Cuento ganador en el Primer Concurso Literario Lydda Franco Farías (UBV 2013)





Un diciembre elocuente
Primer premio en el Concurso Literario Lydda Franco Farías

Por Luis Montiel
(Estudiante del PFG Comunicación Social de la UBV Zulia)

A la vida y a la Montaña,
Al cielo venezolano de donde siempre caen flores.








El  domingo  amaneció  lloviznando  y  con  mucho  frío.  Blanca  Margarita  Castañeda  ya  había terminado de hervir el cacuando, a través de la ventana, notó que otra vez había  flores tiradas en el patio. Encog los hombros y frunc el  ceño un instante, luego reti la olla del fogón, atizó la leña y cerró la ventana para mantener  caliente la casa. Llevaba  puesto un vestido gris largo con un abrigo encima, de los que se tejen a mano. Entró al cuarto de Elena, su madre, levantó la cortina  y la vio acostada de espaldas a la puerta:
−Le  traje café─,   dijo Blanca Margarita.
─No tengo frío, gracias─,  respondió sin voltear.
Anoche volvieron a caer flores en el techo─, dijo la anciana.
─ Mamá usted sabe que eso no es posible.
─ Claro que sí, yo las escuché caer y deben haber más en el patio. Tengo setenta y cinco años pero aun no estoy loca.
─ Bueno, puede ser que salgan del lomo de la montaña y que el viento las empuje al pueblo en la madrugada, así me lo explicó don Jesús que también las consiguió en su patio─,   respondió Blanca Margarita.
─ No, vienen del cielo ─, dijo la madre mientras intentaba reponerse para sentarse en el catre.
─ Venga señora, bébase su café mientras le arreglo la trenza y no diga más cosas raras.

Se sentó en el catre  y empezó a acomodarle el cabello a su madre, y mientras lo hacía pensó en ella y en lo indefensa y débil que la sentía entre bajo sus manos, más que por la vejez, por la ausencia del viejo.
Era 15 de diciembre y ya Mérida sufría los estragos del paro petrolero que azotaba a Venezuela. El viejo Juvenal Castañeda había salido del pueblo hacía dos días con dirección a Campo Elías. Él que a pesar de estar cerca de los ochenta años aún era un hombre fuerte, alto, aun no se había encorvado  y tenía rostro altivo. No ocultaba su enojo por la situación política. Había sido guerrillero en la década del 60 y conocía medio país por haber sido preso político de las mejores cárceles   en la dictadura pérezjimenista. Guardaba un poco de rencor por el actual gobierno:
─ ¡Qué carajo con Chávez!, ahí está, por andar siendo complaciente  con los enemigos ahora el pueblo tiene que pasar hambre. ─ Después se respondió─:  como si no la conocieran.
Ya no había harina en el pueblo y solo el mercado de Campo Elías estaba abierto, pero solo vendían un paquete por persona, además ya la carne  se estaba acabando y era necesario comprar carbón por saco porque  no había parado de llover  desde principios de mes y la leña de las casas estaba húmeda. Ya listo para  regresar con la mula de carga no llevaba consigo ni la mitad  de lo que pensaba encontrar  en el mercado y se decía: «por lo menos llevo el café para los días».
Se lamentó ver por el camino un pueblo casi desierto, porque ya no había doctores  ni bodegueros  que mantuviesen a la gente en sus casas. Eran los días  en los que los más decididos bajaban del páramo con sus familias y con las mulas de carga en busca de tierras tachirenses, aunque, en realidad buscaban llegar cerca de los mercaderes y revendedores de la frontera con Cúcuta que ofrecían víveres colombianos a quien tuviese suficiente dinero. Así se decía en la región andina «El gobierno hace lo que puede pero no hay transporte y las cosas no llegan».
Juvenal Castañeda incrementaba su rencor y de nuevo lo descargaba pero a los jefes del paro nacional:
─Malditos burócratas aburguesados. ─ se dijo ─  Disfrutan de la vida, de día pasean en sus carros y en la tarde anuncian  su botín en la televisión.

Ya eran las tres de la tarde  y había dejado de llover. Blanca Margarita le llevó de almuerzo a su madre dos bollos de maíz  con un poco de queso, además  de un vaso de agua de papelón que colocó en la mesa de noche junto al portarretratos  donde estaba la foto de la familia completa. Estaban los tres más Lucía que era la única hija de Blanca Margarita, y que estaba estudiando para doctora en Caracas hasta que inició el paro. Tenían  quince días sin saber de ella:
─ ¿Cómo estará la muchacha?, preguntó Elena mientras probaba de su almuerzo.
─ Bien mamá, ella sabe cuidarse y seguro pronto llegara─,  respondió.
 ¿Y las flores? Su padre las ha escuchado caer también. Él sabe que vienen del cielo.
Blanca Margarita la miro de perfil con una ternura que parecía más bien la madre que su propia hija.
─Coma mamá, el viejo no cree en eso, él es ateo.
─ ¿Ateo? Pues sí se le olvidó, se casó conmigo, y por la iglesia─. Y siguió comiendo.

Blanca Margarita sonrió  de inmediato y mirándola  a los ojos le dijo ─ Claro. El abuelo lo obligó─, ambas sonrieron.

