Cuando era niño repetíamos como una oración: Simón Rodríguez y Andrés Bello fueron los maestros de Simón Bolívar. No se decía mucho más cuando ya se trazaba un arco desde aquel niño huérfano hasta el matrimonio y la viudez repentina. Se coronaba esa etapa con el ardoroso, romántico y, seguro, recordado por cumplido, Juramento en el Monte Sacro. En el bachillerato, algún profesor un tanto díscolo, amigo de lecturas no programadas, nos sorprendía con la noticia de que el tal Simón dio clases de anatomía, desnudo. De Andrés Bello claro que leímos fragmentos de su Oda a la Agricultura de la Zona Tórrida, pero pocos sabían que la gramática con que nos adormecíamos era la suya. No se tienen en general buenos recuerdos del bachillerato salvo de sus recreos, de las correrías en sus pasillos, de sus fugas. Nuestras historias patrias escolares nos dejaron sentados al borde de un asombro sin consecuencias. Con los años nada quedaba de Simón Rodríguez sólo la frase escuchada y repetida y el busto en medio perfil de un hombre con los espejuelos en la frente.
En la Universidad, específicamente en la Escuela de Letras de la Universidad del Zulia, en Maracaibo, una profesora nos encargó una lectura: La ciudad escrituraria, de Ángel Rama. Cerca del final del texto (que sigo leyendo hoy y lo encuentro en diversos autores y me acompaña y vela estas líneas) apareció de nuevo el maestro, aquel Simón Rodríguez desconocido y sorprendente. Apareció una alusión a su obra, algo que iba más allá de esa otra frase por la que se le conoce y que resume y borra su pensamiento: “Inventamos o erramos”. Sabemos hoy, con los ojos abiertos, que se trata de una estrategia del poder: machacarnos una frase, una imagen, un rostro, hasta que el resto, lo demás, todo, se nos olvide. Nada había detrás de esas cáscaras, pero el tiempo siguió su paso y en el año 1998 Venezuela dio un vuelco, el que venía dando ciertamente desde aquel infausto 27 de febrero de 1989, día en que el pueblo en la calle le dijo no al paquete de medidas neoliberal y le puso fin al fin de la historia y empezó a escribirla como suele hacerlo, con sangre.
Diez años después el pueblo derrotaba a los medios de comunicación y elegía a un presidente que seis años antes, en 45 segundos, dijo la verdad. En medios de comunicación y en sistemas políticos como los que conocemos la verdad incomoda porque no es hipócrita ni diplomática, y tan poco elegante que no se estila; no sienta bien a los que se manejan en cargos “públicos” (pues lo hacen como si se tratara de asuntos privados). Mentir es la estrategia comunicacional normal; fingir, actuar, parecer es “ser”; lo irreal es real. Actuar políticamente es someter a fríos (no serenos y reflexivos) sino fríos y hasta despiadados razonamientos nuestros actos, nuestras decisiones. La política, por demás, no tiene sentimientos, tal vez considerados signos de debilidad por ser demasiado humanos.
Ya ha sido dicho que se trata de un mundo al revés, pues bien, en ese mundo de las formas el discurso de Chávez a sus compañeros de armas llamándolos a deponerlas “por ahora” en espera de mejores circunstancias, ese discurso sin formas, pero sobre todo sin formalismos, colocó una bomba en el aparato político que durante medio siglo había logrado crear una Venezuela de mentira, de petróleo y concursos de belleza. La verdad se comenzó a abrir camino como lo sigue haciendo hoy a pesar del imperio de mentiras que sobre Venezuela y la realidad actual latinoamericana construyen las empresas que controlan la llamada “opinión pública” nacional e internacional.
A todas estas, Simón Rodríguez volvía a aparecer esta vez al lado de otro nombre, el General Ezequiel Zamora. Rodríguez, Zamora y Bolívar se constituían en “El Árbol de las Tres Raíces”, por donde circula la savia de la revolución bolivariana, árbol sin embargo al que le faltaban en principio las raíces india y negra, árbol pues todavía criollo y patriarcal ciertamente, pero que nos brindaba una perspectiva del ideario que se nos había escamoteado, dado en migajas, mentido.
