LEONARDO FAVIO


MUCHA GENTE EN VENEZUELA IGNORA, Y MUY POCA TERMINA DE ACEPTAR, QUE LEONARDO FAVIO ES MÁS RECORDADO EN EL MUNDO COMO CINEASTA QUE COMO CANTANTE. Y MUCHA MENOS GENTE RECONOCE EN ÉL LA LLAMA REVOLUCIONARIA Y UN IMPULSO QUE LO ACERCABA A LA REVOLUCIÓN BOLIVARIANA

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POR JOSÉ ROBERTO DUQUE • @JROBERTODUQUE 

El ciudadano Fuad Jorge Jury bajó del avión en el aeropuerto de Santo Domingo, que sirve y servía entonces a la ciudad de San Cristóbal. No era exactamente un anciano, pero algunas señales de su cuerpo indicaban que tampoco era aquel joven recio y atronador (y vaya que su voz lo era) que, 30 años atrás, enloquecía hasta el desmayo a las mujeres y a más de un hombre de América Latina; era recibido con honores de jefe de Estado y, en general, se encontraba en “la cúspide de su estrellato”. He puesto entre comillas esa última expresión para que me perdonen el uso de ese lugar común, del que al final no me arrepiento, porque ese mismo hombre llegó a hacerse famoso con piezas que decían cosas como Hoy corté una flor (y shovía, shovía) esperando a mi amor (y shovía, shovía).

Llegó entonces el personaje de nombre extraño, dispuesto a reaparecer un cuarto de siglo después en la capital tachirense, se encaminó a cumplir los trámites de ingreso y allí estaban, esperándolo, medio centenar de señoras y señores de entre 40 y 60 años de edad, tal vez un poco mayores, que se enteraron de que el hombre venía a cantar y fueron a recibirlo. Esta vez no hubo desmayos pero sí que lo aplaudieron, le hicieron fotografías, lo saludaron con cariño.

Ese hombre de sesenta y tantos años, alto, encorvado, que se apoyaba en un bastón y lucía una bandana que le cubría la cabeza totalmente rapada (efecto de la lucha contra el cáncer de médula) era aquel que se hizo famoso en los años 60 y 70 con el seudónimo de Leonardo Favio. Los locos de un local merideño llamado La Patana, ese que se ha reproducido en otras ciudades, lo habían invitado para que diera unos recitales en San Cristóbal y Mérida. Uno de ellos comentó en voz baja el chiste ácido y feo del momento: “Verga poeta, vamos a adelantar ese concierto para hoy, yo no creo que este carajo llegue a mañana”.
Los conciertos (porque fueron dos) no se adelantaron sino que se retrasaron: los toques a los que se refería el jodedor patanero estaban programados para el 11 y 12 de abril de 2002.


QUIERO APRENDER DE MEMORIA…

La corta pero deslumbrante discografía del cantautor argentino había causado estragos en los escuchadores de música de todo el continente, en un tiempo en que todavía había familias que se sentaban alrededor de un aparato de radio a escuchar emisoras o discos de acetato, aquellos long play. El tipo había pegado algunas canciones de letras abominables y melodías facilonas (Ani, Ani, Ani: yo no te amo / y sin embargo / te necesito (…) No estoy enamorado de ti / porque no es amor lo que siento por vos, y ese tipo de vainas), pero las cantaba con una catarata de voz tan potente y bien despilfarrada que un niño como el que yo era en los años 70 no entendía muy bien si el cantor pretendía enamorar a la muchacha o aterrorizarla. Con el tiempo lo entendí todo: el hombre pretendía las dos cosas, y las mujeres sumisas de la época estaban encantadas de que así fuera. Pero también soltaba Leonardo unas líricas de altísima poesía. Aquello de Quiero aprender de memoria, con mi boca, tu cuerpo / muchacha de abril / y recorrer tus entrañas / en busca del hijo que no ha de venir; o aquello: Y junto al mar la fiebre / quemándome la entraña / soñábamos con hijos / que nos llevó la playa… Nadie nunca ha vuelto jamás a gritar la palabra playa con tanta furia como lo hizo Favio en esa grabación.

