Palabras en el evento Maracaibo INNOVA

   


Sábado 24 de julio de 2021


Cuántas veces se habrá dicho que las universidades venezolanas han estado desconectadas del país. Cuántas veces la retórica universitaria habló de desarrollo pero en la práctica había un desfase, palabras que no encajaban en la realidad, que no se situaban en experiencias concretas. Salvo casos aislados, de proyectos exitosos pero efímeros, las universidades y sus ganas, cuando las habían, chocaban contra la falta de presupuesto, contra el desinterés de las gestiones que comenzaban siempre de cero, como si no hubiera memoria, como si la institución se fuera con las autoridades que pasaban. Sin embargo, la verdad es que no era así. La Universidad seguía allí, y los problemas y las necesidades del país, también, esperando por la investigación, por la ciencia y la tecnología que transformaran la realidad, que vencieran las dificultades. ¿Qué faltó? ¿Qué faltaba? Se dijo y repetía con testaruda insistencia: falta un proyecto nacional de país. Sólo que este se hacía imposible y casi impensable por la renta petrolera. Que si bien no la disfrutaba el grueso de la población, pues de lo contrario la pobreza en los 90 no rondaría el 60 %, impedía sí que las fuerzas productivas se concentraran en la solución de los problemas estructurales y en particular, en la construcción de una economía real, nacida del trabajo de todos, no de un sector mínimo de la población altamente tecnificado que explotaba una riqueza que componía prácticamente el PIB nacional. Así fue un siglo completo. Y ese modelo ya lo habíamos heredado de la Colonia, en la que según historiadores, se importaban más en la Capitanía General de Venezuela lujos y productos suntuarios que en los propios virreinatos de Perú o Nueva Granada, con el consecuente desprecio por la industria manufacturera, a lo que se sumaba la prohibición de instalar fábricas que transformaran las materias primas en las colonias, como parte precisamente de la política de dominación y obligaba a los comerciantes de estas tierras a comprar productos fabricados en Europa. Este modelo perverso nos llegó hasta hoy, elevado potencialmente por la riqueza petrolera, minera a fin de cuentas. Ese modelo de dependencia de la renta que tanto afectó a las universidades y las convirtió en una suerte de microestados autónomos, con presupuestos que en algún momento superaron al de una nación entera, llegó a un fin casi paradójico, porque la crisis inducida por EEUU para asfixiar al gobierno y que arreció desde el año 2013, creó las condiciones para que el pueblo de Venezuela y por ende sus universidades, vayan como entendiendo a juro, que no hay otra salida sino la de innovar y producir. El pueblo venezolano es un cuero seco, si lo pisan por un lado por el otro se levanta, cantó Alí y es parte de nuestra tradición arisca y libertaria. Eventos como el que estamos presenciando, más numerosas experiencias que recorren el territorio nacional, hablan de un país que resiste luchando y que se prepara para vencer, produciendo. No es lo mismo hablar de gallineros verticales con el petróleo a 100 $ que con 0 ingresos. Es muy fácil grapar tomates y pimentones para una transmisión en cadena nacional, que crear bancos de semillas como ocurre hoy con las de papa o maíz, y que cubren la demanda nacional y vemos en mercados de verduras y frutas que proliferan en muchos lugares de nuestras grandes ciudades. Y si vamos a los supermercados, ahí están nuestros productos, nuestra producción nacional. Por eso mismo, hoy un sector de los empresarios, se sienta con el gobierno y abre espacios de diálogo, toda vez que las empresas desestabilizadoras que algunos financiaron, no sólo no tumbaron el gobierno sino que los condujo al borde de la quiebra. Y ellos, más que nosotros, saben también que las condiciones para emprender en Venezuela están más garantizadas que en cualquier otro país y que el margen de ganancia aquí es si no el más alto, uno de los primeros en el mundo. Todo eso se ha juntado en esta hora. Nos toca a las universidades hacer lectura de las interesantes circunstancias actuales, y enrumbar la proa de la nave al puerto seguro de la investigación y la innovación para el desarrollo. Pero eso tiene que traducirse en otro orden académico y administrativo. En un ordenamiento al interior de las Universidades, ágil, dinámico, que se comparezca con los cambios vertiginosos que se dan en todos los ramos industriales y en especial, en ese sector invisible y poderosísimo que tiene que ver con el poder del conocimiento. La universidad para este siglo XXI debe comprender que el joven que ingresa acaso no pueda tener pre-establecida la profesión que finalmente ejercerá, porque posiblemente ni siquiera exista. Eso lo sabe perfectamente el capitalismo y por eso sus universidades y campos se especializan en las nuevas tecnologías, con sujetos universitarios que crean en libertad alienada esto es, al servicio de las transnacionales como si fueran estas la única realidad posible; más nosotros, necesitamos generar espacios que se les parezcan en dinamismo y flexibilidad, no para dominar, sino para liberar (y con una clave que las hace muy distintas: apegadas a los territorios, atentas a las comunidades). Necesitamos pues, universidades con ética, comprometidas con la vida y los humildes, con la vida digna. *Necesitamos una universidad que entienda que la innovación está llamada a reconfigurar el tiempo y espacio universitario, y que en un mismo y diverso lugar se han de encontrar las aplicaciones, los prototipos, la generación de energía, las impresiones en 3D, los cultivos organopónicos, los saberes ancestrales y las abejas... porque sin ellas, por ejemplo, no habrá mundo posible*. 


 


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