Nota sobre un aspecto del libro La cajita infeliz de Eduardo Sartelli
donde extrañamente se confunde ganancia y plusvalía
A
Tony Boza
«La tasa de explotación se mide en la proporción del valor
no pagado (que es mucho mayor que la mera tasa de ganancia. Mostrar la diferencia entre dichas tasas (de
«ganancia» y de «explotación») es una cuestión que no tiene sentido económico,
sino político, ético, ya que va dirigida a dar «conciencia de clase» a la clase
explotada (lo cual constituye la finalidad de toda la producción teórica de
Marx)»
Parece que
no resulta raro confundir ganancia y plusvalía, pero ciertamente no son lo
mismo, y la distinción la hizo el propio Marx. De ahí que resulte extraño que
marxistas lo confundan y, obviamente, nada raro que lo hagan los economistas
que le hacen el juego al capitalismo. Sartelli lo confunde, siendo marxista, y
por eso me extraña y por eso escribo.
Advierto
que estoy gozando la lectura de La cajita
infeliz (El Perro y La Rana, Caracas, 2012), y por lo mismo, me divierte
discutir algunos aspectos, desde por supuesto, mi poca pericia en estos temas.
No obstante, por lo que voy entendiendo, si confundimos ganancia y plusvalía
nos vamos a alejar del análisis de la realidad para caer en un teoricismo con
ribetes de radicalidad inane que desdice sin embargo de lo que al marxismo le
toca en cuanto al análisis propiamente de la realidad.
Me
explico. Confundir ganancia y plusvalía es dejar la discusión en un ambiente
puramente teórico y abstracto sin condescender a la realidad donde, en efecto,
existen no sólo la ganancia sino la plusvalía, como entidades bien distintas y
separadas.
Que juntas
ganancia y plusvalía, se conviertan en ganancia monda y lironda no nos exime de
distinguir la diferencia. Para el (economista) capitalista pueden ser lo mismo
pero, para el marxista, no. Para el segundo, la ganancia puede recibir un
análisis estrictamente económico, pero la plusvalía será siempre asunto que le
compete a la política y a la ética. Vale decir, no se puede discutir la
plusvalía sino en el plano político y ético, pues se trata de una operación
otra vez estrictamente extra-económica. Este carácter, precisamente, hizo que
ciertos economistas marxistas desestimaran su análisis y lo tiraran al tacho de
basura junto al fetichismo.
Hablar
entonces de ganancia sin más, es incluir en el plano económico algo que no lo
es del todo, y con esta si se quiere sutil operación de encubrimiento queda
fuera del análisis y lo que es peor, de la crítica correspondiente.
Ya en una nota anterior advertí que Sartelli permanece en algunos aspectos clave
extrañamente en un ambiente teórico siendo que tantas referencias hace a la
realidad incluso cotidiana. Él cree, dije, que el valor de una mercancía
depende del trabajo para producirla y que ello en consecuencia impactará en su
precio. La tecnología entonces aliviaría la producción y por ende haría bajar
los costos y finalmente los precios… pero, ya sabemos que ocurre exactamente lo
contrario. Para el capitalista la baja en los costos de producción se
convierten en furioso acicate para especular sobre los precios. Además, los
bajos costos de producción implican una mayor explotación a los trabajadores
que haciendo mano de la tecnología producirán más sin que ello repercuta
seriamente en una mejora de sus salarios. Seguirán de hecho ganando lo mismo (o
sea, tendencialmente menos) aunque la producción aumente considerablemente.
Esto es, en resumidas cuentas, lo que verdaderamente ocurre. Sin contar con las
aberraciones del trabajo en las maquilas, cuando los capitalistas no invierten
en tecnología sino en contingentes humanos que laboran en condiciones de
artesanado cuasi industrial feudal y servil.
Dicho
esto, volvamos al punto que motiva esta nota.