El poder constituido desde 1830 se encargó de desviar y tergiversar el mensaje liberador de estos tres nombres, sepultados bajo olvidos, ofrendas florales, días patrios y estatuas ecuestres, estrategia que mantuvo a salvo –por la vía de la desmemoria y la manipulación- a las élites y a las oligarquías herederas, según la historia que ellas mismas escribieron de un pasado glorioso que las glorificaba por mampuesto, oligarquías que se hicieron dueñas de los territorios repartidos como botín de guerra desconociendo el reclamo de sus pueblos expresado en los decretos de Bolívar, aterradas ante el grito de Zamora de 1856 “¡Oligarcas Temblad!”, pero nuevamente tranquilas tras el disparo que lo apagó en San Carlos.
La obra detrás de esos nombres es, como hoy sabemos, peligrosa para el poder (para la hegemonía occidental, que controla los medios, las finanzas y el poder de destrucción total del planeta; para los propietarios de las tierras, para los que privatizan los recursos naturales, para los que niegan otra forma de ver y entender el mundo que no sea la occidental, blanca y globalizada.) Su obra desequilibra y deja al descubierto los mecanismos de la dominación. Continuarla es darle continuidad histórica a sus luchas y reconocernos en ellas. Cada una revela un proyecto histórico pendiente: Bolívar y la unión latinoamericana; Zamora, “Tierra y Hombres Libres”; Simón Rodríguez y la educación popular.
Hay que agregar que han existido por lo menos tres modos distintos de invocar y construir la libertad, los cuales se cruzan de diverso modo con los tres proyectos mencionados. Con respecto al primero pienso en Lope de Aguirre y en José Tomás Boves. El primero se rebeló contra el rey y contra los españoles conquistadores y se abrió en el siglo XVI una trocha trágica con sus marañones en pos de una libertad que desafía aún hoy lugar y tiempo. Boves –muerto en Urica en 1814- se puso a la cabeza de un ejército popular constituido por llaneros, negros, zambos y mulatos, sin control efectivo del poder español y dirigido contra el ejército patriota, y en general contra los blancos. Aguirre y Boves son conocidos como crueles y sanguinarios, pero obviamente los de su clase han estado muy lejos de escribir la historia…
Por último, el pensamiento emancipador latinoamericano, que se alimentó de la Revolución Francesa, y de la Independencia de los Estados Unidos, que miró con agrado el humo de las fábricas de Inglaterra y su monarquía parlamentaria y que debió considerar, con razón, la Contrarreforma un contrasentido. Fue esta elite la que firmó el Acta de Independencia de 1810 y la que se agazapó detrás de la vehemencia de Bolívar quien supo reconocer con pasmo primero y con la visión del estadista después, que la guerra contra España sería una verdadera guerra de liberación si era a su vez una guerra social y participaba en ella todo el pueblo. Las cosas realmente cambiaron para el Ejército Libertador con la inserción a sus filas de los lanceros. “La muerte de Boves –explica Juan Bosh- había dejado a las hordas llaneras sin jefe; entonces estas hordas agrupáronse alrededor de pequeños jefes que aparecían en lugares distantes, algunos mestizos como José Antonio Páez o Manuel Cedeño, otros blancos como los hermanos Monagas. Los hombres de Boves, que se habían acostumbrado a vivir en la guerra —y de ella— no podían volver a sus hábitos anteriores y menos aún a la sumisión en que habían nacido; y buscaron jefes que no eran realistas porque ya los realistas no tenían jefes como Boves” . Pero entre las elites políticas, económicas, sociales, avivó un pensamiento emancipador, ilustrado también, lector de Voltaire y Rousseau, más francés y menos inglés, más político y social y menos económico, y sin duda con un pensamiento y una resolución para la acción más libre, más soberana, más autónoma, animada por la convicción de construir desde la diversidad, desde la diferencia, un mundo nuevo, original, distinto. En este marco se dibuja con claridad el proyecto educativo, profundamente político de Simón Rodríguez.
Los tres proyectos pendientes, el de Bolívar, el de Zamora, el de Simón Rodríguez, necesitan de los pueblos, son proyectos populares, y las oligarquías han evitado históricamente su cumplimiento. Divisiones, intereses partidistas y particulares, y sobre todo traiciones, han signado a los movimientos y gobiernos del pueblo, ensombrecidos por la inherencia cuanto más indirecta más directa del imperio norteamericano que, desde 1823, declaró con Monroe que América era para los americanos.
