Belleza y revolución

“Seminario 2016: Por la Soberanía Petrolera y Alimentaria”
PDVSA la Estancia – Maracaibo

Conferencia
“Belleza y revolución”
12 de enero de 2017

José Javier León




"La estética no es una teoría del arte. Es una forma de compartir y distribuir,
de poner en común lo sensible"

Graciela Frigerio[1]

Hablar de lo estético ofrece conceptos inaprehensibles, que no se pueden atrapar de manera concreta porque en efecto, no se trata de cosas concretas, entonces nos refugiamos, lo cual sería como una excusa, en lo que sí podemos atrapar y una de las cosas que en el ámbito de lo estético podemos agarrar es la belleza. Claro está, después aparecerán todos los pormenores de tocar o pretender tocar lo que sea lo bello. Pero, definitivamente lo estético es el ámbito de reflexión teórico mientras la belleza se ofrece como objeto, esto es, se puede objetivar; luego aparecerán los valores y criterios que nos hacen decir: esto es bello, esto no lo es. Lo estético es el ámbito, el espacio tiempo en el que esta reflexión ocurre.

 Y como les decía que es un refugio, me voy a refugiar allí. Y como sucede con los conceptos, en la escala de lo inaprehensible, la belleza también tiene la suya. No obstante, yo diría, y creo que podemos llegar a un acuerdo, que la belleza como totalidad absoluta objetiva no existe. ¿En qué sentido? Porque es cultural y responde a diversas perspectivas culturales. Es una obviedad, pero las cosas obvias son las que más fácilmente se naturalizan y no siempre son tema de reflexión. Pero puestos a pensar, como sucede en este seminario, las cosas obvias son las que más atención nos deben merecer, precisamente porque suelen pasar desapercibidas.

En este sentido, lo bello y la belleza, en el caso que nos toca puede pasar por obvio porque lo interpretamos como algo individual por aquello de que “cada cabeza es un mundo”. Pasa entonces con las cosas obvias, que no se piensan o reflexionan, que pasan por esta tabula rasa, mas resulta que si lo bello es cultural y responde a perspectivas culturales entonces no estamos hablando de “cada cabeza es un mundo” sino de un mundo de cabezas que están pensando/creyendo determinada cosa. Lo interesante sería saber por qué lo piensan de determinada manera; por qué se crean creencias, perspectivas que anulan o hacen difuso los límites de lo individual.
Y si la belleza es cultural, entonces ¿qué existe en el lugar de la belleza? Convenciones parciales, hechas – y aquí viene lo problemático- por las élites dominantes. Las élites, en efecto, imponen sus criterios estéticos, dictaminan sobre lo que es bello y lo que no lo es.
Sigo avanzando sobre un terreno obvio, pero cuántos de nosotros nos sentimos desembarazados de la influencia de los medios de comunicación, de las corrientes estéticas que nos circundan, que llegan y colman lo que llaman la mediasfera, la atmósfera mediática, el aire que respiramos influido por todas las corrientes de información, ahora exacerbada por las redes, esas telarañas sociales. Lo que nos debería llevar de inmediato a preguntarnos: ¿qué ocurre detrás de tales criterios, de tales estéticas, qué intereses tienen las élites al imponer su criterio sobre las cosas? Respondemos: conservar el poder por la vía de alimentar el prestigio. Para decirlo de nuevo, ¿para qué sirve sostener una visión de las cosas desde la perspectiva del poder si no es para sostenerse en el poder? El recurso a lo estético busca ciertamente, alimentar el prestigio: es esto lo encantatorio del poder.