La
ganancia es todavía un asunto
económico. Es decir, la ganancia quedaría definida por el excedente que el
capitalista obtiene por invertir en la producción de mercancías. Esta ganancia
le permite expandir sus inversiones y además, claro está, contempla el
fortalecimiento político y social de su clase social. Pero lo importante es que
la ganancia hace parte del precio de costo que incluye los costos de producción
los cuales, en términos capitalistas, supone «el valor de los desembolsos más
el valor de la ganancia media» (Marx, citado por Dussel, p. 215)
Por eso,
confundir ganancia y plusvalía es el error fundamental, dice Dussel, del
mercantilismo, que tiene interés ya se sabe en que la confusión persista. En
efecto, una mercancía se puede vender por sobre su valor pero este incluye ya
el plusvalor «como cantidad de tiempo objetivado por sobre el valor necesario
para la reproducción de los medios de subsistencia del obrero» (p. 119). Para
Marx –siguiendo a Dussel- se determina en el nivel de la circulación y del
mercado porque el «costo de producción» son exactamente costos o gastos de
producción a lo que se suma la ganancia media dada por la competencia en el
mercado. Véase que esto ocurre al interior de –digámoslo así- las leyes del
mercado. Aquí plusvalor y ganancia parecen,
sólo parecen lo mismo, mas
«entre las ramas, entre los capitales individuales, etc., puede distribuirse el plusvalor de tal
manera que éste sea mayor o menor a la ganancia media. Con ello, Marx ha
descubierto el “eslabón perdido” entre el valor y el precio de costo o “precio
natural” según Ricardo. Ambos pueden ser distintos sin destruir la “ley del
valor”; es decir, se puede ver la continuidad entre persona humana del
trabajador, trabajo vivo, capacidad de trabajo, salario, plusvalor como robo de
vida humana, ganancia media como una cierta distribución de ese robo de vida
humana, determinación del precio de costo, y aun un precio de mercado que pueda
ser superior al precio de costo y que, sin embargo, exprese sólo el valor de la
mercancía (que contiene igualmente una media que distribuye el plusvalor). O
sea que, Marx puede medir éticamente, o desde el trabajo humano, la totalidad
de las categorías y la realidad económica capitalista, y, por lo tanto, puede
hacer una crítica ética de ella (si por “ética” se entiende, justamente, la
crítica a la moral establecida y dominante del capitalismo).» (Dussel, p. 194)
La plusvalía es como vemos, otra
cosa. Es en términos estrictos, robo. El capitalista hace trabajar al obrero
más allá de lo necesario, es decir, más allá de que este cubra su salario, pero
también más allá de la ganancia de la
que ya hemos hablado. Porque lo que entendemos es que el trabajador produce no
sólo el salario sino un plus, la ganancia, mas ello lo hace en un lapso de
tiempo menor a la jornada laboral que fija el capitalista y que cada tanto es
sometida a presiones políticas, de reducción o aumento de horas. Además, no se
puede perder de vista que el salario forma parte de la estructura de costos.
Explica Dussel: «El salario (o la “parte” del dinero-capital
comprometida: en comprar el trabajo) es así “una condición necesaria en la
construcción del capital y permanece como el presupuesto (Voraussetzung)
constante y necesario” (103, 21-22; 118)» (p. 75). Esto indica que la jornada laboral
tiene un colchón de maniobra política en el que toma la siesta la plusvalía.
Ello trae severas consecuencias que hay que examinar, porque el precio de las
mercancías ya está de alguna manera fijado en el ámbito económico, es decir,
prescindiendo de la plusvalía, las mercancías salen del trabajo, de la
producción, con un precio que contempla salarios, inversión y ganancia.
Trabajo
productivo, en el sentido de la producción capitalista, es el trabajo
asalariado, que, al ser intercambiado por la parte variable del capital (la
parte del capital invertida en salarios) no
sólo reproduce
esta parte del capital (o el
valor de su propia capacidad de trabajo), sino que produce, además un plusvalor
para el capitalista. [...]
(Marx, citado por Dussel, p. 137)
La
plusvalía ocurre como se ve fuera del ámbito económico y forma parte
frontalmente de la guerra social, encubierta y despiadada de la clase
capitalista contra los trabajadores. Es la cara más embozada de los
capitalistas, de la clase burguesa, que pretende convencernos de que sólo la
ganancia está incluida en los precios que salen al mercado.
