Semana Educación habló
con el investigador chileno Eugenio Severín. El experto considera que la
tecnología es una herramienta fundamental para la enseñanza y que puede
revolucionar el rol del docente.
Eugenio Severín es el
director del programa ejecutivo “Tu clase, Tu país”, un programa que desde hace
cinco años se implementa en Latinoamérica para mejorar el nivel de formación de
los docentes. El investigador chileno estuvo recientemente en Bogotá como
invitado a dictar una conferencia en la Cátedra de Pedagogía, un evento en el
que participaron más de 700 docentes y en donde se socializó el Sistema
Distrital de Formación Docente, el cual pretende ofrecer a los maestros la
posibilidad de capacitarse.
Semana Educación
(S.E.): ¿Qué significa ser un buen profesor? Eugenio Severín (E.S.): Un buen profesor es una persona capaz de
lograr que sus estudiantes aprendan lo que necesitan para la vida. Sin embargo,
resulta ser una respuesta tan obvia y tan amplia que termina no diciendo mucho.
Yo creo un profesor tiene que ser una persona que es capaz de diseñar
experiencias de aprendizaje significativas para sus estudiantes. Tal vez uno de
los grandes retos de hoy es el cambio del paradigma del docente, pues antes era
quien transmitía el saber; ahora lo que hace es producir experiencias de
aprendizaje para sus estudiantes.
S.E.: ¿En qué consiste
el proyecto “Tu clase, Tu país” y en qué ha contribuido en la enseñanza en
Latinoamérica? E.S.: “Tu
Clase, Tu País” es un proyecto que tiene ya casi cinco años y busca mejorar la
calidad de la formación y el desarrollo profesional de los docentes. Lo
esencial de esta estrategia tiene que ver con hacer un acto de confianza en los
profesores y poner al docente como actor de su propio desarrollo profesional.
Durante muchos años en América Latina se impuso la lógica de que los sistemas
públicos eran los que decidían lo que los profesores tenían que saber hacer y
trabajar en el aula, y yo creo que lo que hoy tenemos que hacer es devolverle
al profesor su carácter profesional. El maestro es el que está en el aula, él
es el que conoce a su estudiante y su contexto y él es el que tiene que tener
contenido, criterio, herramientas y conocimientos que le permitan tomar buenas
decisiones.
S.E.: ¿Qué tan
valorada es la labor del profesor en Latinoamérica? E.S.:
Ciertamente, en muchos países, la figura
del maestro no está valorada y por eso su labor se ha desprofesionalizado. A
los profesores los fuimos convirtiendo en ejecutores de guiones, de recetas, de
currículo, de guías. Como eran unos ejecutores de prácticas no es necesario
pagarles tanto, y como no es necesario pagarles tanto, lo que fuimos perdiendo
fue que las mejores personas, las mejores mentes, la gente más preparada y más
inquieta, decidió dejar la profesión docente. Yo creo que hemos hecho un largo
camino de deterioro de la labor y del valor del profesor, y tengo la impresión
de que en los últimos cinco o seis años en América Latina hemos empezado a
revertir eso. Creo que las políticas de formación docente, de desarrollo
profesional, incluso de salario, van en la dirección contraria: revaloran el
rol del docente y lo vuelven a poner en el centro de la experiencia. La
calidad de la educación no depende de ningún otro factor que de la calidad de
la experiencia que el docente le proponga a los estudiantes.
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S.E.: ¿Qué
experiencias exitosas conoce en formación docente que hayan tenido un gran
impacto en los estudiantes? E.S.: A mí me tocó conversar con una profesora que permitía que los
estudiantes tuvieran dispositivos como teléfonos, tabletas y computadores en el
aula. Su clase consistía en lo siguiente: ella planteaba una serie de conceptos
en la clase y decía: “hoy vamos a ver estos cuatro conceptos”. Uno de los
conceptos ella lo iba a explicar mal intencionalmente, y los últimos diez
minutos de la clase consistía en que los estudiantes, usando sus dispositivos,
tenían que descubrir cuál era el concepto que ella había enseñado mal. Al
final, los estudiantes que gastaron 10 o 15 minutos en descubrir el error
aprendieron mucho mejor los cuatro conceptos que si solo se hubieran quedado
con la clase expositiva de la profesora y sin ningún error. La tecnología ahí
está utilizada como un instrumento; lo esencial es el diseño de una experiencia
lúdica, que les permita a los estudiantes cuestionarse al respecto del
aprendizaje y del contenido del aprendizaje. Entre otros casos, conozco también
el de una profesora de Historia que descubrió que sus alumnos eran muy buenos
editando y haciendo películas en el teléfono, entonces lo que hacía es que en
cada clase designaba un grupo de dos o tres estudiantes que tenían la tarea de
grabar la clase y de convertirla en un clip de tres minutos. La clase siguiente
miraban el clip que el grupo había hecho y discutía si el clip resumía bien la
clase o no. Es una experiencia pedagógica riquísima y didáctica en torno a la
Historia. Y otra vez la tecnología estaba ahí como un instrumento para que esa
experiencia pudiera operar.
S.E.: ¿Cuándo la
tecnología puede llegar a ser perjudicial en la educación? E.S.: No es posible pensar en educación sin
tecnología de aquí en adelante. Una educación que prescinda de tecnología sería
una práctica que no está formando para la sociedad de hoy, y de esta manera no
cumpliría su misión fundamental. Cuando ponemos a la tecnología en el centro de
la preocupación terminamos desperdiciando los recursos tecnológicos y perjudicando
las experiencias educativas. Lo que hemos aprendido es que la tecnología es un
instrumento que sirve para proponer a los estudiantes experiencias de
aprendizaje significativas. Y otra vez, no es posible ninguna experiencia
significativa para los estudiantes del siglo XXI si no se incorpora la
tecnología. Para los estudiantes, la tecnología es un componente fundamental de
sus vidas, es parte de su cultura y es parte de su identidad.
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