José Javier León
Del 15 al
17 de mayo de 2014
«La victoria sobre el elemento reaccionario
está asegurada si se toman las cosas por la raíz, si se es consciente de su
proceso contradictorio».
«…visto desde la perspectiva de su base de
masas, el fascismo era claramente un movimiento de la clase media»
W.
R.
Cuánta tinta se habrá vertido
sobre el extraordinario libro
La
psicología de masas del fascismo,
no obstante vale la pena, y sobre todo por su reimpresión este mismo año 2014 por
la Alcaldía de Caracas a través de Fundarte, hacer un comentario que contribuya
a la comprensión de la actualidad.
Debo confesar que lo había
comprado –y olvidado- meses antes de que me regalaran este ejemplar que
finalmente subrayé, entonces los acontecimientos no habían tomado el calor de
hoy, vale decir, no se habían desatado las más recientes y feroces muestras de fascismo
por lo que el obsequio cayó en suelo propicio y, apartando otras lecturas, lo
leí agradecido y asombrado.
El austríaco Wilhem Reich
(1897-1957) nos descubre cómo la miseria es el caldo de cultivo para la
«mística nacionalsocialista», germen del fascismo. Claro está, y por lo que a los
venezolanos respecta, la escasez aquí (como expresión de pobreza o miseria) es
inducida y se puede decir programada, si atendemos al plan para desestabilizar
la economía nacional en marcha desde antes del 2002. Más aún informes de
inteligencia recientes hablan de que para lo que hoy enfrentamos los preparativos
se remontan al menos hasta el año 2010.
Dice Reich que cuando la «miseria
y la crisis eran más agudos, se asistía a la victoria de la mística
nacionalsocialista sobre la doctrina filosófica del socialismo» (p. 23). Así,
el plan invariablemente ha sido «demostrar» que el socialismo conduce a la
miseria… Que ataquen Mercal y PDVAL y las redes populares de distribución de
alimentos es crucial, pero también sabotear y frenar el funcionamiento de las
empresas de alimentos en manos de los trabajadores, expropiadas a la oligarquía
que monopolizó la producción y distribución de alimentos, y convirtió en
mercancía bienes esenciales para la vida atando al pueblo a pautas de consumo
insostenibles pero sobre todo irracionales, levantadas sobre el
desmantelamiento de la producción campesina local y tradicional. Las élites en
el poder nos obligaron a comer mal e importado, y a depender estructuralmente
de la renta petrolera.
De hecho, hoy ante el reto de
forjar(nos) una mentalidad productiva, creadora, capaz de transformar la
realidad sobre la base de la comprensión de nuestras propias fuerzas y
recursos, padecemos los efectos de una enfermedad social incubada por largos
años: el parasitismo y rentismo petrolero. «La ideología –dice Reich- de cada
formación social no solamente tiene como función reflejar el proceso económico,
sino también enraizarlo en las
estructuras síquicas de los hombres de esa sociedad» (p. 37). De hecho nos
fue sembrado el «desprecio por el trabajo manual» que nos lleva según Reich a
imitar «al empleado reaccionario de oficina» (p. 92). Ello explica la tendencia
a la formación universitaria en carreras con exclusivo perfil burocrático
administrativo, como también explica la tendencia a vivir en el eje norte
costero y el anclaje en el sector terciario de la economía.
Obviamente, la transformación
ideológica será más lenta que la base económica, pues no basta la creación o el
impulso de empresas, digamos socialistas, si no vienen acompañadas de conciencia
productiva. Como deduce Reich las estructuras psíquicas «enraizadas» se van
quedando atrás mientras que las condiciones sociales evolucionan rápidamente, más
si existe una revolución (en nuestro caso, impulsada por la fuerza vital del
Comandante Chávez), hasta el punto que la tradición se enfrenta violentamente a
las «formas ulteriores de vida», esto es a la nueva realidad social emergente:
«La situación económica no se traslada inmediata y directamente a la conciencia
política» (p. 38). Las nuevas fuerzas productivas y las nuevas relaciones de
producción desquician y violentan las tradicionales pautas impuestas por largo
tiempo por las élites desbancadas del poder político y sin posibilidad
histórica de retornar, al menos en las mismas condiciones de paz forzada que existieron
antes de la crisis que, como sabemos, se remonta al quiebre de 1989 (El
Caracazo) y a la Rebelión Militar de 1992, que le dio el acimut definitivo a
los acontecimientos de estos últimos 20 años.
