NOCIONES PARA APRENDER A HABITAR ESTE MUNDO INCÓMODO

 

Presentación del libro de poemas de Ana Felicia Núñez, Luna de Agua, publicado por la Editorial Urgente y bautizado en La Orilla Cultural.

Por

José Javier León

 

Maracaibo, Isla Dorada, 25 de enero de 2025

 


Lecturas varias podemos hacer de un libro de poemas, mas hay una veta pedagógica que vale la pena explorar sobre todo para tocar o rozar aspectos que suelen pasar desapercibidos. Ese filón pedagógico es también, por supuesto, una forma refinada de diálogo, de cruce de palabras, de impresiones o pareceres que van, en este caso, en el caso de la poesía, a un núcleo central, dinamo de las esencias.

El libro de Ana Núñez es, desde varios aspectos que abordaremos en esta presentación, un libro pedagógico, pero de esa pedagogía que, como la eleusina, se abre –o mejor, se cierra con nosotros dentro- para permitirnos ver –como iniciados-, en la gracia del libro, y por ende compartir, una visión, una experiencia, un conocimiento.

Desde esta dimensión, los dos primeros versos señalan la ruta:

Ver el viaje del otro

nos prepara para el nuestro

 

Ayuda –enseña, insistamos en ello- a ver posibilidades, a reducir el miedo, para aprender a habitar este mundo incómodo. El método: avanzar buscando lo que con-mueve, lo que se mueve con nosotros, lo que despierta los sentidos e inquieta el alma, lo que revela la vulnerabilidad de la razón.

Eso otro que sabe o conoce, le permite –nos permitiría- entender la insignificancia, lo obvio, lo superficial, pero no para subestimar sino para re-encontrar-lo en su dimensión sagrada y efímera: abrazos, besos, caricias, noches en vela, primeras veces, primeros pasos.

Decía Rimbaud: «El primer estudio del hombre que quiere ser poeta es el conocimiento de sí mismo, por completo; busca su alma, la inspecciona, la pone a prueba, se instruye en ella. Al conocerla, debe cultivarla [ ...]. Digo que se debe ser vidente, hacerse vidente».

El camino, como vemos, es conocer-nos para llegar al alma, para conocerla y cultivarla, instruirnos en ella, lo cual nos permitiría alcanzar la videncia. Es el camino que Sócrates propone: cuidar de sí, ocuparse de sí es conocerse.

Luna de agua es a su modo un pozo de paradojas: como el ciego Tiresias de la tragedia griega, en el poema de Ana, su experiencia transcrita dice: Cuando veo el futuro/ cierro los ojos. Lo que abre a un ver -en el poema-, que va más allá del ojo para llegar al tacto.

«El tacto, dice el fotógrafo ciego Evgen Bavcar, único sentido de la verdad material, percibe aquello que no es perceptible para el ojo, dicho de otra manera, el ojo como órgano de la distancia se puede engañar con la realidad de las cosas, sin embargo, el tacto nos puede informar, en primer lugar, sobre los puntos ciegos de nuestro propio cuerpo, como proyectado hacia el exterior en el mundo de los objetos».

El ciego ve en tres dimensiones, el que ve en dos. Dice Evgen: «El ciego se imagina la mesa como cuerpo duplicado por el espejo, sin embargo, el que ve cree ver la mesa cuando ve su reflejo en la superficie del espejo». La madre en el poema de Ana Felicia, a la hora de tocar a los hijos, dice:

La suavidad de sus cabellos

se queda en mis manos

 

Recordemos a Anaxágoras cuando sentencia: «El hombre piensa porque tiene manos».

«El contacto de la mano y el universo de objetos e incluso de sujetos que se estrechan con ella, va dejando un poso de experiencia», dice el cirujano Cristóbal Peras.

Y es que en Luna de agua se toca hasta el alma. Hay conciencia de un interior –y de un exterior que se interioriza- y que más que espiritual es físico, en todo caso, en un sentido en el que lo espiritual, -lo umbrático, lo que está al borde y en el borde-, y lo físico como tal, se identifican.

Con lucidez hecha materia, de cuerpo comprensivo y di-siente, dice, transido por la quimio:

Las distancias se vuelven más largas

algunos espacios cotidianos de la casa

son ahora remotı́simos e inalcanzables.

 

Es physis y psyche, es cuerpo y alma, una concepción digamos primitiva que plantea el alma como un continuo material cargado de fuerza vital diseminado en todas las cosas.

Son manos, sí, pero que no saben qué hacer con tanto alambre. Es un saco de arena, sí, pero que no cabe en un vaso frío.

Una y otra vez se trata de una materialidad sublimada, de lo concreto o físico transmutado, transfigurado, pero no por efectos de algo onírico o alucinógeno, no hay neblina o noche romántica, sino, paradójicamente, impelencia de la realidad cruda, monda y lironda, desnuda, que no deja lugar a dudas, que despeja toda ilusión y borra el presentimiento.

