por joseleon71 @ lunes, 12. jun, 2006 – 10:19:54 pm
Ciertamente, los espacios por donde se desplaza el sujeto rutinario no pueden ser ocupados por ningún otro, le pueden quedar estrechos o muy grandes. El rutinario traza un modesto laberinto geométrico, túneles invisibles alejados de los choques impertinentes, en los que sólo penetra una bala o la presencia de un hombre o una mujer sin pasado ni futuro. No quiere esto decir que no puedan ser atravesados, y sólo una persona sumamente sensible percibiría el enrarecimiento del aire que sólo respira el rutinario. Demás está decir que estos espacios sólo pueden ser atravesados, y acaso, pero sería demasiado azar, seguidos en un tramo aunque sea mínimo de su trayectoria. Es por ello que el rutinario, enamorado de su construida vida, desea que sólo la carne de su carne transmigre y recorra los espacios que ocupa su presencia actual, y con un celo simpático, conmovedor sin duda, anhela que su sucesor los aprehenda, reproduzca y expanda.
Otros más humildes se contentan con idas programadas al gimnasio, con caminatas, con paseos a los centros comerciales. Cuentan también los domingos en el club, la iglesia, los vermissage. Pero para todo, una hora y un espacio, una atmósfera reconocida que se abre a los ojos cerrados.
El rutinario prevé los asaltos de la sorpresa. Ha dispuesto de una minuciosa red que salvaguarda su tiempo y espacio conquistados. El teléfono, que ahora carga encima, no lo distrae ni saca de sí (y sacarlo de sí significa estrictamente descarrilarlo), tiene suficiente con disponer en el menú, del número que lo coloca en cuerpo y alma virtuales, tarjeta y flores mediante -si es el caso-, en el sitio a donde está siendo requerida su presencia, es decir, aquello que, viniendo de él, ya es él. Estas son las personas de las que decimos no sin cierto orgullo: es una persona muy ocupada.
A los rutinarios es difícil y, al mismo tiempo, muy fácil ver. No están donde uno menos se los espera, sino allí donde uno va a buscarlos si es que se conoce en parte su claro y transparente plan de vida. Con los rutinarios no existen los encuentros imprevistos. Si empezamos a verlos con frecuencia, es porque nos estamos haciendo parte de su vida. Porque la vida de un rutinario es a fin de cuentas una vida exquisitamente común, al alcance de todos, su vida no es íntima ni secreta ni especial, su vida en fin, no es extraña. Si empezamos pues, a frecuentar su presencia, es porque estamos entrando en la atmósfera de la rutina salvada de la realidad, que es un imperio somnoliento y gigantesco que no nos pide nada salvo nuestra entrega sin preguntas y sin respuestas. Si comenzamos a frecuentarlo es porque nos estamos transformando no en él, sino en un rutinario más, en alguien que comparte con aquél un tiempo y un espacio. Está claro que no repetiremos exactamente su itinerario, no es a eso a lo que me refiero, digo que compartimos la rutina como se comparte una porción de espacio y tiempo que abraza en su interior multitud de intereses, sólo que dominados por un mismo rigor que seca el alma y la limpia de impurezas. Un espacio y un tiempo que no admite contactos exteriores que no sean los permitidos por él, el rutinario, que lo convierten en un cuerpo cautivo, en rehén incapaz absolutamente de admitir que ha sido arrancado a los accidentes de la vida y entregado a una paz inconmovible. De hecho, el rutinario sólo descuida la rutina -habitual- cuando su cuerpo no puede más, entonces se entrega a otra más estricta: la impuesta por la larga vejez.
El rutinario es un bastión inexpugnable de la sabiduría, sin dolor transita los espacios que ha ganado a fuerza de no ofrecer resistencia, dejándose llevar no como una veleta, sino por el peso gracioso de la necesidad ligada a su cuerpo y a sus apetencias. El rutinario, sensu estricto, no da para más. Llega a un estado de depuración que le impide crecer pero también disminuir, a menos que una desgracia exterior sacuda los fundamentos de la rutina, de la que forma parte junto a millones de seres. La rutina los subsume a todos, no es que alguien sea rutinario porque tiene su rutina, no, alguien es rutinario porque participa de la rutina, que es el todo. La rutina es una versión de la vida, no una forma de ser, es una forma que contiene variables formas de ser. La rutina es una entelequia y una aspiración. El rutinario es, bien vistas las cosas, un aprendiz, y mientras más rutinario, mientras más esquivo y duro consigo mismo (con lo propio de sí, porque lo rutinario es una adquisición, algo que se persigue y puede o no alcanzarse) y con los otros, más cerca está de comprender sin comprender los secretos de un vivir sin accidentes, sin dolor, sin aprensiones, sin desvíos ni equívocos, sin esquinas ni tormentas adventicias, sin desarrollos ni apresuramientos, sin quejas, sin tormentos, atemperados el pulso y la respiración, siempre acordes con el paisaje interior que dormita inalterable en el seno mullido de su alma artificial. El rutinario no muere, se apaga como una vela, en una habitación oscura, con los ojos abiertos, hundidos, más negros que toda la oscuridad.
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