Dice
Sartelli que de la plusvalía, del «trabajo sobrante – se debe sacar una parte para la expansión de los medios de
producción, el renglón destinado a ‘crecimiento’» (p. 196). A lo que decimos
que sí, pero sólo si aceptamos que existe un plus-crecimiento, es decir, una aceleración
y expansión del crecimiento al ritmo de la obtención de más y más plusvalía.
Porque insistimos, en la ganancia intraeconómica ya estaba incluido el crecimiento, connatural o acorde al
crecimiento de la producción real. Mas la plusvalía supone crecimiento extraeconómico, y en todos los aspectos, antinatura,
anti-social.
Siguiendo
con la misma cita, la expresión «se debe sacar una parte para la expansión»
ocurre en el ámbito de la ganancia; en el de la plusvalía no. Con esta última
la burguesía hará lo que le venga en gana, sobre todo invertir en negocios
riesgosos pero sólo si cuenta con el respaldo de las rentas públicas, o bien,
en negocios monopolizados, es decir, con riego que tienda a cero, o bien,
invertir en bienes raíces, en terrofagia, rural o urbana, o bien, en lo que
sea. Lo que quiero es dejar claro que una cosa es «sacar de las ganancias una
parte para la expansión» y otra muy distinta emplear la plusvalía o parte de
ella, en inversiones, crecimiento y expansión. Invertir la plusvalía es
derrochar a manos llenas el dinero producto del robo, de ahí que el actual
capitalismo financiero, con sus burbujas bursátiles, absurdos «salvatajes»,
compra a futuro sin respaldo, en fin, esta demencial «economía de casino» sea
su expresión más aguda.
La
confusión entre ganancia y plusvalía hace que se confundan también algunos
elementos al interior de lo económico, es decir, aún dentro del ámbito de la
ganancia. Por ejemplo, cuando Sartelli (p. 192) afirma: «La fuerza de trabajo
tiene la cualidad, que no tiene ninguna otra mercancía, de producir más valor
que el que ella misma cuesta». En primer lugar, producir más valor no es una
cualidad intrínseca de la fuerza de trabajo, si produce más valor es debido a
la explotación; es decir, no es de suyo producir más valor, sola no lo produce,
lo produce porque ha sido forzada a producirlo. En segundo lugar, Sartelli
reconoce que (antes de la explotación, esto no lo dice Sartelli) la fuerza de
trabajo tiene un valor previo a la explotación,
que es como dice él «lo que ella misma cuesta». Es importante entonces observar
que no sólo tiene un valor previo a
la explotación, sino que ya ese valor contiene la ganancia; no pasa así con la
plusvalía.
Pero hay
más, Sartelli llega a decir (a la altura de la página 193 de la edición que
consultamos) que existe un «trabajo necesario» de cuatro horas, un trabajo que
produce excedente «(ganancia, plusvalía)» también de cuatro horas, y cuatro
horas más de plusvalía absoluta. Es decir, Sartelli habla de 12 horas de
trabajo. O no sé sacar la cuenta o para Sartelli las jornadas son de 12 horas.
Pero el problema no está en el número sino en -otra vez- la bendita confusión.
Primero, la jornada laboral es de 8 horas hoy (pero en el ejemplo que puso el
propio Marx en "Salario, precio y ganancia" sí es de 12) luego, lo
importante, lo crucial, es que ya en las cuatro primeras que él y nosotros
podemos llamar de «trabajo necesario» ya está contenida la ganancia, es decir,
el salario forma parte de la estructura de costos donde ya está expresada la
ganancia que goza el propietario de
los medios de producción. De modo que con las cuatro restantes -y de paso si
hace trabajar al obrero cuatro más- estamos hablando de explotación, de
rubicunda y rozagante explotación. Dice Marx:
…adelantando
tres chelines (en salario), el capitalista realizará el valor de seis, pues
mediante el adelanto de un valor en el que hay cristalizadas seis horas de
trabajo, recibirá a cambio un valor en el que hay cristalizadas doce horas de
trabajo. Al repetir diariamente esta operación, el capitalista adelantará
diariamente tres chelines y se embolsará cada día seis, la mitad de los cuales volverá a invertir en pagar nuevos salarios, mientras que la
otra mitad forma la plusvalía, por la
que el capitalista no abona ningún equivalente.