Estoy en ese lugar

que ya no cede un milı́metro a la especulación

 

Aquí estoy

Me dice la realidad

 

Es ello precisamente lo que impone un corte en el tiempo con un aquí y un ahora que deja sin asidero el discurso vacuo de la esperanza a futuro, la esperanza –ahora- es estar aquí. Aquí la mente tapa el horizonte.

Nadie, dice Heráclito, se baña dos veces en el mismo río, pero la paradoja que nos ofrece el libro de Ana es un tanto demoledora, no habı́a otro rı́o sino este, lo cual retuerce la versión clásica para arrojarnos a la evidencia de que poco importa aquel, ese que cambia allá afuera, externo, eterno como impasible, cuando el nuestro está aquí y es único e ineludible. Paradójico es, también, que en un libro donde se invoca tanto el movimiento, prevalezca el aquí, el ahora, sin apelar al instante y su fuga, sino a la presencia que se prolonga en un «agua quieta».

Ahora bien, para conocerse, dice Foucault, hay que replegarse, apartarse de las sensaciones, de la influencia de los acontecimientos externos. Dice, además, cuidar de sí es contemplar el alma, y en sabiduría órfica cuidar el aliento, cuidado que debe realizarse tomándose a sí mismo como objeto de cuidados: vivir como se piensa y pensar como se vive, y, además, saber sentir para saber pensar.

Esa rotundidad de vivir se expresa en versos como:

Que digan mis amigas

que estuve en este mundo

Estoy conforme

con mi ser radical

y puro

jamás pedı́ clemencia

vivo y rı́o a carcajadas

canto y bailo

 

Es la conciencia de un vivir que es una forma de estar en plenitud –¿plenilunio?-, de asimilar, de llenar con todo el cuerpo el presente, hasta atravesarlo en la corriente de los días como haciendo un dique.

me veo en el espejo y no pasa nada

excepto lo que pasa.

 

Otra paradoja inquietante: lo que pasa no pasa. Se está quieto.

De nuevo, una relectura lúcida de Heráclito y la paradoja del río, confrontada con la realidad vivida en un presente impávido, con los ojos desnudos, sin cejas ni pestañas, que te mira-n fijamente y te deja-n sin refugio:

una soledad de la que no puede huirse

un vacı́o que no se llena con nada

 

«Te mostraré el miedo en un puñado de polvo», llegó a decir TS Elliot. Ana, dice en Luna de agua: «Con un manojo de nervios en la mano/ me muevo». No es la definición del polvo y su estallido, sino la vida crispada en movimiento, movimiento dis-continuo, imperceptible o no, en cualquier caso y siempre mudanza, interior y física.

Pienso, luego existo reza el cliché occidental, Si me asalta la duda/ es por el efecto de la quimio, dice Ana. Dice más: lo que conocemos como reflexión dilatada o cavilación, la traduce -en esta suerte de diccionario de la impavidez-, en largas horas de paclitaxel y carboplatino, terapias de realidad estoica, indolente hasta el espanto, tras las cuales la razón queda hecha añicos frente a la realidad material, física, sin cortapisas, literalmente cortante, que se impone, que está en una sala de disección sin paraguas y sin juegos surrealistas que valgan, que nada salvan.

Es raro sentir que por fin me conozco, dice Ana Felicia, tengo la ilusión de que sé interpretar lo que me pasa.

….

es necesario -insiste

mirarse una y otra vez al espejo

hasta encontrarnos

para seguir queriéndonos

 

Para llegar a ello no basta, no importa, no es necesario, lo externo que encandila, sino que ocurra dentro/ un lento baile/ de iniciación. Porque cada uno tiene su propio rumbo, su cita con lo desconocido, su camino incierto, su propia historia con el silencio.    

Y mientras, afuera, ¿qué ocurre? El estruendo, el diagnóstico, la desviación, la circunstancia, la posibilidad del precipicio.

Amigos, amigas, finalmente, cuando hemos necesitado decir algo imposible, un deseo desbordante que nos calla y acalla, hemos implorado la gracia de César Vallejo, que dijo: «quiero escribir, pero me sale espuma/quiero decir muchísimo y me atollo». Contemos en Luna de agua, con esta brevísima y lacónica forma de decir que salda su propia cuenta con la historia y el escepticismo:

«Tengo silencio de escribir.»

Bien, con esta apertura, leamos Luna de Agua, un libro urgente y reposado en una angustia cimbreante, que atestigua, que reclama nuestra atención, y repasemos la historia que nos trajo a todos y a todas hasta aquí, a esta orilla del mundo que hacemos, hilo de plata y Lago, flor de loto, jardín de las incertidumbres.

 

Puedes descargar el libro desde el blog de la Editorial Urgente

https://editorialurgente.blogspot.com/2024/12/poemas-luna-de-agua.html 

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