A los dos me une no solo la amistad sino la admiración y el profundo reconocimiento a su labor artística y profesional.
En la década de los '90 me encontraba en Coro cuando tuve acceso a una obra fotográfica sorprendente. Paisajes y casas que en blanco y negro mostraban la regia fascinación del silencio inmemorial. Confieso que creí no llegar a conocer jamás a Carmelo Raydan, el fotógrafo que me había dado tanto misterio. Pero la vida me llevó ni más ni menos que a trabajar con él en la universidad bolivariana de Venezuela.
El otro amigo, distinguido por el más alto de los premios que otorga el periodismo nacional, me invitó generosamente a publicar en una columna de un diario regional que él conducía. Tenía yo en ese momento acaso unos 20 años y serían aquellos textos mis primeros publicados en papel impreso expuestos digamos, a la opinión pública.
¿Sobre qué escribí? Sobre Ibrahim López García, sobre Lydda Franco Farías; sobre César Chirinos y el vivir en la provincia. Cómo se ve, aún mis temas, soles y preocupaciones esenciales, gravitando en torno a mis sueños y deseos de dignidad, belleza y bienestar.
Fue Orlando Villalobos el maestro que propició ese noviciado y ayudó a abrir de alguna manera la puerta que me ha traído hasta aquí, a este momento en que escribir y producir comunicación, se ha hecho arte y parte de mi vida. Agradezco haberlos conocido a ambos y me enorgullece que su obra, constancia y ejemplo hoy tenga la oportunidad de ser reconocida por todo el pueblo venezolano.
Felicitaciones Carmelo Raydan, felicitaciones Orlando Villalobos. Sigamos juntos!
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