Presentación del libro de poemas Paso de Aves, de Venus Ledezma


Venus Ledezma Azuaje. Valencia, Carabobo. 1970. Licenciada en Comunicación Social y Magíster en Literatura Venezolana por la Universidad del Zulia. Ha incursionado en las artes escénicas como investigadora y actriz. De sus montajes destaca su participación en la obra teatral “Final del Juego” (1997), inspirada en el cuento homónimo de Julio Cortázar y dirigida por Elaine Centeno. Facilitadora de diversos talleres de teatro y poesía, resaltamos “Voces de amor y lucha” (2011) organizado por el grupo de Teatro y Circo Mambrú y “Paisaje del Alma” (2017) dictado en la Biblioteca Pública del estado Zulia “María Calcaño”, espacio donde organizó y acompañó entre 2013 y 2018 diversas actividades de promoción cultural cuyo énfasis estuvo marcado por su particular sensibilidad para incluir la participación de las comunidades.
Como escritora fue reconocida en la I Bienal Nacional de Literatura “Rafael Zárraga” con Mención Honorífica por su obra literaria “Esa voz que venía de ella era sangre de mi abuela” auspiciado por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura en diciembre de 2011. Actualmente es Integrante del Movimiento Poético “El Marullo” junto a Yolanda Delgado, Marilyly Matheus, Andrés Hernández y Ángel Sarmiento; colectivo de voces que desde el 2014 ha destacado en nuestro estado por la solidaridad, el compromiso y la belleza en sus recitales, tocados por la conjunción mágica de la palabra poética vuelta a la dimensión del canto. 


Paso de aves en clave Po-ética 
Por
José Javier León


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“el tiempo de otro vuelo
se mece en el agua
ha de nadar un cielo adentro”


Toda poética es de alguna manera una ética, una forma de vivir (pero) trascendente, que va más allá de lo cotidiano aunque se expresa en y desde lo cotidiano, vale decir desde la experiencia del día (a día). Leer así poesía, depara descubrimientos, definiciones no sólo diversas sino inéditas, en estado de nacimiento y por tanto reveladoras de un ser y hacer que es un decir.

Leamos Paso de aves1, de Venus Ledezma, en clave de poética y tendremos una y otra vez acceso a ese concepto numinoso que, como la corza frágil y el lebrel efímero, vislumbramos cuando se fuga. ¿Qué es el poema si no un “diminuto resplandor/ entre el silencio”? (p. 5). Para percibirlo “sólo basta aquietarse”, “internarse en la mudez”, “entonces nos abruma/ el concierto de todo lo existente” (p. 6).

Aunque no vivamos como dios manda, dice Venus, aunque “nos hayamos deshabitado/ en el fondo/ persiste el latido” (p. 7). En efecto, “un soplo de hondísima voz/ se hace paso/ tímida y delicada”. Es la conjunción de los elementos en el instante de las revelaciones, un tiempo que late en las venas y ondula en las cuerdas del decir, del escuchar, que está presto para respirar, hacerse aliento, saltar al tiempo de los comienzos.

Porque “en lo hondo/ frente al sol/ se camina en un respiro (…) con todo el resplandor adentro” (p. 9), “mirando un azul/imposible de alcanzar”. Pero siempre, aspirando a la quietud, doblegados y llorando por dentro para hacernos dignos de escuchar eso indecible como “una música de árboles” (p. 9).

El silencio primordial “pasa entre tú y yo/ como una palmada/ antes del candil” (p.10); pero antes de esa luz “hemos oído el cruce de la noche” y hemos creído en la muerte que entraña, por eso nos “dilatamos en su compás”, felices en la penumbra, tragados por el espesor de las sombras.

Aprender a vivir es ciertamente aprender a morir, y la noche es madre y maestra. Preciso es que trepemos las horas hasta llegar “a la cúspide del día” (p.11), dejando atrás, abajo, escombros, migajas, “concavidades fétidas”. Todo porque intuimos “el vasto misterio”: que tras la palabra “aletea un abismo” (p. 11); que la palabra “toca el mundo” (p. 24).

Lo que es de muchas formas se presenta, puede ser un “estruendoso aguacero” que recorre el cielo y “vemos venir desde muy lejos” (p. 13), desde muy hondo. En efecto, “La música/ atraviesa el ojo del tiempo” y “trae resplandores y silencio” (p. 27). Los acordes de esa música abren surcos y por debajo, en el fondo, suena el río (p. 33).

De lo que se trata es de andar -poéticamente- “siempre al reflejo del agua/a la caza del sonido” (p. 38) “contemplando en la corriente/ resplandores/ oyendo la certeza de las hojas” (p. 39)

La poeta abre puertas súbitamente y se desdobla. Serena, quieta, torna al río. Seco, las blancas piedras son tetas lamidas por “largas lenguas de aguas”. Lo que es, viene “por los bordes del monte”, camina soberbia. Arrastra con algo de pesadumbre el misterio y el no saber “coser las palabras/ como los gallos su amanecer” (p. 43).

Lo que es, llega con su contundente y sordo silencio apoderándose del sueño y nos descubre que no estamos solos mirando el cielo que (nos) ciega. Si nadie habla es la (ti)niebla que nos atraviesa. Noche y silencio, nos encuentra ateridos por el frío esencial: “bien pude ver la noche/ cuando mutaban las chicharras” (p. 44)

Todo ocurre cuando las “lágrimas de la infancia/ resucitan” (p. 17) -”llanto acumulado” que se resuelve en un “racimo de acordes”, “una silueta de notas” que se eleva (p. 34)-. Lo que es mendiga “un sonido/ de la casa” (p. 44) materna, busca el patio, la garganta del gallo (“adivinadora de todos los humos del nuevo día” p. 25), para decirse y ser.

adentro de la noche
dentro
muy al fondo
donde el silencio reposa
y el firmamento del corazón se abre
está ―bien metido―
un ojo de gallo
esperando el tiempo de su canto
(p. 26)

Lo que es, “vive en las grietas” (p. 20), oye desde lejos y escurre su silencio por los resquicios, “al final de la tarde” (p. 21) cuando volvemos a ser sabios y buenos.

Una de las formas de dar con nosotros es usar la piel como mapa, “uno que dé con las grietas” (con las heridas, con las cicatrices, con los recuerdos). Ese recorrido “va fisurando la memoria”, “la va abriendo como una flor”, haciéndose “de días y noches” (p. 40)

Lo que es, habita esa “hendidura” (p. 35) donde las palabras vuelven a su origen y (es como si) ya nos las entendiéramos. Como cuando “un sueño habla” (p. 36) (¿o hablamos en sueños?) y pensamos/volvemos al vientre de la Madre:

nuestro vientre me lo ha gritado
seguiremos naciendo
de su misma cavidad húmeda
hasta el día de nuestra muerte
(p. 37)

Esa caída abismal “sobreviene” (p. 23) al atardecer. Es desde/en ese laberinto donde se ve la plenitud del cielo. Cae también la poeta en un foso y un baile de hojas en lo alto le abre el cielo y la empuja al monte que es una “hilera en el poniente” tejida en su cabeza.

De la sabiduría de saberse en ese hundimiento sobreviene la calma, la “otra quietud” (“dilatada quietud” dice Venus) que es -poéticamente- honda inmersión en los sentidos (p. 31). 


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