José
Javier León
Maracaibo,
15 de marzo de 2019
Pasadas
las 5 se fue. Como se nos había ido en la noche del día anterior y
apenas nos estábamos acostumbrando a unas horas de energía
eléctrica e internet, pensamos que se trataba otra vez de ese
racionamiento no declarado, no oficializado, jamás explicado.
Rutina, pues. Lo raro era que se había ido en una hora rara, ni
media ni o’
clock.
Cuando oscureció y me asomé al horizonte vi con desazón que la
cosa iba para largo ya que las luces de cuando no tenemos en el
circuito pero sí al frente, no rutilaban para mi más profunda
envidia. Al contrario, todo iba de gris plúmbeo a negro espeso.
Y
nos agarraba sin cena, en nuestro apartamento sin servicio de gas
doméstico. Recurrimos a los teléfonos y la señal era rala y
escasa; la mía, muerta. Con el paso de los minutos nos fuimos
enterando de que la cosa no sólo iba para largo sino para lejos. Que
era un apagón de los mandados a hacer. Fui al carro porque no
tenemos radio en casa, esta no llega ni en condiciones normales (al
parecer por los muros de concreto), pero no encontré una sola
emisora trasmitiendo. El apagón tan temido nos estaba ocurriendo,
desguarnecidos.
Por
suerte la brisa donde vivo estaba y sigue estando maravillosa y
dormimos literalmente oyendo las olas del lago batir toda la noche. A
media mañana intentamos la primera excursión a las afueras, movidos
para ponerle picante a la cosa, por una cuasi emergencia médica: un
dolor como de apendicitis. Ya sabíamos que el apagón era en serio y
el carro, por si faltaba algo más, anunciaba un desperfecto. Dimos
varias vueltas de prueba sin atrevernos a salir de la isla (sí,
vivimos en uno de los tres islotes en la ribera norte de Maracaibo)
hasta que nos decidimos, arriesgándonos a quedar varados en una
ciudad que despertaba al desasosiego.
Era
viernes y los viernes están los gochos de las verduras. Mucha gente
pero el punto estaba pasando y la cola avanzaba hasta que, por
supuesto, dejó de pasar. Como somos clientes de años largos nos
fuimos con las bolsas y pagamos por transferencia. Todavía se podía
y se pudo por un par de días más hasta que a todos se nos ocurrió,
por supuesto a los comerciantes primero, que bien podían tasar los
productos en dólares, así los botellones de agua (porque de paso no
hay agua corriente en Maracaibo) salían a 2 por dólar aunque en
otros sitios salían a 3. Comenzó lo de siempre pero multiplicado:
la especulación, la discreción, el hago lo que me sale del forro y
si no te gusta ya sabéis lo que tenéis que hacer.
Compramos
lo que pudimos, fuimos a un centro de salud popular y el diagnóstico
de la doctora en calma y en penumbras despejó la urgencia; corrimos
a refugiarnos brevemente en la casa materna donde había la
posibilidad de cocinar con gas. Empezó el ir y venir y la
preocupación por lo que estaba en la despensa, congelado. Al tercer
día, el sábado, era evidente que teníamos que tomar una decisión
y optamos no sé si por la mejor pero sin duda la más caribeña:
hacer una parrilla. En nuestro caso, por vivir en una playa, la cosa
pintó perfecta, y no sólo para nosotros sino para familias enteras
que colmaron la costa y desde bien temprano sacaron mesas y
chinchorros mientras el humo sabroso alejaba el apagón. Jóvenes,
niños y uno que otro borracho, dominó, pelotas, risas y la alegría
más allá de todos los llamados (que no escuchábamos ni atendíamos
por no tener ni redes ni “medios de comunicación”) despejaron el
caos y el desastre. “Octavita de carnaval” la bautizó mi
comadre.
Amanecimos
lunes con las despensas críticas. Nos fuimos a casa de una amiga que
también tenía gas para cocinar y a continuar, con la angustia
creciente, el compartir, el juego y la conversa. Al caer la tarde
comenzaron las sirenas y las detonaciones. La poca información que
nos llegaba era nerviosa y electrizante. Yo pasé horas mirando el
horizonte extrañamente iluminado, como por un aura que no sé si era
fruto de la miopía o la esperanza. Noticias de que estaba llegando
la luz en algunas partes del país se confundían con las de los
saqueos. Agotado de esperar no sé qué y con la brisa fría, me
acomodé para dormir. Pasadas las tres, llegó.
Al
terminar de amanecer regresamos a la isla y aunque había pocas señas
de los desórdenes nocturnos, quedaba la calma chicha de que algo aún
no llegaba. En efecto, la noche del lunes y buena parte del martes,
se desató un vandalismo con intereses encontrados en el que las
aguas se mezclaron para dejar en la orilla los restos y arrestos de
un nuevo orden comercial.
Escribo
esto hoy, viernes 15, a una semana completa del apagón y tras pasar
toda la noche del jueves (otra vez el jueves…) sin luz -y
angustiados porque “al que lo mordió macagua, bejuco le para el
pelo”- por una sobrecarga (según informaron) que se largó varias
subestaciones y transformadores. Sin duda, esta será nuestra
cotidianidad quién sabe por cuánto tiempo más. Porque construir un
sistema alterno e independiente del gigante Guri llevará su
eternidad, amén de las inversiones que se han hecho, descuidado
cuando no abandonado para contar alguna vez con termoeléctricas
eficientes y al tiro y con el casi utópico parque eólico de la
Guajira, majestuoso Guri de vientos alisios.
Ojalá
lo aprendido a golpes nos lleve alguna vez a planificar desde las
bases formas de producción de energía autónomas. Mientras tanto
les dejo un enlace para que revisen esta propuesta, los TES
(Territorios Energéticamente Sustentables) acaso la más acuciosa
que puedan encontrar en miles de kilómetros a la redonda:
Que
las velas de Rodríguez nos iluminen y la tenacidad de Bolívar nos
acompañe. Venceremos!!!
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