No podía el proyecto de Rodríguez ser del agrado de las elites que salieron ganando con la guerra de independencia (sustituyendo a las autoridades metropolitanas pero sobre la base de la misma sociedad despótica) porque requería la convocatoria y la participación de las clases sociales populares, e invitaba a una transformación radical del sistema de producción. Simón Rodríguez a la vez que pensaba en una educación popular lo hacía en una economía social. Decía: “Los hombres no están en Sociedad para decirse que tienen necesidades –ni para aconsejarse que busquen cómo remediarlas- ni para exhortarse a tener paciencia; sino para consultarse sobre los medios de satisfacer sus deseos, porque no satisfacerlos es padecer” (112). Y en 1828 decía: “YO NO AMENAZO: sólo pido, a mis contemporáneos, una declaración, que me recomiende a la posteridad, como al primero que propuso, en su tiempo, medios seguros de reformar las costumbres, para evitar revoluciones- empezando Por la ECONOMÍA social, con una EDUCACIÓN POPULAR, reduciendo la DISCIPLINA propia de la economía a 2 principios: destinación a ejercicios ÚTILES, I aspiración FUNDADA a la propiedad i deduciendo de la disciplina el DOGMA: lo que no es GENERAL no es público, lo que no es PÚBLICO no es social” (101-102).
Como sabemos los que dominan necesitan de la esclavitud y la ignorancia; sacar al pueblo de la ignorancia enseñándolo a pensar es liberarlo de toda esclavitud. En 1828 publicó Rodríguez una defensa a Bolívar donde se leía: “Los que suponen a Bolívar intenciones hostiles contra la Libertad, no saben TAL VEZ lo que ha hecho por asegurarla. El que pretende reinar no trata de elevara al Pueblo a su dignidad, no trata de enseñar para que lo conozcan, no trata de dar fuerza para que le resistan.” Y de seguidas, una noticia que aquí en Bolivia tiene su corazón: “El plan de educación Popular de destinación a ejercicios útiles y de aspiración a la propiedad lo mandó ejecutar Bolívar en Chuquisaca” (25).
La única preocupación de la oligarquía de entonces hasta hoy ha sido la de cómo integrarse al mercado internacional hasta el punto de ignorar los propios intereses nacionales. Obviamente sólo un pensar metropolitano, colonial, supone orientar la fuerza, la producción, la inteligencia de un país hacia la satisfacción de los intereses económicos de la clase social en el poder, de ahí que una educación social, o popular, no tenga lugar porque invita a desviar la mirada hacia el interior y fijarla en lo más cercano, en lo propio. Quería Rodríguez educar a los nuevos republicanos, quería enseñar a vivir en libertad enseñando a pensar.
Se entiende lo revolucionario del planteamiento si atendemos al hecho de que la educación que conocemos está fundada sobre la memorización y la repetición de ideas y conceptos prefabricados. La situación se mantiene inalterada aun en buena parte de lo que llamamos educación superior. Rodríguez se afanó en construir unas bases epistemológicas que fueran al paso del proceso político conducido por Simón Bolívar; muerto Bolívar trasteó con sus ideas, arrinconado “con su endiablado y poderosísimo yo en el último rincón del mundo”, como diría José Lezama Lima, hablando solo… “Quién sabe?! –reflexionaba- si las observaciones de un Viejo que está pensando en la GLORIA en lugar de pensar en su ENTIERRO, ¿¡no hacen que los Americanos abran los ojos sobre la suerte de sus HIJOS y, en parte, sobre la SUYA?! Cuántas veces? Una SOLA palabra! No ha evitado la RUINA de una FAMILIA?!” , pero el viejo “no dice una palabra sola, sino MUCHAS!” (102-103).
El proyecto de Bolívar fue traicionado o sucumbió a la realidad. La clase que se hizo del poder selló su alianza con los poderes internacionales y hacia allí se dirigió la producción, la economía del país. La educación debía entonces responder igualmente al modelo internacional, de ahí que se adoptara sin contradicción el modelo de Jules Ferry, en el gobierno del Ilustre Americano, Antonio Guzmán Blanco.
