José Javier León
Ya se ha dicho, la guerra en la que estamos es multifactorial
y multifacética. Todos los poderes del mundo están confabulados para hacerse de
varias cosas en nuestro país y en la región toda, según lo que vemos en
Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador y, claro está, por lo que forma parte de
nuestra historia desde la Conquista hasta la re-colonización que hoy padecemos.
Pero, en nuestro país en particular, luego de asesinar a Chávez, sí, como lo
hicieron con Gadafi más o menos por las mismas razones –herir de muerte la unión
subcontinental allá africana aquí latinoamericana- iniciaron una arremetida
total que el presidente Correa califica ciertamente de “Nuevo Plan Cóndor”, con
ello buscan –y creo que lograrán- destruir el eje Venezuela-Brasil-Argentina
que tanto fortaleció y revitalizó el Mercosur. De modo que, sacando del juego a
los grandes van por los pequeños, y entre ellos, la potencia energética del
mundo emergente, Venezuela; y de paso, sacar del juego de los grandes (China,
India, Suráfrica), es decir de los Brics, a Brasil.
Mucho se juega y mucho está en juego. Más, cuando el
capitalismo necesita las riquezas de Sur América para mantener su particular modo
de crear destruyendo. Aunque Venezuela se le ha tornado difícil, desde donde
veo mucho se ha cedido. La paz no se mantiene en un escenario tan caldeado con
radicalismos y verticalismos ingenuos. Lo que se ve no es siempre lo que en
verdad ocurre y lo que arriba no se transa abajo se tranca. En fin, no nos
caigamos a cuentos, pero en algo sí estoy claro: el escenario que el hermano
Obama nos tenía señalado era por lo menos el de Ucrania. Y al fallar en 2014 nos
quisieron o quieren llevar a uno tipo Libia o Siria. O sea, no es un lomito
mantener la paz en este país infiltrado por paramilitares colombianos devenidos
mercenarios, dispuestos a todo y con alianzas cada vez más podridas con el
hampa local.
Esto no es sino un rápido esbozo de un contexto neurálgico,
que tal vez me sirva para plantear un análisis un tanto retorcido pero cuyas
piezas, creo, se ajustan con no poco espanto a la realidad. En efecto, he
pensado –viendo lo que veo con estos ojos que se los comerán los gusanos- que estamos
participando –sin que se nos haya dicho- en el TLC entre Colombia y EEUU.
¿Que qué? Pues sí, como lo leyó: los “industriales”
colombianos forjaron una suerte de marketing terrorista que nos llevó a comprar
aquí en Venezuela los productos que el pueblo de Colombia no puede adquirir.
¿Cómo lo hicieron? Pues llevándose la mercancía venezolana hasta vaciar por
completo los anaqueles mientras comerciantes informales nos metían en el
subconsciente los “precios” bachaqueados –vale decir hiperinflados- graciosamente
aferrados a la máxima comercial (propia de un escenario de guerra) de que si
está muy escaso harás lo que sea por obtener esos bienes de “primera necesidad”
siempre y cuando ese “lo que sea” no sea tomarlos por la fuerza –un “lo que sea”
de alguna manera sostenido pero cada vez más difícil de sostener ciertamente, por
el poder adquisitivo del pueblo, fortalecido por la revolución bolivariana tras
una década de opima renta petrolera. Ese “lo que sea” devino finalmente en no
usar los esmirriados recursos en otra cosa que no sea comer.
Los precios bachaqueados, instalados en la mente del
consumidor venezolano, después de recurrir a las impunes mesas que de esquina a
esquina de todas las calles exhibían los productos que “necesitábamos” y que
semana a semana, día a día se inflaban tomando en consideración los decibeles del
dólar tudey (o dólar cucuteño) y que como una suerte de eco re-percutía en la
llamada “cesta Petare”, hicieron que surgiera casi de la noche a la mañana un
comercio legal, lícito, de productos colombianos a precio de bachaqueros que incitan
al “venezolano” que todavía puede, a comprar sin miedo a la escasez.
