En el marco de la FILVEN - La Estancia, Maracaibo
«La poesía y la gran prosa, que proviene de la poesía, son fuerzas determinantes de la vida del hombre sobre este planeta; en tiempos de desconcierto (y probablemente todos en alguna medida lo sean) la poesía es creadora de sentido, en tanto no es esclava de sentidos preestablecidos. La poesía no es razonable, pero la razón tampoco es del todo razonable, y en eso la poesía lleva la ventaja, pues sabe que es un juego; un juego abierto a la intuición de los problemas de este tiempo, un juego enemigo de la esclerosis del discurso, que es la peor de todas, porque mina la única herramienta que tenemos para pensar y para entendernos cada cual a sí y a los demás»
(Testimonio de Daniel Samoilovich en El hacer poético, Julio Ortega, Monte Ávila, Caracas, Volumen I, p. 424)
Abandonar la intención del sentido, dejar que las palabras sean. La poesía, me ha parecido siempre, es el arte de dejar al menos lo que dura un/el poema, de ser; aunque resulte luego la hermosa paradoja de que cuando no somos y nos abandonamos al río de las palabras, somos más nosotros. Cuando leemos somos más nosotros (sentimos, vivimos más) nos dice Enrique Arenas. Cuando escribimos -poesía- no somos, sólo el poema es. «Si me pierdo en mi mismo me pierdo irreprochablemente», escribió hace tiempo Stephen Marsh Planchat, en la niebla de La Mucuy.
Ars Combinatoria es una suerte de simulador poético. Escribimos poesía -simulamos que lo hacemos- forzando las operaciones -creemos- naturales que hacen o deben hacer los y las poetas. En primer lugar, no querer nada (para quererlo todo, infinitamente). Abrir el deseo a las combinaciones innumerables.
Fertilizando el movimiento quemado de la lluvia agotada
Lanzada vereda que corre a la piscina granizada
Maneja el acuoso árbol la gravedad de la montaña
Danzando como gota acelerada en el lado oscuro
Y este carro verde que construye el mar contaminado
El movimiento agitado que quema a la lluvia fertilizar
Como cuando se es lanzado a la piscina al correr, en una granizada vereda.
¿Cómo se maneja la asfixiante y resbaladiza de un árbol en una montaña?
Con la gota acelerada que danza sobre un acuoso lago
Al igual que un carro construido sobre un verde mar contaminado
Una danza acelerada hace caer una gota sobre el acuoso lodo
Días agitados con demasiados movimientos y la lluvia quema lo fértil
Tiempo en construir un verde mar, pasa un carro y lo ha contaminado todo
Una piscina lanzada debajo de una vereda hace correr el granizado
Asfixiante era la subida, para manejarla, los árboles de la montaña te hacían resbalar
Tan libre como fértil sudaba esta piedra del lago
Fertilizando el movimiento quemado de la lluvia agitada
Como cuando se es lanzado a la piscina al correr, en una granizada vereda
Como se maneja lo asfixiante y resbaladizo de un árbol en una montaña
Danzando como gota acelerada en el lodo oscuro
Al igual que un carro construido sobre un verde mar contaminado
No es fácil renunciar al sentido. Pero este taller, sencillo en su confección, si algo no permite es el fácil lugar común, al tiempo que le abre la puerta a lo insólito, a lo nuevo. Sólo es nuevo, lógicamente, el disparate.
El taller persigue con afán esto último. Es su obsesión. Cuando no queda significado el único refugio es el sonido, la música. Sólo después, como una ola que baña la orilla, llega el sentido a traernos los seres desconocidos, los mares desconocidos...
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