Era inédita la libertad de Bolívar y Rodríguez en el sentido de que ofrecía un modo de pensar y hacer propio, y propio además de una nueva raza como decir de una nueva civilización. Si vemos en perspectiva la evolución política en América nos damos cuenta que el poder ha estado en las manos de los españoles primero, en los criollos descendientes de españoles, después. Pero hubo un momento en que los nacidos de españoles en América sintieron irremediablemente suya, más bien propia, estas tierras, pero al sentirlo al mismo tiempo no pudieron ver más como extraños o enemigos a los indios ni a los negros. Afirma el historiador argentino José Luis Romero, que se generó en la periferia de las hidalgas y cerradas ciudades españolas, refractarias al cambio y violentamente celosas de sus modos europeos, una cultura donde españoles, indios y negros y todos sus hijos fueron configurando nuestro perfil pluricultural y multiétnico y donde se incubó hondamente –no de manera superficial y coyuntural- la idea de libertad e independencia, una cultura –ésta sí naciente en el sentido de Bolívar pero consciente a su vez de sus orígenes diversos, consciente de la continuidad que es memoria de la resistencia- que hizo suyo el territorio y pasó a defenderlo y que luchó contra la presencia del imperio representado en sus propios vecinos y le confirió a la guerra de independencia el aspecto de guerra civil –“Españoles y canarios, decretó Bolívar en los años terribles, contad con la muerte, aun siendo indiferentes (…) Americanos, contad con la vida, aún cuando seáis culpables”-. Una cultura que amasó la idea de lo nacional, con barro, sangre y ceniza de sus muertos, y, por ende, la idea de Patria.
La mirada colonial metropolitana, con intereses económicos transterrados mantiene intacta la diferencia porque de esa manera continúa ejerciendo su poder, diseñando políticas nacionales e internacionales de acuerdo a ella. Leyes, propiedades, intereses distintos, según la clase social, según la cercanía o lejanía a la metrópoli o a la capital, según el color de la piel. De ello sabemos, y estamos hartos. Pero el proyecto de Bolívar trascendía esta división colonial que respondía al régimen rígidamente estratificado venido de España y propio de todo poder despótico, y partía de un cero histórico, de una nueva amalgama, de un crisol. Pocos los acompañaron en esa dirección, mientras vio derrumbarse la unidad y el reagrupamiento de fuerzas hostiles al pueblo. Aré en el mar, dijo desencantado.
Pero el proyecto de Bolívar adolecía de un problema que sólo ahora podemos ver en una nueva dimensión. Bolívar partía de cero, de una nueva raza, “no somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles. Americanos por nacimiento y europeos por derechos, nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión y de mantenernos en el país que nos vio nacer, contra la oposición de los invasores; así nuestro caso es el más extraordinario y complicado” (63).
Creo que el proyecto de liberación no puede nacer de la mezcla sino de la diversidad, no de la tolerancia –que deja la violencia intacta- sino de la complementariedad. El proyecto político de Bolívar estaba fundado sobre una originalidad –o mejor un “comienzo”- que no era tal, porque allí estaban los indios, los negros y los blancos mestizos o no, nacidos en América. La América se volvió de todos, pero primero fue, naturalmente, de los indígenas, y es contra estos y sus tierras que los blancos que se hicieron del poder tras las guerras de independencia, crean leyes que desconocen naciones, lenguas y culturas, generando la impresión traducida en prácticas de que los extraños, los raros, los advenedizos son los indígenas. Este “de todos” ha tardado siglos en conformarse, y los signos de hoy indican que está cerca su hora de resolverse en nuevas formas, en especial retornando al nosotros comunitario tan lejos del yo de occidente. Como lo señala Carlos Lenkersdorf : “En nuestra cultura el nosotros carece de resonancia, no tiene la importancia que, por ejemplo, los tzeltales le asignan. En la cultura occidental no se percibe la necesidad de enfatizar constantemente el nosotros que, además, a los "occidentales" les cuesta un esfuerzo explicar por la poca experiencia que se tiene en esta noción. De ahí la primera dificultad de explicarlo a fondo. ¿Acaso no se ha concentrado mucho en el yo el pensamiento occidental? La referencia a pensadores influyentes y representativos como Descartes y Freud nos da una idea de la preponderancia del yo y, por consiguiente, explica un poco la dificultad de captar el nosotros. En el contexto occidental desconocemos a pensadores que se hayan preocupado por el nosotros, que excluye, a nuestro juicio, la preponderancia del individuo, independientemente de que sea yo, tú, él o ella. Tampoco toma en cuenta el status social, político o económico de la persona individual. A primera vista el nosotros parece ser un gran nivelador. Donde prevalece el nosotros no sobresale el líder a quien solemos asignar la toma de decisiones porque ésta depende del nosotros comunitario.”