Inducir la pobreza, desesperar a
las masas, es el objetivo central de la guerra económica, porque como dice
Reich: «Fueron precisamente las masas empobrecidas las que ayudaron a la
instalación en el poder del fascismo, es decir, de la reacción política más
despiadada» (p. 28). Eso lo supo Nixon cuando ordenó «hacer chillar» la
economía chilena para preparar el camino al fascismo pinochetista, y ha sido la
receta en boga en la Venezuela de Chávez y Maduro.
Reich explica además, cómo es que
el fascismo -«la guardia política de la alta burguesía» (p. 63)- se incuba en
«la pequeña burguesía sublevada», que incluso llega a arrastrar en su fuerza
regresiva a las «resueltamente progresistas» (p. 24). El trabajador medio
deriva sin embargo de su «situación social, preludio de actitudes
revolucionarias» y por otro lado, «de la atmósfera de la sociedad autoritaria».
Esto es, se bandea entre la sensación de seguridad que le ofrece la tradición
(según un pródigo pasado inventado para enfrentar los miedos actuales, que aquí
se expresa con frases del tipo «éramos felices y no lo sabíamos…»), y su real y
cruda situación de explotado.
La tesis de Reich es que, entre
una y otra, ante la inminencia o a consecuencia de la crisis, optará por las
fuerzas remanentes de la tradición. La prosperidad o la idea de prosperidad
favorece el aburguesamiento «el cual actúa, en los momentos de crisis
económicas, como un obstáculo a la expansión de la mentalidad revolucionaria»
(p. 94). Porque «En realidad todo orden
social produce en la masa de sus componentes las estructuras de que tiene
necesidad para alcanzar sus fines principales» (p. 42) y el capitalismo y
su expresión entre nosotros, de rentismo petrolero parásito, consumidor hasta más
allá del despilfarro, reprodujo un orden social arraigado en una riqueza precaria
(que condena a la población a un temor recóndito y latente), tal cual el
régimen de vida de un ludópata.
«Es evidente, por tanto, que las
formaciones ideológicas irracionales imprimen en los individuos estructuras
irracionales» (p. 104). Desde esta perspectiva nos aclara Reich lo absurdo que
resulta razonar con los fascistas, renuentes a aceptar apreciaciones a partir
de los hechos, en tanto que afectos a emplear prejuicios para deformar los
hechos, pues su razón «no obedece a los argumentos, sino a los sentimientos
irracionales» (p 102).
El sujeto al que se refiere Reich
queda aquí al descubierto:
«… alcanzado por la crisis económica, el trabajador socialdemócrata se
encontró de repente rebajado al nivel de un coolí
,
su sensibilidad revolucionaria se habría embotado de resultas de la estructuración
conservadora que había sufrido durante decenios. El resultado era que, o bien
permanecía en el campo de la socialdemocracia, a pesar de sus críticas y sus
protestas, o bien, indeciso y vacilante entre las tendencias revolucionarias y
las conservadoras, decepcionado por sus dirigentes, se unía al N.S.D.A.P., siguiendo
la línea de la menor resistencia, y con la esperanza de hacer algo mejor.»
