La batalla virtual



Por
Orlando Villalobos



I
En el conflicto político venezolano lo central es la disputa por el sentido común, por lo que el ciudadano ve, oye, lee y cree.
La constatación de este hecho la encontramos en las operaciones psicológicas diarias, sistemáticas y permanentes en desarrollo, en contra de la población. Son campañas para confundir, desinformar y crear los prejuicios que hagan posible la deslegitimación y el desconocimiento del chavismo o bolivarianismo, como corriente política.
De allí esa insistencia en los relatos en presentar al chavismo como un movimiento en fuga; “Maduro y su entorno están aislados en Miraflores”, “el chavismo se acabó con la muerte de Chávez” y pare usted de anotar.
Es el viejo truco. Si algo no existe lo puedes eliminar, borrar o matar. Si algo no existe no tienes por qué conocerlo, ni tratarlo, ni buscar un diálogo con esa persona, grupo o movimiento; lo niegas y ya, a partir de allí quedas de manos libres para hacer lo que te parezca.
Para transformar la sociedad no hay que quedarse en el sentido común. Cierto. Solo es el punto de partida, también es verdad, pero es el comienzo de la acción política, comunicacional y psicológica que lleva a acciones más profundas. Esto es conocido, de allí ese afán desmedido o esa maquinaria bélica psicológica y comunicacional que ponen en desarrollo, en este momento, las agencias del gobierno de Estado Unidos para capturar ese sentido común; lo hacen apoyándose en las redes y medios masivos, las corporaciones y el despliegue de ONG que financian y controlan, desde USAID, pasando por Aministia Internacional, hasta Caritas y otras organizaciones supuestamente “neutrales”.
El sentido común es el que dice que te lleves un paraguas porque puede llover, te dice que es una locura morder la mano que te alimenta, y así una serie afirmaciones que adquieren la etiqueta de tradiciones y “la misteriosa autoridad de los oráculos” (John Berger, Un hombre afortunado, 2008: 110). El sentido común es necesario pero insuficiente para la comprensión plena de lo que ocurre, no digamos en política, es así en cualquier campo. No alcanza para mucho pero cumple una finalidad práctica de dominio y sometimiento político.
II
Si observamos las operaciones psicológicas desatadas contra Venezuela detectamos –sabemos- como lo principal son los procesos psíquicos y mentales, como formas de control social y de dominación. El capitalismo neoliberal “vende” significados y emociones. No el valor de uso sino el valor emotivo o de culto. El dominio de las emociones es clave.
Esas campañas son conocidas y episódicamente tienen nombres propios: La “dictadura” de Maduro, una supuesta resistencia que tendría como epílogo una gloriosa “salida”, hasta llegar al climax de esta hora: la “ayuda humanitaria”. En todas ellas, se optimizan los procesos psicológicos y comunicacionales, más que las agresiones militares. Eso es así aunque sepamos que estas nunca están descartadas, y por si acaso Donald Trump lo recuerda en cada declaración, como parte de esa prepotencia imperial usada para meter miedo.
Cabe decir que Estados Unidos, que tiene el ejército más poderoso de la tierra, ya sabe que no se impone quien tenga las armas más poderosas y arrasadoras, no solo por lo que pasó en Vietnam, sino también por casos más recientes. Ha intervenido militarmente en Afganistán, Irak y Siria y después no ha podido controlar a un enemigo difuso, que se le aparece por todas partes. Pablo Bonavena y Flabián Nievas (los cambios en la forma de la guerra a partir de los 90) refieren un caso contundente. En Afganistán después de cuatro años de ocupación, en septiembre de 2006, “los estadounidenses debieron solicitar la asistencia de 12.000 soldados de la OTAN para detener el avance talibán. Sus cantos de victoria sufrieron un mentís cuando en febrero de 2007 Dick Cheeney, vicepresidente de EE.UU., sufrió un atentado en su visita a Afganistán, en el que murieron al menos quince soldados”.
III
El actual conflicto político venezolano se desarrolla en medio de un cambio en el ecosistema de medios. Del periodismo en papel y tinta llegamos a la batalla virtual o digital. Una declaración de prensa del pasado equivale a un tuit que se envía o a un posteo en una red, que cualquiera puede hacer desde un teléfono “inteligente” o smartphone.