Blanca Margarita aún conservaba la belleza de una mujer sencilla, a pesar de  sus 55 años, y nunca se volvió  casar por guardarle luto a su marido muerto hacía 8 años atrás. Un día cargaba sacos de papas y lo sorprendió un infarto en pleno páramo. Ella se creía  una mujer con suerte, ya que a pesar de lo lejos que estaba el pueblo de la ciudad, logró matricular a   la niña para que el gobierno la becara en la capital.
─ ¿Mamá, cree que Chávez aguante otra vez?─,  preguntó con preocupación.
─Sí, los pobres están con él y son muchos.
─Pero papá no lo quiere─, Respondió de inmediato.
─ Seguro que sí. Solo  está resentido. Cuando era joven  me dejó muchas veces  por andar con los comunistas. Casi lo matan. Una vez  se fue y no regresó  sino a los dos años, más flaco y triste. Había estado preso  en Maracaibo, la barba y el pelo le crecieron como a un loco.

Comenzó a llover fuerte y las dos mujeres ya no podían escucharse por el bramido seco que producían las gotas al estrellarse con el zinc del techo, y Blanca Margarita le dijo a su madre que era   mejor recostarse  y esperar hasta el otro día a que llegase el viejo.
De pronto se escucharon  dos fuertes golpes  en la lata de la puerta seguido de un  grito «Abran la puerta que me mojo». Blanca Margarita reconoció  la voz de inmediato y corrió a abrir.  De la lluvia helada emergió a la casa Lucía. Era delgada, de cara fina, con el cabello negro y corto por encima de los hombros. Traía una un semblante de confianza. Soltó la maleta y abrazó a su madre.
─ ¿Y los abuelos? ─ Preguntó.
Blanca Margarita respondió con alegría ─ Están bien. Su abuela está recostada en su cama y el abuelo salió a buscar víveres en la ciudad, llega mañana. Pero usted, ¿está bien? ¿desde cuándo salió de Caracas?
─ Desde hace una semana. Logre llegar a Valencia y luego de dos días conseguí bus para Mérida. Allá en la capital todo es un caos, los opositores tienen a los canales y a las empresas las pararon, pero ya se dice que el gobierno pondrá a funcionar  algunas fábricas  con la Guardia y el Ejército. No quiere que la gente sufra en navidades por falta de alimento y gasolina.
La noche transcurrió con  la lluvia tenue  al igual que al día siguiente. No paró de lloviznar  hasta las seis  de la tarde del lunes cuando llegó Juvenal Castañeda con  su mula cargando la canasta de víveres a medias.
─ ¡Llegó el café!─, dijo al entrar.
De inmediato colgó el canasto en un clavo del horcón  de la pared para luego ir a saludar a su mujer.
─ No había tardado  tanto desde  hacía muchos años─,  murmuro Elena─,   su nieta llegó ayer  y dice que las cosas se arreglarán.
─ No sea así de seca. También la extrañé─, y se sentó a su lado. De inmediato y justo cuando le acariciaba la trenza ella respondió:
─ Ayer  volvieron a caer flores del cielo.
─ Olvídese de eso, debe de ser que las arrastra el viento en la madrugada. Lo  único raro es que ni en Campo Elías ni aquí hay flores, solo esas que aparecen en el patio y que   luego se marchitan en el barro.
─ Pobrecitas, son de Dios y se marchitan en el barro─, dijo pensativa.
Él se quitó las botas, colocó sus chanclas y colgó su hamaca al lado del catre de la mujer. Se acostó a descansar en silencio. Sabía que al día siguiente sería 17 de diciembre, fecha en la que murió Bolívar y pensó que la única vez que se escuchó que cayeron flores del cielo fue cuando El Libertador entró triunfante a Mérida. Venía del Táchira, y antes de Cúcuta, traía consigo el corazón  hinchado de orgullo patriota  y contagiaba  a todos con esa mirada destellante que los hacía seguirlo  con convicciones de gloria Eran los días en que escribiría el Decreto de Guerra a Muerte contra los colonialistas. Luego  se entristeció porque mañana moriría otra vez, solo, lejos y traicionado. Sollozó.
─ ¿Todavía estás molesto con Chávez? – preguntó ella en la oscuridad.
─ ¡No! Solo es que le falta carácter, pero es bueno─,  le respondió─, al rato se durmieron.
Por la mañana Blanca Margarita Castañeda colaba el café. Eran más de las siete, y apenas el tenue sol aclaraba el páramo. Lucía estaba sentada  en un taburete cerca de la puerta  cuando empezó a sonar el techo:
─Mamá apretó la lluvia ─, dijo.
En su cuarto la anciana abrió los ojos  con una impresión de estar despierta desde la madrugada  y dijo:
─ Juvenal, sal al patio─,  el viejo, que tenía rato despierto, frunció el ceño en señal de molestia, se puso las chanclas y fue a la puerta. Apenas pudo asomar la mitad del cuerpo y mirar a la calle cuando notó que del cielo caían flores amarillas y azules. Fue la impresión más grande que apenas pudo soportar su concepción iconoclasta.
Entró nuevamente, tomó su taza de café ya servido, bebió dos rápidos sorbos y luego se volvió a acostar en su hamaca.


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