Sobre el Diario de Bucaramanga



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José Javier León

“¡A la mierda todos! La patria es América”
Simón Bolívar

Leí, asombrado, el Diario de Bucaramanga[1]. Me sucedió como con otros libros, lo conocía por pasajes, citas sueltas, fragmentos mínimos, pero teniéndolo a mano incluso en dos ediciones, no lo agarraba para leerlo. Y cuando por fin, lo leí de un tirón, con la boca abierta, diciéndome cuan estúpido había sido por no haberlo leído antes. Pero bueno, creo que así pasa y a fin de cuentas ¡hay tanto por leer! Total, quisiera con estas líneas trasmitir la emoción resaltando pasajes y mostrando algunos registros impactantes, al menos para mí. Lo hago también para motivar su lectura y compartir que Bolívar sigue vivo, hablándonos descarnadamente, transmitiéndonos su vigor y lucidez.
Un libro audaz y moderno, fruto de la admiración de una suerte de amanuense improvisado que forjó noche a noche en la Bucaramanga de 1828, un rico y vívido retrato moral y físico del Libertador: “no separo nada, todo va mesclado hasta con algunas repeticiones que no juzgo superfluas, sino como una sucesión de sombras necesarias que hacen resaltar mas el principal sujeto del cuadro” (p. 104): Bolívar. “…yo no soy, nos dice Perú de Lacroix, quien lo ha retratado, sino el es qe. se ha pintado asi mismo sin saberlo, y es el tambien que ha pintado los muchos personajes que figuran en este Diario, sin creer hacerlo” (p. 164).
Si Bolívar lo “viera impreso cual sería su sorpresa, y su pesar de haber sido cojido en frangante; de verse presentado al publico, al Mundo entero sin velo ninguno y enteramente desnudo” (p. 165).
Es Bolívar en el Diario… un maestro en costumbres y maneras de la época, en el manejo del sentido común, en impasibilidad y paciencia, en arrojo e iracundia, en ironía y desconfianza, en política y en ciencia del Estado, y brinda sus lecciones desde la cotidianidad y el ejemplo.
Aprovechaba la mesa para desbastar modales rústicos y los paseos a pie o a caballo para derrochar energía, conversaba con gracia y jugaba con obsesión para demostrar irónicamente que se hallaba equidistante de la pasión lúdica.
Descubre este libro la dimensión humana del Libertador la cual vale la pena conocer para admirarlo más y mejor. Es el Bolívar que usa su presencia donde nadie se lo espera para dar más peso a una comisión, que se deja estar en un lugar y entre los más humildes como un paisano cualquiera, que empleaba la soledad de su habitación para mecerse en la hamaca como un niño inquieto, que sabía lo grande que era y lo poco que quedaba de su poder e influencia cuando los odios se arremolinaban en torno a la idea de patria grande que los intereses mezquinos de los Santander, Obando y José Antonio Páez, pugnaban por asesinar antes de nacer.
Que no se persignaba, que comía muchas frutas y que prefería la arepa de maíz al pan de trigo.
En Bucaramanga esperaba Bolívar los resultados de la Convención de Ocaña, a su lugar de despacho llegaban noticias que lo amargaban y le auguraban el peor de los escenarios: “la mayoría de sus diputados alucinados los unos por falsas teorias, y los otros dirijidos por su maldad, y por miras personales han preferido el desorden al orden, la ilegalidad á la legalidad, mas bien que ceder á la rason, á la voz de la patria y al interes jeneral. Todo esto me confunde, que me quita enerjia y enfria hasta mi patriotismo, y sin embargo mas que nunca necesito de ellos pa. sobre llevar la pesada carga que está sobre mis hombros” (p. 157)
Los hombres de Estado, dice “deben preverlo todo, deben saber obrar como tales, y probar con resultados que efectivamente son tales como se creen” (p. 18). Pues la victoria realmente ocurre cuando un gran resultado fuerza “la opinión de todo un país en favor del vencedor y contra el vencido: que establece de un espíritu nacional, sin el cual nada puede crearse de estable en política” (p. 90).
Por eso seguro, aborrecía el federalismo “aquella multitud de Estados que diseminan y debilitan la fuerza (…) que producen siempre la anarquía, la guerra civil y en seguida el despotismo” (p. 124).
Sabemos por las notas ordenadas de Lacroix que Bolívar no necesitaba para pensar ni la calma ni la soledad, que lo hacía “en medio de la sociedad, de los placeres, del ruido y de las balas”, y confesaba que se “hallaba solo en medio de mucha jente” (p. 20).
Que rayaba en la injusticia cuando trataba de evitar que pensaran que por su poder e influencia beneficiaba a familiares o amigos.
Que para bañarse le gustaban “un río caudaloso en que se pueda nadar, ó el mar” (p. 35); que era terco y retador como cuando pidió que le atasen las manos para probar que podía así cruzar un río; y que su máxima era no detenerse sino “siempre adelante, nunca á tras” (p. 35).
Que tenía una habilidad de novelista para la descripción de los perfiles subjetivos, para captar las tramas secretas, las infidencias del alma. “El Libertador –dice de Lacroix- tiene el talento el mas facil y lo mas critico para hacer un retrato moral: sus pinceladas son rapidas, enérgicas y verdaderas” (p. 58).
Que le gustaba narrar, contar historias, que sus cuentos eran “muy graciosos, pr. que los refiere con arte y con elocuencia seductora y agradable” y no les faltan “aquella sal que dispierta la atención” (p. 47).
Que sabía que no había mejor escuela de la vida que las dificultades, la adversidad e incluso la miseria. Que si no hubiera enviudado “no seria el jral. Bolívar, ni el Libertador, aunque mi genio –decía- no era pa. ser alcalde de San Mateo” (p. 50). Que, por cierto, a pesar de no haberse vuelto a casar no se debía creer que era estéril o infecundo “pr. qe. tiene pruebas del contrario” (p. 75) …
Sus certezas nos llegan hasta hoy: “Con los elementos morales que hay en el país; con nuestra educación, nuestros vicios y nuestras costumbres, sólo siendo un tirano, un déspota podría gobernarse bien a Colombia: yo no lo soy y nunca lo seré” (pp. 24-25).
Que mientras estuvo en Bucaramanga, hoy capital del Departamento de Santander, Colombia, no faltó un “día de fiesta en ir á la Iglesia, y cura tiene destinado a un padrecito, muy expedito pa. decir la misa a que asiste S.E. No hay hora fija pa. ella; antes ó después del almuerzo, según quiera el Libertador; y aquella misa es siempre muy concurrida, pr. que todos quieren ver á S.E., y vienen muchos campesinos con aquel único objetivo” (p 53). 

