Antes de la crítica, la crítica realidad


Participación en el Seminario "Sures y periferias de la crítica literaria latinoamericana"

Filven 2019
Noviembre 12, 13 y 14 desde la Casa de Historia Insurgente
Caracas, Venezuela



José Javier León
Joseleon1971@gmail.com

Tal vez deba a la docencia cierto empeño en pensar las bases materiales de lo que hace posible enseñar. Es decir, aunque me preocupen las ideas, trato de detenerme en lo que hace que éstas sean posible. De modo que puesto a pensar sobre la crítica literaria, en un país como el nuestro, y hasta donde lo conozco y vivo, pasa por sopesar las condiciones materiales que hacen posible ese hacer crítico específico. Confieso que le he dado muchas vueltas al asunto desde que Carlos Bracho tan amablemente me invitó a participar en este Seminario, acompañado de una maestra como Berta Vega, que ha seguido el crecimiento paulatino de estas ideas largamente conversadas durante años, con amigos y hermanos como Nandy García y con maestros como Celso Medina y Alberto Rodríguez Carucci, de tan luminosa y sabia prosa.
Le he dado vueltas porque me pregunté cómo abordarlo y encontré una ventana que se abre a una serie de problemas muy complejos pero que desbordan el hecho literario en sí. En efecto, estoy convencido de que la crítica más profusa y más profunda se hace fuera del hacer literario, la hace la realidad, para decirlo demasiado gruesa y ampliamente. Trataré en lo que sigue de justificar lo que digo y de explicarlo.
Ya sabemos desde hace rato que las editoriales hacen crítica, publicando lo que deciden publicar. Algunas con criterios estrictamente crematísticos, otras, luchando contra diversas dificultades y limitaciones, anteponiendo la calidad y el gusto a las presiones de la oferta y demanda. Sabemos que existe una industria editorial que fabrica escritores porque fabrica lectores de consuno con los medios de comunicación y las redes. Es una relación simbiótica en la que se publica lo que los lectores quieren leer precisamente porque se les ha dicho de una y mil maneras lo que tienen que leer para ser exitosos, para curarse el cuerpo o el alma, para triunfar sobre las vicisitudes.
Esta forma de relacionarse las editoriales con los escritores y los lectores y lectoras, se refleja con claridad pasmosa en las librerías. Hacen crítica las librerías disponiendo en sus anaqueles lo que debe ser leído, vale decir, el producto exhibido de las relaciones mencionadas y referidas previamente. El desplazamiento a los primeros anaqueles y luego a todos, de libros que nos ayudan a vivir, es un signo crítico de esa crítica evidente que practican las editoriales y las librerías. Otro signo terrible de esta operación crítica lo percibo en la desaparición paulatina de las propias librerías. En efecto, yo, que vivo en una ciudad con cerca de 3 millones de personas, doy fe de que no existe una sola liberaría, digna de su nombre. ¡Ni una!
Hacen crítica las bibliotecas, en especial las de las escuelas, liceos y universidades. Desapareciendo, con anaqueles empolvados, con libros maltratados por el tiempo y el desuso. Víctimas de abandono y desdén. Visitémoslas, y la sensibilidad que hayamos cultivado por los libros y las bibliotecas sufrirá terriblemente. Y esto sucede en una ciudad como Maracaibo, cómo será en otras ciudades de provincia, o como llaman “del interior” del país.
Hacen crítica las escuelas, liceos, universidades. Convirtiendo el libro en un objeto que no precisa ser leído de manera inteligente, creadora, despierta. El libro es un instrumento que contiene información que se puede replicar sin discutir ni procesar.
Hacen crítica los medios de comunicación desterrando de su vocabulario la palabra “libro”.
Todo lo dicho, que además puede ser abundado hasta el escándalo, hace sin embargo parte de un plan, digámoslo así, civilizatorio. Esta realidad que vivimos, en la que predomina y prevalece el capitalismo en su versión neoliberal, desprecia profundamente el libro porque desprecia profundamente lo humano. En otras palabras, desprecia el lenguaje.
Aquí debo detenerme para hacer unos comentarios un tanto filosóficos.
Los seres humanos somos animales de palabra, estamos hechos, nos constituimos de palabras. Somos humanos porque hablamos. Si es así, entonces perdemos la humanidad, nos deshumanizamos cuando perdemos la palabra. Para decirlo sólo de pasada, la incomunicación a la que someten a ciertos presos es una tortura probadamente cruel.
Decía entonces que esta civilización llamada occidental y en especial la degeneración que supone la entronización de la cultura norteamericana, ha programado la destrucción de la especie humana limitando su acceso al lenguaje. Y lo ha hecho de distintas y muy diversas maneras. Parte de lo que ya he mencionado con respecto a la industria del libro o las escuelas, forma parte de esta programación, pero en definitiva de lo que se trata es de que los humanos no tengan acceso a las fuentes del lenguaje, a sus fuentes vivas, no otras sino la oralidad y (posteriormente) la escritura. Ha cortado el acceso a la oralidad destruyendo las culturas orales y atentando contra todas las formas de oralidad como por ejemplo, sacando de la escuela las voces de la calle; discriminando a los ancianos; pervirtiendo los usos del habla, corrompiéndolos, de tal manera que los hablantes no puedan con la herramienta del habla, pensar, construir mundos, diseñar universos. Con la pobreza ambiente de las palabras cotidianas, a lo sumo logran comunicar ideas instrumentales sin peso ni profundidad.
Luego, sin acceso a la oralidad, lo cual significa perder miles de años de evolución, toda vez que en nuestras palabras, las que hoy usamos, susurran los vocablos dormidos de pueblos africanos, asiáticos, indígenas, europeos, porque sabemos que es posible reconstruir con una arqueología de sentidos etimológicos los orígenes del mundo. Sin oralidad, ¿qué nos queda? Nos queda la escritura. Pero, ¿nos queda?