Esos nuevos salarios de los
que habla Marx forman parte de la expansión, del crecimiento y no del salario
como tal -anterior-, es decir, al que se refería en su ejemplo con los tres
chelines, que además y como se entiende, ya está cubierto.
Dice Sartelli en la página 194: «La
jornada real es de cuatro horas. Pero como el capitalista ha pagado por ocho,
puede decidir llenar esos espacios vacíos con trabajo». Aquí nuestro autor
analiza la relación tiempo trabajo desde el
capital, es decir, no muy marxistamente que se diga. Porque el capitalista,
amigo Sartelli, no ha «pagado por ocho», ha pagado por cuatro y aun por menos.
Si se le concede que ha pagado por 8 se le concede sin merecerlo la oportunidad
moral al capitalista para que explote al trabajador, es decir se le está dando
luz verde para que, como usted mismo lo dice líneas abajo, invente «todas las
porquerías que puede a fin de intensificar el trabajo». De modo señor, que no
paga por ocho y nada justifica la explotación. Es más -dice Dussel, p. 72- «El
“tiempo de trabajo necesario” (73, 22; 82) para producir el valor del salario
es menor que el valor total
del producto.» Si ya recibe menos paga por el necesario (y de
este menos es de donde nace la ganancia), todo lo que robe el capitalista al
exigirle trabajar de más (en la
jornada jurídica y contractualemente establecida más el tiempo extendido por
coacción y coerción) es más que ganancia, es plusvalía, es explotación.
Quedaría
por discutir o criticar la existencia de una producción económica que contempla
ganancia pero no plusvalía. Por cierto, eliminando la plusvalía obviamente se
trabajaría mucho menos, pues estarían al servicio de la satisfacción de
necesidades (es decir de la producción de valores de uso) las fuerzas
productivas, los procesos de producción, los conocimientos, la ciencia y la
tecnología con toda su potencialidad actual, y la productividad no estaría
sometida a presiones irracionales propias de mercados egoístas, ciegos y
compulsivos, capaces por ejemplo de tirar la leche al río para que los precios
no sean afectados sin considerar la posibilidad de donarla a comunidades
aledañas.
La
producción socialista correría por cuenta de la planificación y la proyección
histórica de las necesidades y no estaría a merced de la histeria de mercados
bursátiles. En un país que avanza hacia el socialismo obviamente que la
plusvalía debe quedar descartada, no así la ganancia (claro está,
resemantizada) la cual, de ser apropiada de manera exclusiva como Plauto se
abraza a su olla por un ente en particular, haría que desapareciera (sin
circulación, sin reinversión, repito, la ganancia desaparece) pues ésta sólo
tiene sentido y puede existir en la medida en que forma parte de la producción,
que es sensu estricto social. La
ganancia sería pues, en definitiva un producto social.
La clase
capitalista ya sabemos, no puede vivir ni se alimenta vampíricamente –para
decirlo con la metáfora que desarrolla Sartelli- de la pura ganancia sino de la
plusvalía. La ganancia corresponde a la actividad productiva, (e incluida está
en la «tasa de ganancia»), la plusvalía en cambio es un plus que inyectado en
los sistemas productivos los desquicia (es lo que corresponde a la «tasa de
explotación»: «el grado de la perversidad», dice Dussel, p. 87). El derroche de
riqueza que vemos en la clase capitalista no proviene pues, de la ganancia sino
de la plusvalía.