El Diario de Bucaramanga es un libro revelador, al menos para muchos que conocemos la historia a retazos y mal contada. He creído que este diario, que algunos según he podido ver califican de apócrifo porque -¡estoy seguro!- no pueden aceptar que la verdad y las verdades sean dichas de manera tan natural, tan descarnada y vitalmente, debería ser leído sobre todo por los jóvenes pues hecha por tierra estatuas y retratos sin vida que adornan la estéril mitografía oficial y sobre todo porque revela aspectos del pensamiento y vida del Libertador, amén de pasajes de la historia sacralizada, que deberían ser revisitados a la luz de estas confesiones, de estos casi pasadizos que descubren o desvelan el revés de la trama.

Que era reacio a las “drogas de botica” (p. 59), y que no era adicto al juego, pero comprendía que a través de él “puede estudiarse al hombre” (p. 64). Es lo que hace con el Libertador a su vez, de Lacroix cuando apunta que “Lo he visto botar los naipes, el dinero y abandonar el juego” (p. 69). Sobre esa escena reflexionó Bolívar: “Ven V.Vds. lo qe es el juego: hé perdido batallas, hé perdido mucho dinero, me han traicionado, me han engañado abusando de mi confianza, y nada de todo esto me ha conmovido como lo hace la perdida de una mesa de ropilla” (p. 70). Tal vez sería porque, como lo confesaba no podía “con sangre fría perder mi amor propio” (p. 71).
Tampoco era afecto al vino pero decía que “tomado con moderación, fortifica el estomago y toda la maquina; que es un néctar sabroso y que su mas preciosa virtud es la de alegrar al hombre, aliviar sus pesares y de aumentar su valor” (pp. 67-68). Cuenta Bolívar que cierta vez que el enemigo ocupaba una muy fuerte posición, se resolvió a atacarlo luego que su mayordomo puso sobre la mesa una última botella de vino de madera: “era bueno, decía, y espirituoso; su fuerza así como las varias cepitas que bevi, me alegraron y me entusiasmaron á tal punto, que al momento concebi el proyecto de batir y desalojar al enemigo: lo que antes me había parecido casi imposible y muy peligroso, se me presentaba de nuevo fácil y sin peligro” (pp. 77-78).
Que gustaba “ir de paisano” (p. 82), casaca azul, calzones y chaleco blanco, corbata negra y sombrero de paja, y que nunca en Bucaramanga lo vio de uniforme.
Que traducía con soltura versos del francés al castellano y que Voltaire era su autor favorito.
El Diario de Bucaramanga es un libro revelador, al menos para muchos que conocemos la historia a retazos y mal contada. He creído que este diario, que algunos según he podido ver califican de apócrifo porque -¡estoy seguro!- no pueden aceptar que la verdad y las verdades sean dichas de manera tan natural, tan descarnada y vitalmente, debería ser leído sobre todo por los jóvenes pues hecha por tierra estatuas y retratos sin vida que adornan la estéril mitografía oficial y sobre todo porque revela aspectos del pensamiento y vida del Libertador, amén de pasajes de la historia sacralizada, que deberían ser revisitados a la luz de estas confesiones, de estos casi pasadizos que descubren o desvelan el revés de la trama.
Así, por ejemplo, cuando afirma que “aquel Congreso que tanto hé instado pa. su reunión –se refiere al Congreso Anfictiónico de Panamá- no fue sino una fanfarronada mia que sabía no sería conocida y qe. juzgaba ser política y necesaria y propia pa. que se hablase de Colombia, para presentar al Mundo toda la America reunida bajo una sola política, un mismo interés y una confederación poderosa. (…) Con el Congreso de Panama he querido hacer ruido, hacer resonar el nombre de Colombia y el de las demás Republicas Americanas; desanimar la España, apresurar el reconocimiento. que le conviene hacer, y el también de las demás potencias de Europa: pero nunca he pensado que podía resultar de el una alianza Americana como la que se tomo en el Congreso de Viena: Mejico, Chile y la Plata, no pueden auxiliar a Colombia, ni esta á ellos: todos los intereses son diversos excepto el de la indepena. solo puede existir relaciones diplomáticas entre ellos, y nada de muy estrecho, sino en pura apariencia” (p. 92).