Debemos tener presente, o yo al menos he pensado, que la escritura no nació para servir a la imaginación. El conocimiento y la memoria estuvieron y han estado vinculados estrechamente a la oralidad. Todo lo que había que saber, se sabía oralmente, todo lo que se debía aprender se aprendía por la palabra y el ejemplo. La escritura no nació para preservar la oralidad, para fijarla, sino para llevar cuentas. En la oralidad en cambio viajaban la literatura y la filosofía. Vale decir, las palabras que creaban y recreaban el mundo conocido y preparaban al ser humano para enfrentar la incertidumbre, el tiempo y la muerte. La escritura que se ocuparía de estos asuntos, vendría después, mucho después. Es más, cuando se comenzó a preocupar por la literatura lo hizo copiando, transcribiendo, fijando, lo que venía de siglos de boca en boca. De modo que no fue sino mucho después que comenzó a atreverse a crear, es decir, a remedar con la escritura las formas dúctiles de la oralidad. Y es por eso también que la escritura más seductora es aquella que copia o remeda las formas de la oralidad, lo conversacional, la fluidez y el ritmo de la palabra hablada.
De modo que si pretendemos, como docentes, enseñar a pensar preciso será enseñar a hablar. Enseñar a construir mundos a partir de la fabla, como diríamos de antiguo. Por eso es tan vital la conversa. Y si ha sucedido hasta ahora marginal o fuera de clase, va siendo hora de que torne a la centralidad, al corazón mismo del encuentro docente, académico.
Esto es muy importante tenerlo en cuenta porque, insisto, sin acceso a las fuentes de la oralidad quedaría la escritura, pero la escritura que solemos conocer ha sido desencantada y no tiene la posibilidad de crear y recrear el mundo, la realidad misma. Ello con el agravante de que ésta no tiene la dimensión, la profundidad, la claridad de nuestras palabras, y sin palabras para nombrarla, la realidad desaparece, se distorsiona, se hace incognoscible.
Los conceptos con que nombramos el mundo nos dan el mundo conocido. De perogrullo hay que decir que el mundo conocido es el que podemos conocer con las palabras que conocemos. De ahí la importancia de la poesía como creadora de nuevos sentidos. En efecto, cada nuevo sentido es una posibilidad de realidad.
Pero ya sabemos lo que las escuelas y liceos, lo que las editoriales y librerías, han hecho con las palabras escritas. Ya lo decía arriba. Como ya sabemos lo que la escritura y sus sistemas de coacción y represión, han hecho con la oralidad.
He aquí, lo que vine a plantear, la base material de la crítica literaria. Es pues como si dijéramos una base real, hecha de datos ciertos. Porque más allá de lo que entre nosotros nos planteemos ha habido un sistema, una organización, un estado de cosas que ha practicado una crítica tipo razzia contra las formas del lenguaje, en especial, contra la oralidad y contra la escritura. Y con respecto a la primera, de una brutalidad que podemos calificar de etnocidio.
¿Tiene que ver esto con el sistema literario? Esta pregunta, años atrás, podría resultar fuera de lugar, pero hoy, cuando vemos el retorno urbi et orbi del fascismo, cuando vemos la desaparición de las escuelas de letras y filosofía, cuando vemos cómo se suplanta la realidad con neolenguas o con la entronización de las mentiras, pienso que la pregunta es más que central.
Necesitamos un sistema literario que vuelva a las fuentes, a la oralidad y a la escritura que la celebra. Además, nos toca estudiar en el marco de estas ideas, a los escritores y escritoras que se enfrentaron al sistema literario impuesto, machista, patriarcal, eurocéntrico, y antepusieron sus voces escritu-orales y sus escrituras antiletradas para sortear los impuestos del mercado.
Estudiar literatura sin considerar la base material aquí bosquejada, aquí advertida, seguirá llevándola a la extinción, como sin duda forma parte del plan de destrucción de todo lo humano. El capitalismo no necesita de la literatura porque no necesita de la humanidad para existir. Con el fascismo se basta y sobra, porque todo lo demás sobra.
Gracias.

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2 Comentarios

  1. Agradable leerlo, compañero. Se disfruta leerlo porque estas líneas reconstruyen las memorias de haberlo escuchado disertar sobre este y otros temas. Agradecido por compartir estos nuevos escribires que honran los decires que les anteceden. Nos leemos y oímos, pues, en estos caminos.

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    1. Jajaja así es Juancho, la verdad es que como se lo comenté a Nandy ese día de la lectura, el texto lo escribí como de un tirón, como si fuera un dictado y sin parar apenas a corregirlo Jajaja muy cierto lo que decís. Un abrazote!!!

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