En la
actualidad venezolana hay ejemplos a borbotones de lo que significa ganancia y
(de manera más acusada) plusvalía. En la actual «guerra económica» los
capitalistas han sido pescados in fraganti con ganancias incluso de más del 1.000 %. Obligados a «bajar los
precios» por una acción inédita por parte de cualquier Estado, aparato de
control creado para defender las operaciones «comerciales» -es decir usurarias
y especulativas- de la clase burguesa, los comerciantes aducen pérdidas. El
crecimiento de la capacidad adquisitiva, la enorme renta petrolera, las
condiciones laxas para la captación de dólares (vista la cantidad de empresas
importadoras fantasma), han creado en Venezuela una suerte de paraíso fiscal o
enorme lavadora de dólares «lícitos» pero sobre todo «ilícitos» producto de la
creación de un dólar especulativo o paralelo, amén de los dólares que ingresan
por la vía del narcotráfico. Los problemas de salud del comandante Chávez que
se extendieron por dos años (y en consecuencia, la merma de sus fuerzas y
capacidad operativa -que le permitieron a su tren de gobierno entrenarse en la
conducción del gobierno) y finalmente su muerte, fue acicate para que
arreciaran los ataques de la histórica clase burguesa parasitaria que creía
ahora sí había llegado la hora para hacerse de la jugosa renta petrolera, tras
catorce años de alejamiento progresivo, pues debe entenderse que la clase
capitalista necesita no sólo el control de las operaciones financieras y
económicas, manejar la estructura burocrática y en términos generales crear la
atmósfera donde florece y se expande el elam
vital capitalista, sino que necesita tener en sus manos la cabeza
-preferiblemente el cuello- del Estado y el Gobierno...
Por si no
fuera poco, la victoria de Nicolás Maduro el 14-A dramática y épica, y luego la
del chavismo el 8-D, acompañada esta de un despliegue contraofensivo que
desbarajustó las líneas de ataque de la clase capitalista (nacional e
internacional), ha dado suficiente espacio para maniobras que permitirán sin
duda acciones y medidas económicas decisivas en la protección del ingreso, los
salarios, la capacidad adquisitiva de los venezolanos, ello en franca oposición
a la tasa de explotación que impone el capitalismo como parte de su naturaleza,
de su razón de ser.
En esta
situación digamos general nos encontramos. Con unos comerciantes que se
resisten a márgenes de ganancia del 15 al 30%, como según dicen es lo normal en cualquier parte, sólo que
aquí el nivel de protección a los trabajadores ha aumentado considerablemente.
Es decir, en otras partes del mundo (donde la clase capitalista gobierna a
placer y reinan la desigualdad, la inequidad, el racismo, la exclusión y la
segregación) los márgenes de ganancias del 15 o el 30 suponen obviamente tasas
de explotación que sobredimensionan dichas ganancias. Además, como se sabe que
el trabajo se ha «flexibilizado» y por tanto precarizado, aumenta la edad de
jubilación y se recortan dramáticamente los beneficios sociales, fruto de la
avanzada global del neoliberalismo. En Venezuela está ocurriendo exactamente lo
contrario y en ese sentido, la protección a la clase trabajadora reduce la
plusvalía.
Es obvio
que a lo que no quieren renunciar los capitalistas en Venezuela es a gozar a
placer de la tasa de explotación que, en condiciones normales viene acompaña de pingües beneficios sobre todo sociales:
privilegios y marcas de estatus, prestigio, reconocimiento y aceptación de la
riqueza como valor, distanciamiento, exclusividad. Así, si disminuye la tasa de
explotación aunque la ganancia se mantenga en niveles racionales, el «valor del dinero» es decir, la capacidad para adquirir, comprar o vender lo suntuario o
lo superfluo, descenderá. Con otras
palabras, la tasa de explotación es directamente proporcional al «valor
del dinero»: a más explotación, más vale el dinero; es decir, más puede comprar lo suntuario, adquirir los
signos de estatus que le permiten a la clase capitalista justificar y exhibir simbólicamente (ideológica y culturalmente) su
preponderancia, su poder.
Disminuir
la tasa de explotación (que sólo descenderá con acciones políticas porque la
tasa de explotación es también ella política, de donde se deduce que no hay
-sólo- medidas económicas que logren
afectarla...) traerá como consecuencia que los antiguamente pobres y
desposeídos puedan -también- adquirir bienes considerados exclusivos
(ciertas ropas, ciertos calzados, ciertos alimentos, autos, ciertas bebidas,
etc., pero también por cierto, tener acceso a ciertos espacios para vivir,
ciertos estudios universitarios, ciertos títulos, y por si no fuera poco
ciertos tratamientos médicos...)
