Hay algo en Tríptico de la mirada que nos recuerda aquella frase de Goethe, citada por Paul Klee: «Crea, artista, y no hables». Pero como Klee en Teoría del arte moderno, Oscar Sotillo decide hablar.
El libro fue presentado en el marco de la XVI edición de la Feria del Libro de Caracas, 2025,
«Un libro, un amigo»
«Siempre termino hablando de lo mismo. Ninguna de estas reflexiones
escritas vale un día de trabajo en el taller, ni un día de caminata
por las calles, ni una escucha atenta a la gente mientras toma
café.»
—O. S.
Hay algo en Tríptico de la mirada que nos recuerda aquella frase de Goethe, citada por Paul Klee: «Crea, artista, y no hables». Pero como Klee en Teoría del arte moderno, Oscar Sotillo decide hablar. Y lo hace, a mi modo de ver, centrado en el proceso creador, articulado en tres ideas fuerza que resuenan con las del maestro de la Bauhaus: evitar la ilustración, el vacío formal y apostar por la génesis interna del acto creativo, que organiza la forma desde dentro.
Es entonces cuando ambas lecturas se superponen: cuando se postula que el arte hace nacer lo invisible, lo no creado antes. Dice Klee:
«lo que induce a la inmersión en las profundidades —sueño, idea o imaginación— no puede tomarse en serio hasta que se convierte en Obra.
Así pues, solamente las Curiosidades se convierten en Realidades. Realidades del arte que amplían los límites de la vida tal como esta se presenta de ordinario. Porque no reproducen lo visible con mayor o menor temperamento, sino que hacen posible una visión secreta.»
Sotillo lo dice así: «Avanzamos en el camino difícil de hacer que exista en el universo lo que antes no existía». Klee, a su vez, lo expresa de forma tajante: «El arte no reproduce lo visible; hace visible».
Insisto en este contrapunto porque en la reflexión creadora de Oscar Sotillo observamos el mismo móvil: la necesidad de dar cuenta, en palabras, de lo que bulle en el proceso creador. Como Klee, Sotillo podría decir: «No basta con pintar. Hay que pensar, y escribir también, para que el proceso creador se revele».
Con sus reflexiones, Oscar busca «ayudar a descubrir, a organizar y dar visibilidad ante nuestros propios ojos [relaciones] que como creadores muchas veces no llegamos a contemplar». Avanza entonces aupado por la visión crítica, por la palabra que explica y explicita, para sondear procesos que conducen a la belleza o a una intensidad disonante, «siempre con el latido profundo de los espejos que, trayendo nuestra propia imagen, son como un libro infinito para volvernos a ver».
En ese sentido, Tríptico de la mirada ofrece ideas en aluvión, como una suerte de epigramas en serie —agudos, muchos como dardos, menos que satíricos— atados con un cordel apasionado. Sotillo está comprometido con su decir, con su pensar y su hacer, al que se ha volcado por entero.
Su forma de pensar y hacer como totalidad vital está conectada con la calle —no entendida solo como exterioridad, sino como prolongación del espacio íntimo y doméstico. «La casa —dice— es el primer museo, la primera escuela, el primer gabinete de curiosidades y el primer mapa que se tiene del mundo».
Los contextos urbanos «exigen al creador salir de lo íntimo, de lo personal, y avanzar sobre la calle, sobre los espacios llamados públicos, donde la violencia visual impone ritmos vertiginosos, donde los referentes estéticos se evaporan a cada momento, donde la memoria debe ser entrenada para olvidar y la mirada educada en las alertas de la supervivencia».
¿Qué provoca este mirar, este hacer, este vivir poéticamente? Que el cuerpo, como un todo sensorial, esté en continuo estado de alerta, sí, pero ya no en función de la supervivencia —o no al menos para la supervivencia del cuerpo— sino para la experiencia estética, para el acontecimiento de lo sensible.
Esa es, en efecto, una preocupación esencial en Oscar: lo que llama el «analfabetismo emocional». Una crisis que apunta a la cuestión civilizatoria, a lo que nos hace ser humanos y sociedad. Frente a un mundo en crisis, «el arte —y por ende, el artista— vuelve sobre sí mismo para establecer un orden». Solo que se trata de un orden desordenado, de una irrupción en lo establecido con fines desacomodantes. Introducir en la realidad consabida, neutra, inane, el ánimo exaltado que lo transforma todo.
¿Por qué? ¿Para qué? Porque «Ser un transeúnte es estar vivo, andar, moverse dentro de la madeja espesa de significados y objetos. Este constante pasar que entendemos como principio vital, es la visión espacial del amor». Sotillo interpreta el andar despierto del artista, del creador —pero también de todos y todas, al menos ese es su llamado— ese recorrer nuestro entorno entre los significados y objetos de la realidad, como un principio vital: la geografía íntima de los vínculos, la arquitectura sensible del encuentro, la topología del deseo atento. Estamos, pues, en presencia de una ética, una construcción desde la sensibilidad del vivir.
«La pared frente a su casa está roída, repintada, sucia. Donde los vecinos ven deterioro y desidia, él ve veladuras, texturas, planos que se interceptan al azar pero que forman un coto visual muy parecido a algunas obras que están en la bóveda de los museos, legitimadas por las conveniencias del arte. Se pregunta: ¿Por qué esta no?»
Sotillo nos convoca a una vida plena de arte, más allá de su legitimación formal y aparatosa. Reconocer la belleza, la disonancia, el desorden, el otro orden de las cosas, va más allá de los museos y sus cotos cerrados de artistas para artistas. La democratización de la belleza, de lo que nos sorprende y arroba en la galería abierta que es la calle —el mundo que vemos todos los días como si fuera la primera vez—, «como si estuviéramos en presencia de los primeros segundos de este universo».
«Entre la bóveda del museo y la pared abandonada existe un abismo conceptual, político, legitimador», dice Sotillo. Frente a un lenguaje que legitima y sanciona, Oscar nos ofrece una reflexión, una forma de mirar y acercarnos al arte, a ras de barrio, de comuna, de espacio común. Porque somos, en definitiva, nosotros y nosotras: trabajadores y trabajadoras, estudiantes, amos y amas de casa, obreros y obreras, soñadores y soñadoras todos, seres humanos. Porque el ser humano —dice Sotillo— no solamente vive de comer o respirar: vive fundamentalmente de la belleza, del amor, de la emoción, de la alegría, de la felicidad.
¿Qué busca entonces nuestro autor, artista plástico y torrencial pensador del hecho estético? He aquí que su reflexión y su obra se funden en un solo gesto: dibujar un catálogo urbano salvaje, construido al azar. Un mundo pleno de revelaciones que saltan a la vista, que despiertan las emociones, y que deviene —en el diario vivir y en el diario que se escribe, a veces solo con signos invisibles— en «archivo de lo maravilloso, de la alquimia de transformar las emociones y las experiencias estéticas y vitales en signos legibles fuera del cuerpo». El diario contiene -revela Oscar- «la sangre de una obra grandiosa, de una obra construida, allí está la gramática, la savia, el origen de la creación».
Si como individuos el mundo se nos revela a través de un lenguaje sensible, tejido desde el hogar y la experiencia, entonces eso personalísimo —que se vuelve revelación y comunicado— se transforma en mensaje, adquiriendo un código relativamente social.
Y si existe la voluntad de vivir con esa vocación de mirar con ojos entrenados —al revés y al través— y de expandir los frutos de esa mirada, entonces, en la apuesta ética y política de Sotillo, estamos ante un acto de voluntad guiada por la imaginación.
Es decir: una revolución.




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