Vista la situación actual desde
el análisis de Reich nos encontramos en un momento coyuntural pues sin duda el
pueblo venezolano, atacado brutalmente por los medios y tras una feroz campaña
incesante de desinformación, puede creer
que ha devenido un cooli y, embotada su sensibilidad revolucionaria por la
«estructuración conservadora» (o «consolidación», proceso por el cual la
población avanza en la obtención de servicios, en el acceso a los bienes
culturales y al régimen salarial) disminuye dramáticamente los niveles de
participación, y finalmente, indeciso y vacilante, «siguiendo la línea de la
menor resistencia»… vota por la derecha.
Eso fue lo que intentaron en
abril de 2013, tras la muerte del Presidente Chávez, golpeando la psiquis
colectiva (golpes por cierto, que venían de la derecha y también de la «izquierda»)
con la frase: «Maduro no es Chávez». Sin duda aquella victoria, refrendada
ampliamente con las elecciones del 8D de ese mismo año, fue heroica. Desde
entonces, la violencia se ha intensificado en un coctel pro(to)fascista donde
se mezclan todos los elementos denunciados por Reich: miseria (inducida),
estructuración conservadora y embotamiento de la sensibilidad revolucionaria
(en medio de conquistas que tornan lo extraordinario en ordinario y hacen
olvidar el terrible pasado de exclusión), protestas, decepción y desánimo… Y
para esto último, sólo habría que leer para confirmarlo, la catajarria de
textos llorosos y plagados de lamentos, que desde la «izquierda» nos quieren
decir que nada sirve, que la revolución se descuaja, que ya no más.
La oligarquía cultivó a través de
sus aparatos y en especial a través de los medios de comunicación la «servidumbre
de la clase oprimida por los propietarios de los medios de producción». Hizo
que la clase oprimida mirara continuamente hacia arriba llevándola a «cavar una
fosa entre su situación económica y su ideología» (p. 69). La democracia
burguesa no puede abolir las diferencias económicas ni el racismo, pero a
través de los medios y la propaganda se desarrollan las «aspiraciones sociales»
–realmente compensaciones simbólicas- que difuminan, «aunque no sea más que un
poco, las fronteras ideológicas y estructurales de las distintas capas
sociales» (p. 88).
El oprimido –según Reich- buscaba
parecerse a su opresor remedándolo en lo que era su característica más
evidente: la represión sexual. De ahí que sea un terrible error de la
revolución «acomodarse a las tendencias conservadoras de los trabajadores ‘para
estar más cerca de las masas’ u organizar fiestas que el fascismo reaccionario sabe
organizar con mayor brillantez» (p. 91). Recomienda Reich muy por el contrario,
«promover las formas de vida proletaria en germen» porque el «traje de noche
que llevaba la mujer del obrero con ocasión de tales ‘fiestas’ era más
instructivo respecto a la mentalidad reaccionaria de las masas trabajadoras que
una centena de artículos» (p. 91)
Un elemento estructural pues, para
alcanzar la dominación fue según la tesis cara a Reich, la represión sexual (p.
48). La carencia económica encontró un correlato: carencia sexual, revestida
(sublimada pudiéramos decir) como moral. A mayor represión, mayor elevación
moral. Así el padre, representante del poder estatal, será a su vez el más
reprimido sexualmente (¿el más asexuado?) y, por ende, el máximo represor en
tanto que el mayor representante de la moral. Luego, quien se identifica con el
padre lo hace con el jefe. Por cierto, esta identificación ocurre desde la
individualidad por lo que las masas (el pueblo) siempre aparecerá como
expresión de la corrupción de las costumbres.
«El individuo que sufre de
debilidad genital, y cuya estructura sexual está llena de contradicciones se
halla siempre en guardia para dominar su sexualidad, para salvar su honor
sexual, para luchar valerosamente contra las tentaciones, etc.» (p. 77). Una
genitalidad liberada -«una civilización viva de las masas humanas» (p. 92)- establece
«contactos estrechos y multiformes con el mundo»; una reprimida en cambio, se
manifiesta en el «marco angosto de la familia» (p. 78). La inhibición sexual
liga al individuo con la familia, lo estrecha, lo limita y en definitiva lo
asfixia.