Todos los días una caravana de camiones del tipo que los
bachaqueros hicieron familiar de aquí para allá, regresan custodiados por
autoridades venezolanas para que llenen sin piedad los anaqueles de estos
comercios –yo los llamo Bachaco’s Market- para despejar el fantasma de la
escasez –ahora hay de todo- sólo que a precios insostenibles para el bolsillo
de un pobre asalariado, no así para los que durante la bonanza de los
raspacupos y el contrabando de alimentos, se hicieron de extraordinarias riquezas
súbitas. Hoy el agosto lo viven los “comerciantes” mientras que el trabajador
de ocho horas brinca y salta y entre queja y queja vende todo lo que tiene y se
rebusca y espera.
Entre los frutos del desangre estaba por supuesto que Maduro
cayera, pero no cayó. Valió sí para que la oposición asaltara la Asamblea
Nacional en unas “elecciones” en las que la mayoría votó congestionada por la
propaganda demagógica y mal intencionada. O sea, la gente votó por sus
verdugos.
Tal vez muchos o diversos sean los frutos que la estrategia procure,
pero en este momento me enfoco en este marketing terrorista que llevó a que se
instalara en este lado de la frontera la producción industrial colombiana que,
de otra manera, no tendría lugar en la propia Colombia. Estamos asistiendo a
una colocación de la producción –no excedentaria de Colombia- sino “su”
producción en el mercado venezolano –apañado a coñazos- de modo que se hiciera
dócil a la dolarización de los precios, lo cual les permite tener soñados
márgenes de ganancia. O sea, les estamos cubriendo la espalda a los
industriales colombianos que naturalmente están siendo desplazados por los
productos gringos. Para decirlo gráficamente: los estantes colombianos se
llenan de productos gringos, más baratos que los colombianos –obviamente-,
pero los colombianos abrieron a porrazo limpio los anaqueles venezolanos a su
producción –para decirlo en jerga económica: “nivelaron las asimetrías”-, así
las trasnacionales quedan de su cuenta mientras la oligarquía colombiana –todo hay
que decirlo- ranciamente colombiana- utiliza el mercado venezolano para
continuar “produciendo” para sus bolsillos.
Con otras palabras: ¿Cómo mantener una producción más cara
frente a la importada de EEUU? Respuesta: abriendo un mercado que la compre así
de cara. ¿Dónde? En Venezuela. Pero resulta que producir en Venezuela es más
barato que en Colombia y además el gobierno tiene desplegado todo un sistema de
protección social que “desincentiva” el capital privado… ¿Cómo hacemos? Pues,
colaboramos para desmantelar el sistema de protección, nos aliamos con el
capital privado venezolano para distraerlo de su mercado natural de modo que lo
deje abierto para la producción colombiana. Todo esto, retorcidamente adobado
con xenofobia de lado y lado, una campaña falaz acicateada con el estribillo “Maduro
es colombiano”, expulsiones y migraciones, deportaciones y turismo comercial.
¿Qué lograron? Un mercado dolarizado a juro –pero en bolívares- para los
productos colombianos que no necesitan viajar más lejos que a Maracaibo para
multiplicar las ganancias al 3000%. ¡Qué manguangua!
Un fruto pues, de la guerra económica, ha sido la
colombianización de nuestro mercado doméstico. Con bolívares ahora
acostumbrados a pagar dólares inflados, adquirimos productos colombianos –que reemplazan
a los “nuestros”- pero con dólares mucho más caros. Perdemos nosotros muchísimo,
ganan ellos muchísimo. Otra vez muere Bolívar desterrado; otra vez matan a(l)
Sucre. Otra vez, amoneda la traición Santander con cuño extranjero.
Ganar ganar, dicen las autoridades regionales. ¡No
Joda! Si seguimos ganando así, pronto “ganará” toda Venezuela. Preveo una silenciosa
pero vistosa invasión de Bachaco’s Market en Barquisimeto, Valencia, avanzando a
ritmo de vallenato a la verdadera y definitiva toma de Caracas.
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