Sin embargo, en los momentos de crisis, los códigos, los lenguajes estéticos, que hasta entonces alimentaban el prestigio, pierden su poder de penetración… O la crisis comienza con el desmoronamiento de ese poder, o la caída de este, provoca aquel. En todo caso, confluyen la pérdida del poder de cohesión de los códigos establecidos con la pérdida del poder político, económico, social. ¿Cómo se sostiene el prestigio, cómo mantiene su encanto? A través de artilugios, de artificios que tienen en lo bello, y en los valores de lo aceptado un componente fundamental; pero el poder se resiente y comienza a debilitarse cuando estos códigos se debilitan, cuando lo que era bello comienza a ser de alguna manera cuestionado, corroído, cuando comienza a perder la fuente y el poder de su prestigio. En los momentos de crisis la belleza se sienta en las piernas de los creadores rebeldes e iconoclastas y la encuentran fea, diríamos parafraseando al poeta francés Arthur Rimbaud. ¿Qué belleza se sentó en sus piernas? La belleza burguesa, la de la clase social que en un momento revolucionario había emergido, pero que se encontraba en decadencia frente al poder creador de la poesía naciente; lo que revelaba el poeta era la descomposición de la clase social de la que él mismo había nacido.
Traigo a colación la imagen del poeta francés por la fuerza de la metáfora. En efecto, si hacemos un paneo por los medios y las redes atisbamos signos de descomposición de lo bello. Quien logre posicionar su criterio de lo bello o lo feo, mantendrá o consolidará su poder. El punto es quién dictamina o elige qué cosa vamos a ver y a creer es lo bello; y luego, a través de qué canales seguirá diciéndolo para poder seguir sosteniendo el poder de decir y administrar qué es lo bello y qué es lo feo.
La belleza se invierte y aparece lo feo. Es decir: lo bello deja de serlo y lo feo deja de serlo. Se trasmutan los símbolos. Los creadores de la belleza (anterior) se desdibujan, caen en descrédito; los creadores de la nueva belleza se perfilan, ascienden.
¿Con qué se hacía la belleza anterior? Con los signos cotidianos de los poderosos, de la clase poderosa. Si nos vamos al arte del siglo XIX vemos la cotidianidad de la burguesía; cuando se descompone el poder burgués, ¿qué cotidianidad aparece? La de los pobres, la de las clases desposeídas. Si comparamos la lectura de un Víctor Hugo con la de una novela como Oliver Twits, de Charles Dickens, vemos los elementos que aparecen de una otra, recogiendo las dinámicas de otra cotidianidad. El asunto es, quién impone la visión de lo cotidiano, porque la belleza en buena medida se construye con los elementos que hacen a la clase dominante, la cual retratará su cotidianidad, la cual expondrá y será asumida como la norma de lo bello, el canon del buen vivir o la buena vida. Cuando comienzan a nacer obras con lo invisible, aparecen los elementos que estaban oscurecidos, envilecidos, en las márgenes, la obra se llena de lo despreciado por el poder, vale decir, los elementos de la nueva estética. ¿Con qué se expresa la belleza insurgente? Con los signos cotidianos de la clase oprimida.
La belleza revolucionaria es una oda a los signos despreciados por el poder -hasta entonces- dominante. Si éste desprecia el trabajo, a la mujer, a los negros, la pobreza, etc., la belleza revolucionaria creará un lenguaje que expresará el trabajo, la mujer, la negritud, la pobreza, pero reivindicadas, en actitud ofensiva. Buscará ofender la sensibilidad de la clase social que la desprecia-ba. La lucha de clases tiene este filón también.
Nosotros reclamamos que en los medios aparezca el pueblo. Lo que vimos durante mucho tiempo es que el pueblo tenía una estética no televisiva. Los códigos de lo bello en televisión estaban acartonados, reinaba el monopolio de una estética desechable, de set de televisión, con abundancia de elementos plásticos, de modo que nosotros (nosotros-Pueblo) cuando aparecimos en televisión desaparecimos el set, el vidrio, el plástico, para dejar colar la la silla, el patio, los elementos de la cotidianidad invisibilizada. Comenzó el debate. Apareció lo despreciado dentro de la construcción estética del poder. La crisis es pues, de valores, tiene que ver con lo que pasa en nosotros para que podamos asimilar los nuevos códigos, los emergentes, porque ciertamente la cara con el brillo del sudor, la dentadura estropeada… activó en nosotros un diálogo interno problemático, porque la estética que habíamos consumido y a la que estábamos acostumbrados nos llevó a limpiar del cuerpo esas impurezas.