Desde el momento en que se
instaura la sociedad autoritaria se ponen «al servicio de la minoría los
intereses sexuales de todos», a través del matrimonio y la familia, extirpando
así el placer sexual y la «escasa felicidad sobre la tierra» (p. 48) «El
matrimonio patriarcal es el objetivo –dice Reich más adelante- de toda la
educación, objetivo dictado por imperativos económicos» (p. 88). Por cierto,
casarse y tener hijos era la máxima aspiración, así lo recuerdo, de las mises
que en los concursos de belleza eran el mejor ejemplo a imitar para ejércitos
de jóvenes casaderas.
«Al Estado autoritario le
interesa por tanto sobre todo perpetuar la familia autoritaria:
ella es la fábrica en la que se elaboran su
estructura y su ideología». Se entiende, por si faltaba más, que los miembros
más destacados de Primero Justicia hayan pasado por la escuela de Tradición,
Familia y Propiedad, secta neonazi semillero de los «liderazgos» de relevo
neoliberal frente al Estado Omnipotente (como versaba el libro de Marcel
Granier que ilustraba la doctrina de la época)
,
y que tienen razón de expresar desde hace más de diez años su odio más
acendrado contra el gobierno y el Estado bolivariano, considerando que en la
degeneración de la política absorbida por el mercado (tendencia mundial que en
el Sur sin embargo combatimos con poderosos aliados como China, Irán o Rusia,
que no parecen estar dispuestos a destruir lo que resta de mundo para saciar la
voracidad suicida de una estricta minoría), era a ellos a quienes les tocaba
heredar el poder en Venezuela.
Tesis interesante de Reich es que
el fascismo nace de estructuras de poder patriarcal mientras que la democracia
y el socialismo, del matriarcado, el cual «no representa solamente la
organización de la democracia natural del trabajo, sino también la organización
natural de la sociedad que obedece a los imperativos de la economía sexual» (p.
110).
El fascismo desarrolla el miedo a
la sexualidad «porque no ha aprendido, dice Reich, a vivir naturalmente.
Declina toda responsabilidad de sus actos y decisiones, y reclama que le
dirijan y le frenen» (p. 138). El fascismo le tiene «miedo al orgasmo» (p.
111), de ahí la castidad, la supresión de las relaciones sexuales
extraconyugales y un sentimiento de culpabilidad que «impide el desarrollo
orgiástico natural de la fusión de los sexos» (p. 112). De ahí también y por
cierto, su aversión camandulera al aborto.
La vida sexual natural, regulada
racionalmente y no determinada por estructuras de dominación aberradas, «pone
en peligro ante todo la permanencia de las instituciones sexuales» (pp.
119-120), además «la oposición entre la satisfacción sexual y la reproducción
sólo existe en la sociedad autoritaria y no en la democracia del trabajo» (p.
133)
Más contundentemente afirma:
«La estructura sexual de los fascistas que preconizan el patriarcado
más riguroso y que reactivan efectivamente en su vida familiar la vida sexual
de la época platónica, es decir, la ‘pureza’ de la ideología, el desgarramiento
y la morbosidad en su vida sexual real, es por necesidad el eco de la educación
sexual en tiempo de Platón. Rosemberg y Blüher ven en el Estado una institución
viril de base homosexual» (p. 116)
Además, «Reconocer oficial y
públicamente a la mujer su derecho a la sexualidad conduciría al hundimiento de
todo el edificio de la ideología autoritaria» (132). La sexualidad natural y
plena, desafía pues el orden autoritario y se constituye en la base de
instituciones sanas que respetan y acogen la vida; decimos finalmente con
Reich: «La política sexual revolucionaria no puede contentarse con denunciar
las bases objetivas de la familia autoritaria, sino que, por el contrario,
tiene que tomar en consideración los datos de la psicología de masas e invocar
el profundo deseo del hombre de hallar la felicidad en la vida y en el amor»
(p. 131).
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