O aquella: Quiero aprender de memoria, con mi boca, tu cuerpo, muchacha de abril…

O eso otro: La soledad es un amigo que no está, / es su palabra que no ha de llegar igual. / Ves que sus sueños son luces en torno a vos / y te das cuenta que ya nunca ha de morir. Algunos críticos, envidiosos y coñoemadres casi siempre, aseguraban que las letras buenas no le pertenecían sino que se las había escrito su mamá. En este caso en particular no fue su mamá sino Luis Alberto Spinetta.
Nos embelesamos tanto con esas canciones retorcidas y con la forma medio arrecha en que las cantaba Leonardo Favio, que en su momento nos perdimos su obra cinematográfica. Según el decir de los cinéfilos y conocedores es lo mejor del cine argentino, y algo de lo más grandioso del cine latinoamericano.

ALGUNOS CRÍTICOS, ENVIDIOSOS Y COÑOEMADRES CASI SIEMPRE, ASEGURABAN QUE LAS LETRAS BUENAS NO LE PERTENECÍAN SINO QUE SE LAS HABÍA ESCRITO SU MAMÁ
Nos perdimos también su trayectoria política y su biografía llena de datos de clase: fue un niño pobre y eso se nota en sus películas; fue peronista militante y eso también se nota. Cuando murió estaba en plena producción de la que iba a ser su última película, titulada El mantel de hule, un homenaje a la memoria de su niñez.

Favio tuvo un papel protagónico en un episodio de la historia argentina conocido como la “masacre de Ezeiza”, un confuso enfrentamiento entre facciones peronistas al regreso del general a Argentina, luego de su exilio, en 1973. Las crónicas lo recuerdan en una situación controvertida e incómoda: el cantor-presentador del acto de bienvenida al general con una pistola en la mano y un micrófono en la otra, hablando de la paz y llamando a la calma ante centenares de personas dispuestas a enfrentarse, y finalmente enfrentándose. La versión más difundida habla de una emboscada por parte de grupos de derecha en contra de militantes montoneros.

***
Cuando llegó a Venezuela les confesó a los pataneros que traía la intención de conocer personalmente a Hugo Chávez, a quien profesaba admiración y fascinación; para cualquier argentino tenía y tiene que ser más o menos enigmático el que un militar haya establecido una conexión afectiva tan profunda con el pueblo pobre. Para cualquier argentino, sí, pero no tanto para uno que se conocía al pelo la vida y circunstancias de Perón: Leonardo Favio realizó un documental sobre Perón y quería hacer lo mismo con Hugo Chávez. Pero llegó en el momento menos apropiado: justo cuando estallaba la conmoción que sacó al comandante del poder por 48 horas.

El director del diario Clarín, decano de la podredumbre disfrazada de periodismo en Argentina, llamó a su amigo el cantante, alarmado por las noticias que le llegaban de Venezuela. Le ofreció mandarlo a buscar de emergencia en su avión privado. La respuesta de Leonardo Favio fue: “Che, tranquilo: yo no estoy en peligro en Venezuela, aquí estoy aprendiendo cómo es que se hace una revolución, que este pueblo sí tiene huevos para hacer una de verdad”.

Favio se fue de Venezuela sin haber conocido a Chávez, pero Chávez sí se enteró de la visita de Leonardo y le envió algún saludo. Las cosas no estaban en esos días para que recibiera a otro de sus ídolos de la infancia.

Los testimonios de esa visita a Venezuela de Leonardo Favio (nacido un 28 de mayo: estaría cumpliendo 80 años, pero murió a causa de una neumonía en 2005) me los proporcionó Edgardo Peña, del equipo de La Patana-Grupo Iven, encargados de recibir y movilizar al cantor en sus presentaciones en San Cristóbal y Mérida, realizados finalmente una semana después del golpe de abril de 2002.

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