Ya sabemos
entonces que si aumenta la tasa de explotación (que como hemos dicho es política y no económica) los productos
suntuarios se alejan de los trabajadores, y los ricos pueden seguir no sólo
siendo ricos sino exhibiendo -a través de la vida social retratada y
visibilizada en los medios, el cine, las revistas rosas, etc.- el poder -irresistible pero inalcanzable para los
trabajdores- del dinero. Por eso, al bajar la tasa de explotación se reduce
además el poder sobre los trabajadores de coacción y coerción sobre todo
simbólica, ya dijimos, y más en Venezuela donde ni las policías ni el ejército
están a las órdenes de la clase capitalista, cuya hegemonía (principios y
valores), por todo lo antes mencionado, han comenzado a estar profundamente en
entredicho.
¡Venga
ahora el colmo!: el Estado participa junto a los trabajadores en la reducción a
golpe y porrazo de la tasa de explotación, lo cual nos pone ante nuestros ojos
el despliegue de una revolución. El que tenga ojos... que vea.
De ahí, la
importancia de tener bien clara la diferencia entre ganancia y plusvalía.
Por
cierto, avanzando en la lectura del libro arribé a una sección donde Sartelli
analiza razones de la actual crisis capitalista, y entre las que destaca está
precisamente la «tendencia decreciente de la tasa de ganancia» (p. 283). Para
el autor los capitalistas para hacerse más competitivos buscarían reducir la
tasa de ganancia, «hecho al que se está obligado por la 'naturaleza'
competitiva del capitalismo» (p. 286). «La propia competencia -dice- lleva al
incremento de la composición orgánica que va minando la tasa de ganancia. En el
punto culminante comienza la crisis porque la tasa de ganancia no alcanza para
sostener las empresas en funcionamiento rentable» (p. 293) Fin de la cita.
Como
vemos, la confusión sigue y se profundiza. Sartelli continúa argumentando sobre
la base del mismo error y le concede al capitalismo una racionalidad
(económica) que no tiene. La rentabilidad de las empresas no depende de la
plusvalía sino de la ganancia. La plusvalía estimula la competencia desalmada,
el crecimiento fagocitante, el monopolio, los trust, la carnicería. Claro está,
el capitalismo no descansa(rá) hasta obtener el máximo de plusvalía, es decir,
al capitalista poco le interesa la ganancia y la rentabilidad de su empresa en
el marco de un crecimiento económico social. Le importa y no se detendrá hasta
extraer, repito, el máximo de plusvalía.
Dice
Sartelli que la explicación de la reducción de la tasa de ganancia es la teoría
que le parece más plausible para explicar la crisis capitalista, pero su
explicación no explica, es decir, la crisis que provoca la reducción de dicha
tasa hace entrar en crisis al capitalismo pero su suerte no depende de que unos
capitales se coman a otros, lo cual no hace sino conducir a una «natural»
hiperconcentración con todos los problemas que ello supone, en otras palabras,
la crisis capitalista no se superará con crisis capitalista. El capitalismo está en permanente estado de crisis.
No
obstante, lo que a nosotros nos interesa es decir, a los explotados, es
entender que sólo el capitalismo perderá su fuerza de destrucción si disminuye,
si se reduce y finalmente, si desaparece la tasa de explotación (y por ende, el
capitalismo). Lo que quiero decir es que si para el capitalismo es crítica la
reducción de la tasa de ganancia, como dice Sartelli, para los explotados es
expresión de las acciones políticas que buscan reducir o eliminar la
explotación. El capitalismo no contempla la reducción de la tasa de ganancia ni
compite para reducirla. Busca mecanismos para aplicarla al máximo sin distractores,
sin competencia.
Si el
capitalismo busca aumentar la tasa de ganancia vía «rentabilidad financiera»
(p. 293) no es porque está en crisis, es sólo porque es la vía que ha
encontrado natural y expedita para expandir la tasa de explotación; es decir,
es el mecanismo anti-económico que le ha permitido dar cada vez más y más valor
al dinero. La «economía de casino» alimentada con capitales ilícitos por
ejemplo los del narcotráfico, inflan el valor del dinero con el cual se pagará
irracionalmente y sin límites, lujos y en general vidas estrambóticas (en
especial, ese ritmo de vida que necesita nueves planetas tierras si se
extendiera a todos los habitantes del planeta).