¿Qué imágenes incorpora la revolución? Incorpora el tiempo cotidiano. Vemos en televisión los objetos que han sido utilizados, por ejemplo, la cocina de una casa, de una familia, la olla que siempre ha cocinado. Eso es parte de lo que nosotros estamos exigiendo y necesitamos ver, como si se tratase de una pulsión antropológica: elementos de la cotidianidad. Sin embargo, ¿estamos preparados para verlos en televisión? Si vamos a trabajar y a cultivar la belleza, esos elementos de la cotidianidad son los componentes del concepto de una belleza emergente. El tiempo comienza a darle forma a los objetos (ahora) bellos; hablamos del “valor de uso”, es decir, las cosas que aparecen –por ejemplo- en televisión son las que usamos. No tienen un carácter de mercancía, no son desechables. Puede entonces que ello nos guste o no, pero es en definitiva lo que aparece, lo que emerge, lo que se visibiliza. 
Sería interesante preguntarnos si esos elementos se están incorporando en las escuelas de comunicación, y cómo nosotros estamos reconstruyendo el concepto de lo bello para incorporarlos, reconstruyendo también lo pedagógico para dar lugar a esos elementos en la Misión Cultura, en la Misión Sucre, en la UBV. Porque no es el concepto de belleza que ocupaba los espacios de la literatura, los museos, en la divulgación tradicional de lo estético. Estamos viendo una belleza en transición igual como ocurre en lo económico, en lo social. Es una emergencia de un nuevo signo y el tiempo cotidiano es sin duda fundamental.
Todo el estamento cultural (académico y formal) estaba diseñado en función de los intereses de la clase hegemónica; la belleza insurgente (la fealdad que se levanta) no aprende a expresarse en las escuelas consagradas al culto de la belleza dominante, sino que crece en las afueras, en la periferia, en la calle. Sólo después, conquistado el poder político, hará escuela. Podemos decir que tenemos el poder político, no así el económico, ahora bien, la guerra de los símbolos, es decir, quién impone los símbolos, es algo que está también en pleno debate. Esta es acaso, la tarea más fuerte porque fuimos amamantados con los signos que le dan prestigio a la derecha. Lo rubio, lo blanco, nos sigue conmoviendo, nos sigue atrapando la estética de lo desechable. En cambio, lo que se construye lentamente en función del tiempo, el trabajo y el uso, aún no provee con suficiencia imágenes de belleza, es probable insisto, que ésta sea la verdadera batalla.
¿Cómo ganarle al capitalismo que impone lo pasajero, el consumismo, lo no trascedente, la obsolescencia programada, como parte de su/la existencia? ¿Si con-mueve toda la dinámica social, tal como se registra en las redes sociales, en la inmediatez de las transacciones financieras, en la moda? ¿Si todo está hecho para desaparecer rápidamente? ¿Si se construyen escenarios para suplantar la realidad y estos devienen lo real?, es decir: si se escenifica la realidad, como sucedió con la construcción de la Plaza Verde en Libia que supuso el principio del fin de una nación entera ¿Cómo podemos enfrentarnos a esa estética de lo perecedero? Hoy, que comenzamos a constatar el nacimiento de lo cotidiano, a construir y aprehender lo bello en las cosas que tienen tiempo y permanencia, ¿cómo incorporamos de un modo consciente y sistemático -al objeto (para que sea) bello- el tiempo, el paso, la permanencia, siendo que esto iría a contracorriente del capitalismo y de todas las manifestaciones de la vida moderna? ¿Cómo desaceleramos, cómo ralentizamos la vida para empezar a gustar las cosas detenidas, y luego, incorporarlas a la construcción de una (idea de) belleza que se construye poco a poco? ¿Cómo empezamos a hacernos/asirnos de las cosas/con las cosas porque las usamos? Porque lo desechable ciertamente, es lo que no podemos gustar/re-usar, aquello que no genera apegos.
Definitivamente, hay conceptos que dependen de la noción del tiempo, que son del orden de la memoria y lo afectivo, y que se convierten por ello en el foco de los ataques del capitalismo, donde la guerra se ensaña de manera más brutal.