Es aquí cuando observo que el proyecto de Simón Rodríguez se puede leer más provechosamente; me explico, no desde la mezcla o la raza original, sino desde lo que somos en tanto que diversos, nosotros. Estaba más cerca Rodríguez porque vivió del modo y el tiempo suficiente para pegarse a la tierra, para hacerse uno con ella. El pensamiento de Rodríguez es acaso el avatar más vital, más sensible del pensamiento americano del siglo XIX, el más áspero, el más curtido con el paisaje. Su atención por la prosodia –dice Ángel Rama- derivó de la experiencia común de “oír el manejo de la lengua por parte del pueblo analfabeto” (17). Sostuvo Rodríguez que en las formas de la lengua viajaba la forma de gobierno, y que era imposible la independencia política sin la independencia lingüística.
“Del mismo modo que propuso –dice Ángel Rama- «pintar las palabras con signos que representen la boca», lo que postulaba la reforma ortográfica para que una escritura simplificada registrara la pronunciación americana alejada ya de la norma madrileña, del mismo modo reclamó que la institucionalización gubernativa correspondiera a los componentes de la sociedad americana y no derivara de un trasplante mecánico de las soluciones europeas” (15).
Dibujó Rodríguez el pensamiento como quería dibujar repúblicas, y escribió como quien habla, atento a esa tradición oral advertida por Saussure “independiente de la escritura y fijada de muy distinta manera”, lo que lo distancia crítica, acerbamente de la ciudad letrada y de los letrados, y, por supuesto, de las repúblicas aéreas, más bien de papel, que replicaron en actas y constituciones modelos europeos y norteamericanos que en la realidad refrendaron con despotismo y violencia.
Al paso de la independencia iban las reformas ortográficas, pero con el truncamiento del proceso independentista, o con la reconfiguración de un nuevo colonialismo pero ahora con “tiranos domésticos”, aquellas reformas quedaron atrás y se impuso hasta nuestros días la norma madrileña de la Real Academia. Con la erección de este sistema lingüístico se afirmaba indirecta o directamente “la incapacidad para formar ciudadanos, para construir sociedades democráticas e igualitarias, sustituida por la formación de minoritarios grupos letrados que custodiaban la sociedad jerárquica tradicional” (Rama, 16-17).
No tuvo seguidores la escuela de ese pensamiento. José Martí, para poner un ejemplo cimero, traza una curva de continuidad con el pensamiento de Bolívar, a quien admiró. Del Romanticismo al Modernismo se tornan visibles las escuelas: el idioma llevado a un momento de esplendor, de relámpago. Pero sin duda la tierra de Rodríguez, el frío, los andes, el rumor pedregoso de su pensamiento no hizo escuela, no tuvo seguidores ni acompañantes. Hay que esperar hasta Vallejo para volver a escuchar ese rumor. Fue un solitario. Y estuvo solo –pienso- porque pensó en (y como) los pobres. Echó su suerte con ellos, como diría el cubano, obsesionado con la idea de formar republicanos para las repúblicas nacientes. Ese es el proyecto suyo que continúa pendiente. No tuvo continuidad y muy al contrario, se impuso y extendió un desencuentro enfermo entre la realidad y la escritura. Así, en las escuelas latinoamericanas aprendimos a no vernos, a no reconocernos, a olvidarnos. La escuela y luego las universidades, con sus modos de operar y validar sus procesos de acuerdo a cánones europeos y norteamericanos, practicaron un colonialismo radical, pues afectaban a las formas de acercarnos a la realidad, dejándonos inermes, sin explicación, desprovistos de las palabras que hicieran cercano, propio, nuestro, el mundo.
Estaba más cerca Simón Rodríguez de los pobres en la medida en que su proyecto se alejaba del criollo, no otro sino el implantado en diversos grados y sin mayores contratiempos por el liberalismo burgués. Bolívar fue traicionado cuando su patria del decoro –como bien pudiera calificarla Martí- no fue posible traicionada por la felonía de la clase económico política emergente. El proyecto de Rodríguez, su radical democracia, menos era posible y hoy aguarda su cumplimiento. No podía Bolívar pensar ni habría que exigirlo un modelo de educación americano, ese componente se lo dio por supuesto Rodríguez, el mismo Bolívar se lo confió, sólo que sus planteamientos educativos exigían un acompañamiento en lo político y económico igualmente radical, sostenido en el tiempo. Las guerras que se sucedieron, como la Federal en Venezuela, que arrasaron con más de un tercio de la ya diezmada población, fueron producto de la revolución bolivariana traicionada. Exigía la educación robinsoniana democracia en la escuela en un marco político de largo aliento, que permitiese pensar en generaciones.
