impreso y
lo digital; la enseñanza, la colaboración y la experimentación; el aula, el
hogar y la comunidad. No son herramientas complementarias, sino un entorno
nuevo, inesquivable y que debe ser dominado por alumnos y profesores.”
(Fernández, 2017)
Pero, pese a esta realidad que emerge y puede
sobrepasarnos, somos testigos de que “La formación docente en el uso de los
recursos digitales es inadecuada. Insignificante en la universidad, errática en
el trabajo, sesgada hacia la informática de usuario en detrimento de la
competencia pedagógica digital y sin vinculación a proyectos colaborativos”
(Fernández, 2017). En tal sentido, creemos que una unidad como la UPA,
transversal a la escuela y de alguna manera integrada por los niños, maestros y
en extenso por la comunidad de madres y padres, por la comunidad toda, puede
desde las bases iniciar un proceso de interacción con tecnologías tan
determinantes de la realidad hoy día. Como todos sabemos: “Con la
digitalización vivimos un cambio social equiparable al que, en su día, con la
imprenta, supuso el arranque decisivo de la institución escolar, pero más
veloz” (Fernández, 2017). Aunque compartimos la paradoja de que “es más fácil
crear una institución de la nada que transformarla con toda su pesada inercia,
por lo que entramos en una larga travesía experimentación, incertidumbre y
resistencias” (Fernández, 2017).
El Proyecto busca vencer esta inercia, y los estudiantes y
la comunidad educativa están llamados a construir una relación inédita que
esperamos será fructífera.
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