Del mismo tenor es cuando refiere su encuentro con Morillo. “El armisticio de 6 meses que se celebro entonces y que tanto se ha criticado, no fue pa. mi sino un pretesto pa. hacer ver al Mundo que ya Colombia trataba como de Potencia a Potencia con España: un pretesto también pa. el importante tratado de regularización de la guerra que se firmo tal, casi, como lo había redactado yo mismo: tratado santo, humano y político que ponía fin a aquella horrible carnicería de matar a los vencidos (…)” Digan lo que quieran los imbéciles y mis enemigos, sobre dho. negocio: los resultados están a mi favor. Jamás comedia diplomática ha sido mejor representada que la del dia y noche del 27 de Nove. del año 20 en el pueblo de Santana” (p. 94).
Con verdadero estilo maquiavélico, confiesa: “El jesuitismo, la hipocresía, la mala fe, el arte del engaño y de la mentira, que se llaman vicios en la sociedad, son cualidades en política y el mejor diplomata, el mejor hombre de estado es el que mejor sabe ocultarlos y hacer uso de ellos” (p. 115).
Pero además de estos pasajes donde se confirma lo que años después dijera José Martí que en política lo verdadero es lo que no se ve, hay una escena que nos demuestra la capacidad del Libertador para impulsar y guiar los ejércitos a la victoria, haciendo mano de los recursos que impelen al heroísmo. Me refiero a su relato sobre la muerte de Ricaurte echando por tierra la versión que la fama popular y los letrados nos legaron: “su muerte no fue como aparece: no se hizo saltar con un barril de pólvora en la casa de San Mateo, que había defendido con valor: yo soy el autor del cuento; lo hize pa. entusiasmar mis soldados, pa. atemorizar á los enemigos y dar la mas alta idea de los militares granadinos. Ricaurte murió el 25 de Marzo del año 14, en la bajada de San Mateo retirandose con los suyos; murio de un balazo y un lanzazo, y lo encontré en dha. bajada tendido boca abajo, ya muerto y las espaldas quemadas por el sol” (p. 137).
Finalmente, tres pasajes que me parecen reveladores. El primero, el de un joven Bolívar que espía en compañía de un amigo al mismísimo Napoleón; y que en 1804 ve “como una cosa miserable” (p. 51) la corona, pero lo asombran los vítores de la multitud durante la coronación, como presintiendo o deseando que también él pudiera ser algún día aplaudido así por el pueblo. El segundo, cuando durante una misa se arma una estampida pero él permanece impávido, esperando que llegase la calma leyendo un libro que había tomado de pasada camino de la iglesia. Cuando las aguas se tranquilizan mandó con un emisario a averiguar la causa de todo, mientras sigue leyendo hasta que el emisario llega, lo escucha sin inmutarse, sin perder el equilibrio: “el Libertador no se conmovio; quedo calmo y su serenidad nos dio a todos una especie de vergüenza” (p. 90). Y el tercero, uno que en otros momentos he citado, y que considero, como docente, de una profundidad que merece ser escuchada y asimilada. Cito el pasaje en el que rememora y reflexiona sobre las enseñanzas de Simón Rodríguez; cierro con él estas líneas:
“A esa mi edad (nueve años) me parecía maravilloso hacer lo que se me diera la gana. Robinson me sometió pues a un proceso de objetividad. Alejó de mí la enseñanza y de ella la virtud y la verdad para dármelas solas, preservándome de vicios el corazón y de errores el ánimo. A veces cuando me aburría me lo explicaba: Debo –decía– dejar por sentado señorito Bolívar, que su educación no debe conocer mucho menos saturarse de nada. Si puedo hacer por usted el de llevar le hasta la edad de doce o trece años, sin que sepa usted distinguir su mano derecha de la izquierda, sé que cuando esto ocurra, desde las primeras lecciones que voy a darle se abrirá su entendimiento a la luz de la razón, sin resabios ni preocupaciones. Nada habrá en usted que pueda oponerse a la eficacia de sus afanes, en breve, doy a usted mi solemne compromiso, de que será sino el más sabio, el más aguerrido hombre en particular, que será un portento en la historia del mundo” (p. 181).





[1] Luis Perú de Lacroix (2006) Diario de Bucaramanga. El Perro y La Rana. Caracas

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