En los tiempos de crisis, cuando lo nuevo no termina de nacer y lo viejo no termina de morir, aparece lo peor de los dos mundos, las contradicciones se aceleran, y TVES (por ejemplo) es como una vitrina de nuestras contradicciones. Muchas manifestaciones también llevan el nombre de la cosa (“socialista”, “poder popular”, por ejemplo) pero aún no son la cosa nombrada, pues los conceptos están en construcción. Personalmente, tengo mi opinión con respecto a TVES[2], pienso que la variedad de cosas que se están construyendo en televisión puede disculpar la presencia de TVES en las pantallas de la revolución, eso creo. Los profesionales de la televisión que están construyendo la apuesta de TVES aprendieron a hacer esa televisión, y lo están explotando a todo lo que da; considero, además, que hay muchos de ellos con criterio, inteligencia, sensibilidad social y valentía. Me he detenido a observarlos porque el fenómeno me interesa, además soy docente en Comunicación Social y necesito formarme un criterio al respecto. Pero, puesto yo a hacer televisión no elegiría hacer esa televisión, mas entiendo que hay una población que está dispuesta a verla y a disfrutarla. En todo caso el tema es polémico, pero lo que está en el fondo de la discusión es lo que venimos tratando: los conceptos sobre lo estético y lo bello responden a perspectivas culturales, son imposiciones de las élites y de los que en definitiva tienen el poder de imponer esos códigos. Nosotros accedemos a una visión de las cosas porque hay medios y gente específicamente, que controla los medios. Lo que creo es cómo nosotros que estamos discutiendo el tema, que nos preocupa y tenemos funciones educativas y estamos vinculados a las comunidades, comenzamos a descomponer el concepto emergente de lo bello y comenzamos a deconstruir los elementos para poder construir uno nuevo que nos acompañe en el ejercicio reflexivo, pedagógico, educativo, es decir, cuando trate con mis estudiantes estos temas, ¿sobre la base de qué concepto de belleza voy a trabajar?
¿Qué debemos incorporar, en principio, en la construcción del nuevo concepto? El tiempo cotidiano, el cual desmercantiliza las cosas; si incorporo el tiempo a los objetos de alguna manera los saco del circuito mercantil que está vaciado de tiempo y, por ende, de vida. Si logro sustraerlos del hambre de lo desechable, y en especial si son cosas que de suyo contienen como una semilla Tiempo, entonces las salvo, las reincorporo a un circuito distinto, donde la memoria ha prevalecido, donde se ha hecho resistente, donde las cosas comienzan a hablar de lo anterior, de lo que nos constituye como pueblo, de lo identitario. Allí están las claves: lo afectivo, el sentimiento, lo identitario. Por cierto, sólo si hay tiempo, duración y permanencia, hay diversidad; en lo desechable lo otro es lo mismo y nada, no ocupa espacio y desaparece; no deja huella porque estas son suplantadas por presencias que se borran para dar lugar a otra y a otras que también desaparecerán. Así, con todos los objetos, que, vueltos nada, desaparecen sin dejar historia. Así pasa(n) –desechables- la mujer cosificada, la familia, el amor.
Nosotros debemos construir un concepto de belleza y de bello que incorpore el tiempo, la vida; sólo si hay tiempo las cosas permanecen en su diferencia y diversidad. De ahí que propongo que incorporemos el tiempo vivencial e histórico, el tiempo de cada uno y el tiempo de todos, el tiempo común, en nuestras clases, en nuestras imágenes, en nuestras creaciones.
¿Cómo lidiar con las contradicciones? La revolución toda es una lidia. Y en el medio de lo que nace y no nace, hoy por ejemplo en vez de economía tenemos una economía-terrorista, no tenemos ni podemos hacer nada digamos normal, pues todo está sujeto a una exacerbación de la incertidumbre, y ello forma parte de la guerra simbólica. Nos ha sido trastocada la vida cotidiana. La guerra ataca las fuentes de la vida. La guerra que padecemos ataca fundamentalmente a las mujeres, a las ancianas y a los niños, porque el capitalismo sabe que en ellos está la reserva de la memoria y de los afectos.
