"Hay que llegar a un punto tal en que la población entera está expuesta a la muerte" Michel Foucault.Genealogía del racismo. Altamira, Argentina, 2008
Voy a ir al grano: el capitalismo
no es un sistema económico. Desde una
definición de economía que no tuerza las leyes de la vida, el capitalismo es
anti-económico: destruye las bases de su propia existencia, corta la rama sobre
la que está sentado. Con otras palabras, el capitalismo para poder existir
necesita destruir y el éxito, la culminación de su proyecto es la destrucción
total, la consumación por la vía del agotamiento de los recursos, del capital
natural. Ello incluye la destrucción obviamente de los seres humanos. De hecho,
algunos «economistas» matemáticos han sacado cuentas macabras: con tal sólo
unos 800 millones de personas el capitalismo puede funcionar… no me cabe dudas
de que se inventarán un método poco quirúrgico para hacer los recortes necesarios
para llegar a esa meta.
Dicho esto, repito, voy al grano:
el origen de la violencia radica en el capitalismo y esto es así porque este
sistema, que no es económico, es sí, anti-social, y si tiene un fundamento no
es otro que el racismo. Para decirlo de otra manera: el capitalismo es un
sistema antisocial basado en el racismo como mecanismo que promueve y garantiza
por la vía de la violencia la dominación de una elitista minoría sobre una abrumadora
mayoría de seres humanos condenados a trabajar para mantener en el más
exclusivo de los ocios a dicha minoría. El capitalismo es pues un sistema
estrictamente social, violento y por tanto, justificador de la violencia.
Dicho esto, observé con asco el
tratamiento mediático que se hizo sobre el caso de la actriz venezolana, su
esposo y su hija. Verdaderamente asqueroso, el tratamiento mediático digo. El
crimen, horrendo, como todos los de su especie; pero pocas veces los
venezolanos hemos exhibido tan crudamente el grado de alienación que sostiene y
alienta al capitalismo como en este caso particular.
Si miramos la foto mostrada hasta
la náusea de los incriminados, dicho sea de paso, policialmente capturados pero
ya acusados y requetecondenados sin haber pasado por tribunales…; insisto, si
miramos la fotografía y apartamos los prejuicios, lo que vemos es pobreza: lo
gritan el color de la piel, la contextura, la estatura…
Un sistema social racista
excluyente y segregador empuja a los jóvenes a la violencia, a las armas y a la
obtención de símbolos de estatus que les permiten ascender por una escalera que
sólo conduce a más violencia y más muerte. La vida se les presenta efímera, sus
frutos y placeres, doble y tristemente efímeros. Pero esa vida al filo se les
presenta a diario, no sólo en su vivir cotidiano sino a través de las presiones
sociales incubadas y diseminadas a través de los medios. Ya esto se ha dicho,
no los exculpa, no los salva, pero debería servirnos para no pretender pagar violencia
con violencia.
El capitalismo, racista, nos
lleva a defendernos de la pobreza desapareciendo al pobre, borrándolo. Es la
misma violencia que han practicado contra los chavistas; y lo escabroso de esta
campaña reciente es que el racismo nos lo dirigimos los chavistas contra
nosotros mismos, haciéndoles la comparsa a los asesinos, a nuestros asesinos, a
los representantes de la derecha –por definición- racista. Cuando el «Diario»
La Verdad publica la foto trucada del «asesino» con los afiches de Maduro y
Chávez de fondo, lo que está haciendo es
unir lo que ya estaba unido simbólicamente en las cabezas de todos. Lo que nos
indignó en la foto es la evidencia, la visibilidad de la conexión, no que
efectivamente estaba acaeciendo en nuestra mente la comunión de la muerte.
Caímos, quiero decir, en la
trampa. Clamamos a los cuatro vientos por sangre, por venganza, señalamos a los
«asesinos» con el mismo maldito dedo de la derecha y escupimos con la misma saliva
sus imágenes. Llegamos incluso a pedir la «pena capital».
El racismo agazapado resurgió y
nos descubrió a todos en el mismo circo.
La violencia no dejará de actuar
hasta tanto el capitalismo no deje de mover nuestras entrañas y nuestros
deseos. No dejará de actuar hasta tanto el racismo, las estructuras sociales de
la segregación, desaparezcan. No cesará, hasta tanto los valores sigan siendo
impuestos por los racistas a través de los medios y su viciada y enviciante
atmósfera consumista.
Según como veo y entiendo las cosas,
la violencia crecerá –se hará más cruda, más violenta si cabe la expresión-
mientras más sectores sean incorporados a la vida digna, a mejores casas,
mejores trabajos y más educación. Suena paradójico, pero es que la derecha –racista,
insisto- para salvaguardar la distancia –acortada por la educación, por la
cultura, por la salud, por el nivel adquisitivo, por la justicia social, etc.- necesita
crear abismos –sociales, económicos- recargados de más y más violencia. Fomentará,
sembrará, importará, hará lo que sea, para que operen con cada vez mayor
sevicia diversas y ramificadas células de violencia. Los focos serán
magnificados. Los casos, amplificados.
Con golpes como el reciente,
eleva su imagen y hunde a los pobres en la escala más baja y animalesca. A esa
fosa fueron lanzados los jóvenes señalados por todos, por todos vituperados.
Mano dura, muerte, plomo. Gritábamos todos, la derecha contra nosotros;
nosotros contra nosotros.
La violencia señalada y exhibida
ahonda la brecha social, eleva a los ricos y los exculpa y hace descender a la
barbarie a los pobres cargándolos de todas las inmundicias de la vida inhumana.
Otra vez, la foto trucada de La Verdad es el culmen de la estrategia simbólica
que le permitió a la derecha posicionar el racismo como expresión de las pautas
convencionales –naturales y naturalizadas- de la vida «social».
No darnos cuenta de que le
hacíamos el juego debería dolernos, pero estamos demasiados ocupados solapando
el racismo con los signos «neutrales» de una violencia «apolítica», «des-ideologizada».
Después nos extrañamos de que se
rían de la muerte (y de nosotros).
Salvo algunas pocas cosas que destacar y algunas pocas cuentas que promueven el pensar (muchas menos las que promueven el actuar...) Tuiter y las redes son la trampa de los últimos años. Ay..! de quien crea que en estas virtualidades banales está la vida
La brecha entre los que tienen para comer y los que no, entre los que leen libros y los que no, entre los que acceden a la tecnología y los que no, entre los que usan la tecnología para avanzar o se los come la tecnología.
Las redes sociales no sirven para empoderar a nadie, sirven para convertirse en tema del día o de la semana en la mente morbosa de millones de personas sin vida que viven de consumir vidas ajenas. Twitter es la nueva telenovela con gente real ávida de fama al costo que sea.
Twitter crea la ilusión de que discutes "con todo el mundo" cuando la verdad es que apenas a un reducido grupo de amigos, enemigos, nulidades y fantasmales anonimatos se interesan por lo que dices (o fingen hacerlo)
Los adultos que exhiben a sus hijos o sobrinos en las redes sociales no tienen perdón de Dios y mucho menos si son niñas hermosas menores de edad que no pidieron ser expuestas aquí para que los pajuelos gocen con ellas y con sus caras de muñeca.
Es más irresponsable el adulto con hijos pequeños cuando:
1. Los exhibe como trofeo en redes sociales 2. Mira el teléfono todo el día 3. Le da teléfono con datos y no le dice cómo usarlo 4. Lo anima a ser youtuber
0 Comentarios