Se trataba pues de un hacer soberano, de construir conocimiento, de reconocer nuestra diversidad y defenderla. La raza nueva que observaba Bolívar tenía el componente político social de la inclusión, no cabe duda, pero marcaba una inexistente solución de continuidad. El proyecto educativo de Rodríguez al irse a la lengua, necesariamente exigía continuidad, el continuum histórico que le da sentido al presente, porque los sentires y pensares americanos no podían ni nacieron de pronto. No obstante criollos como Bello se detuvieron ante la posibilidad de una diáspora como la que sufrió el latín con la disolución del imperio y ordenaron sus miedos en gramáticas ancilares articuladas al aparato político (ideológico cultural diríamos hoy) de la Real Academia instituida en España desde 1713. Por una Real Orden de la Reina Isabel II el 25 de abril de 1844 se oficializó una ortografía que debía ser impuesta en las escuelas, y ya se sabe, la Academia consideraba que la lengua era la “Patria común” y España la Madre Patria. “Desnaturalizada madrastra” la llamó Bolívar.
Sólo ahora va siendo posible la incorporación de lo que hasta hoy ha sido invisible, nuestros indígenas y negros, sus visiones y formas de entender el mundo, hasta ahora ausentes del proyecto político criollo esencialmente hispanista y eurocéntrico, fundamentalmente blanco (y que hoy congenia con el modelo globalizado blanco-anglosajón-protestante de los medios de comunicación), articulado sobre la inexistencia de un momento cero (América es a partir de 1492) o tabla rasa (genocidio mediante), o sobre un mestizaje que en vez de incluir, borra. El proyecto de Rodríguez nos incluye, admite la amalgama, pone el oído, la crítica, la lucidez, en la experiencia europea pero la silabea con nuestras resonancias, la pone en tensión y le opone lo propio; pone en crisis el sistema lingüístico heredado que hizo la guerra contra el wayuunaiki, el quechua, el aymará, contra los regionalismos, las voces y los acentos. Con cuánto recelo se escucharon y peor entendieron las razones que expuso Gabriel García Márquez sobre la necesidad de pensar una gramática para nuestras sonoridades: “Son pruebas al canto –decía el colombiano- de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempos no cabe en su pellejo. Pero nuestra contribución no debería ser la de meterla en cintura, sino al contrario, liberarla de sus fierros normativos para que entre en el siglo veintiuno como Pedro por su casa.”
Simón Rodríguez nos puede ayudar a levantar una patria enorme y nuestra sobre la amorosa base de nuestras palabras, esas madres que nos mostraron el mundo antes de la escuela. La escuela era otro mundo, extraño y hostil, sobre todo porque se hablaba otra lengua, una que desconocía y despreciaba la nuestra, la materna, la de la calle, la del río y de la montaña. Nos dictó la escuela que sólo con su lengua se podía pensar y asimilar el conocimiento de Occidente, y en el mismo sentido no son pocos los que han dicho que la economía y la informática sólo hablan inglés o que la filosofía habla exclusivamente alemán. Necesitamos pues la escuela robinsoniana, la escuela de todos, hecha con nuestras palabras, donde aprendamos a dibujar con la boca nuestras repúblicas, en las que lo público es lo social y lo social es de todos. Sociedades sin privilegios, de iguales. Donde eso sea verdad.
Bibliografía
1. Bolívar, Simón (1991) Para nosotros la patria es América. Biblioteca Ayacucho: Caracas
2. Lezama Lima, José (2006) Simón Rodríguez y el romanticismo americano. La Espada Rota: Caracas
3. Rama, Ángel (1985) La crítica de la cultura en América Latina. Biblioteca Ayacucho: Caracas
4. Rodríguez, Simón (2004) Inventamos o erramos. Monte Ávila: Caracas
5. Romero, José Luis (2002) El Obstinado rigor. Hacia una historia cultural de América Latina. CCYDEL-UNAM: México
Páginas para consultar
1. “Dejen quieto al “Bachaco” Piar”, por Carlos Hernández: http://www.aporrea.org/actualidad/a39506.html
2. Bolívar y la Guerra Social, por Juan Bosh: http://www.simon-bolivar.org/bolivar/bylgs_principal.html#indice
3. Chuquisaca. http://www.clas.umss.edu.bo/bolivia/chuqui.htm
4. Sobre la Real Academia Española http://www.analitica.com/bitblioteca/rae/ortografia.asp
5. Entrevista a Carlos Lenkersdorf: http://www.ezln.org/revistachiapas/No7/ch7entrevista.html
1 Comentarios
¡Lúcido!
ResponderEliminar