Por tanto,
la «economía de casino» por sí sola no acabará con el capitalismo, ni de cerca,
su metástasis sólo augura la llegada total, por ejemplo, del fascismo. Y sólo
una respuesta desde los Estados y los pueblos, reduciendo y finalmente
eliminando la tasa de explotación, puede hacer retornar la racionalidad
económica y convertir la productividad y el crecimiento en desarrollo social.
Finalmente,
como consecuencia de su confusión, Sartelli culmina este aparte diciendo: «como
la tasa de ganancia fatalmente tiende a cero, tarde o temprano el capitalismo
se agotará en una crisis final» (p. 296). Repetimos: la tasa de ganancia no
sólo no tiende a cero sino que aumenta sin cortafuego alguno...
Sin
embargo aquí en Venezuela, y es por lo que la República Bolivariana es una
escuela de economía política a cielo abierto, acciones de Estado y Gobierno
están atacando la fuente, el corazón de la tasa de explotación... con medidas
que buscan, repito, hacer razonable la actividad económica. La crisis que vemos
no es pues la crisis capitalista sino una expresión de la guerra social y
económica de clases, al mejor estilo marxiano. Los capitalistas buscan aumentar
la tasa de explotación y para ello exploran mecanismos extraeconómicos que van
desde el trabajo esclavo hasta la locura financiera, con capitales lícitos e
ilícitos; mientras el Estado, responde racionalizando la «estructura de costos»
y demostrando que existe un margen justo de ganancia que los comerciantes
burlan olímpica, descaramente.
Ya se ha
dicho y es nuestra tesis principal: el Estado y el Gobierno venezolanos están
acometiendo acciones para reducir la tasa de explotación y generando políticas
para proteger a los trabajadores; al reducir la tasa de explotación la clase
capitalista ve mermada sus fuentes de poder, y por ende su capacidad para
imponer sus principios y valores, vale decir sus «ideas dominantes», por tanto
el dinero pierde valor y lo superfluo -que los eleva- se desvaloriza. De ahí
que la clase burguesa reaccione, primero, acaparando, saboteando la producción,
incentivando el contrabando; por otro lado, haciendo más que irracionalmente
inaccesibles diversas mercancías, sólo para demostrar a la fuerza -imponiendo
la dictadura del capital- que, su mundo es -y debe seguir siendo- inaccesible
para los trabajadores. Si no puede seguir ejerciendo impunemente la separación,
por la vía de aumentar la tasa de explotación, lo hará tornando inaccesibles
las mercancías, los bienes y servicios, para seguir justificando su existencia.
Esta
discusión es importante porque el socialismo necesita encontrar el punto de
quiebre de la producción capitalista, y creo que en la plusvalía (en la tasa de
explotación) hay un hueso duro de roer. En principio, porque tenemos un
problema que resolver con respecto a la productividad del trabajo, es decir,
con la capacidad de hacer sostenible la producción y crecer y desarrollarnos
sin explotación, es decir, sin plusvalía. La ganancia debe ser un producto
social, de la cual los productores -es decir, los trabajadores- se apropien, de
modo que debe estar claro qué cosa es ganancia y qué es plusvalía. Ello repercutirá
en la racional y justa inversión en el capital constante (en máquinas y
tecnología) no sólo para reducir la jornada laboral -vieja aspiración- sino
para aumentar la productividad. El capitalismo, ya lo dije arriba, no sólo
busca no invertir en tecnologías que incrementen la productividad, sino que
incluso en algunos rubros en especial de consumo masivo, muda sus inversiones a
países donde alquila a precio de gallina flaca a una población en edad de ser
explotada (mujeres y niños principalmente) depauperada y sin otra oportunidad
de sobrevivencia que aceptar la esclavitud. Hablo de las maquilas, de las que
tanto dependen los textiles, calzados, electrodomésticos, juguetes y
microprocesadores.
En
socialismo, la productividad no sólo puede aumentar sino que la población puede
trabajar muchos menos y no obstante, generar ganancias razonables y justas que
permitan una expansión o un crecimiento de la productividad a una tasa
políticamente mediada por la planificación del consumo y la explotación
racional de los recursos. Ante la locura de la plusvalía, antiética, antisocial
y antiecológica, se impone la productividad con márgenes de crecimiento que
respetan y protegen la vida en sociedad. Se impone así el retorno al radical oikos - nomos.
Bibliografía
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