Hay un cambio del soporte. Del papel impreso pasamos a la tinta digital. Sin embargo, los medios y las redes generan –siguen generando-, marcos de referencia –modos de percibir- sobre la vida cotidiana y sobre la política, la democracia y los derechos. Es una batalla mental, comunicacional y psicológica. Es evidente el bombardeo de ese tipo que se hace sobre la población para meter miedo, desmoralizar y eventualmente conseguir la rendición.
Es la lucha por la hegemonía, que muchas veces se niega. Desde los relatos transmediáticos se busca instalar la producción de sentido que trata de hacer ver que el mundo se divide en buenos y malos, como en las películas de Hollywood. De un lado un ejército de salvadores que trae una “ayuda humanitaria”; del otro un chavismo aislado, sin historia, ni raíces, ni causa noble.
Estamos dentro de la pecera digital. “El smartphone sustituye la cámara de tortura. El big brother tiene un aspecto amable. La eficiencia de su vigilancia reside en su amabilidad” (Byung Chul Han, Psicopolítica, 2014: 35). De ese big brother, aquella figura literaria que aparece en la novela 1984 de George Orwell (1949) arribamos al big data. Cambian las formas de la manipulación, en el neoliberalismo. Ahora no se impide que la persona hable, ni se le vigila físicamente. Tú tuiteas y posteas todo lo que quieras, hasta más no poder. Tú dices dónde estás, qué quieres, cuáles son tus inclinaciones. "Nos ponemos al desnudo por iniciativa propia”, (Chul Han, 2014: 34).
En el neoliberalismo el poder de la manipulación se ejerce desde el big data. Cada paso queda anotado. Dejamos huella de cada clic que hacemos y de cada palabra que se anota en google o cualquier buscador. La vida de cada uno se reproduce en la red digital. Pasamos de la biopolítica al control y dominio de la mente. Hay cyberguerras y disputas comunicacionales y psicológicas, como la que se aplica en este momento contra Venezuela, sin pausa y sin cesar, minuto a minuto. No se busca el dominio de la razón. La psique es considerada por ese capitalismo salvaje una fuerza productiva y ella es la que está en juego.
La razón queda en un rincón escondido y sombrío. De allí los relatos sin sentido que se generan para influir. Se dice que viene una ayuda humanitaria para 20 mil personas, y al otro día se anuncia que participarán unos 600 mil voluntarios. Los números son abismales, dispares, irracionales; no importa. Se busca convencer a la población de que incluso una invasión militar es posible y necesaria, porque después vendrá el resurgimiento, dejando de lado los dolores y daños inmensos que eso trae para la población. Total, cualquier sacrificio será necesario para salir de “este chavismo que acaba con nosotros”.
IV
¿Quién podrá defendernos en esta batalla virtual? Hacerse esta pregunta nos lleva al tema de qué podemos hacer desde nuestro lugar en el mundo. Lo primero pensar con cabeza propia y no dejarnos arrastrar por esa ola de memes, audios, videos, rumores y noticias falsas que están al servicio del odio y la maldad.
Nos toca recuperar el saber ciudadano, que sabe de convivencia, la confianza en el otro y la solidaridad.
Lo fundamental está en la organización popular y colectiva, en la comunidad, para resistir, oponernos a este neoliberalismo que se traduce en frases trilladas; en fin movernos con agenda propia –aunque suene a tecnicismo-. No la que nos dicen los medios, no el rumor o la noticia falsa que dicen las redes digitales, sino la que se mueve con nosotros y se construye con nuestras manos.
Lo que está en juego no es un gobierno, con el que podemos coincidir o no; tener críticas y exigirle correcciones. Está en juego el suelo patrio, la paz, la autodeterminación de nuestro pueblo, la historia pequeña y propia; el riesgo de una balcanización del país, que ya sabemos lo que ha significado en otras latitudes.
Nos toca juntarnos con otros para superar la crisis, compartir penas y glorias, encontrar alternativas y soluciones, y reinventarnos cada mañana. “Los dioses nos dan muchas sorpresas; lo esperado no se cumple y para lo inesperado un dios abre la puerta”, dice Eurípides.

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