Si el capitalismo mata a la Abuela nos mata como sociedad. Contra las Madres se ha ensañado convirtiendo a la mujer en objeto sexual, pervirtiendo y desnaturalizando su cuerpo, sin embargo, la revolución hizo un milagro devolviendo a la mujer el milagro de la lactancia.
En Venezuela mucho se ha adelantado desde el momento en que las mises ya no son el paradigma y los concursos de belleza que tanto nos identificaban, hoy están en plena decadencia.
En esta discusión, a nosotros nos toca tomar conciencia de con qué elementos llevar adelante los conceptos emergentes. Tenemos responsabilidades ahí porque somos docentes, porque trabajamos en las comunidades. Es allí donde está el meollo, en las escuelas, y la revolución ha ido perfilando un elemento fundamental: el territorio. Nos falta a nosotros incorporar la comunidad al ritmo, al tempo escolar. Eso es una tarea sin duda titánica, porque la escuela maneja una abstracción del tiempo y el espacio que la hace reacia al tiempo, a la realidad comunitaria, en definitiva, muy distinta a lo que sucede al interior de la escuela. La escuela fracciona y divide el tiempo porque lo ha objetivado y cosificado y lo que interpreta como realidad lo ha convertido en un mosaico compuesto de “materias”. Nosotros, valga decirlo, continuamos entrampados en esa materialidad abstracta. No hemos logrado incorporar el tiempo comunitario a la escuela y, por ejemplo, en la universidad en la que trabajo eso ha significado una lucha constante, porque seguimos fraccionando el tiempo, seguimos manejando horarios que son por completo disfuncionales con respecto a los “horarios” de la comunidad. Nos toca, pues, un gran trabajo, debemos incorporar a nuestros conceptos el tiempo, los afectos, la memoria, el regusto de las horas. Debemos incorporar el tiempo a la escuela, por ende, la escuela debe ser bella (según el concepto que hemos venido trabajando), es decir, debe ser y hacer parte de la comunidad. Es lo que he venido planteando desde hace tiempo.
Nuestra lidia como revolucionarios es la construcción del Estado revolucionario, el cual no pre-existe, a diferencia del estado burgués cuya condición, precisamente, es la preexistencia. Se nace en el estado burgués pobre o rico como un destino. Pero, el Estado revolucionario no existe, y la pelea está en construirlo sin que se parezca al anterior, al que quiere derruir. Chávez de alguna manera lo dijo, “hay que destruir el Estado”, pero ¿cómo construir de la nada? Imposible. Y cómo construir lo que queremos con elementos conocidos, del pasado, o caducos[3]. Por ejemplo, como le digo a mis estudiantes, estoy dando clases en una estructura vieja y en ella reproduzco las estructuras de(l) poder. Hay algo que siempre les digo y que me gusta desarrollar hasta sus últimas consecuencias: “ustedes creen que yo sé. Cuando ustedes comiencen a desmitificarme, comenzarán a liberarse”. Pero este proceso es lento y tortuoso. Porque el problema es que cuando creo que sé, califico, evalúo, corrijo, discrimino, y comienzo a esconder, a camuflar esas prácticas en las notas, en la presencia, en actitudes que se dice son propias del docente.
¿Cómo hacemos emerger el nuevo Estado? Yo les recomiendo leer a Jhon Beverley, en Políticas de la teoría. Ensayos sobre subalternidad y hegemonía, editado por el CELARG en el 2011, donde se desarrolla una idea sobre el Estado-Pueblo. Dice el autor que, si se quiere avanzar y no estancarse se debe generar “primero la idea y luego las formas institucionales de un Estado diferente, un Estado que encarnaría y expresaría bajo las condiciones de la globalización, el carácter democrático, igualitario, multicultural y multiétnico del “pueblo”, un “pueblo-Estado” (pp.189-190).
Nosotros, cuando comenzamos a construir las categorías del poder a la hora de dar clases o del trabajo comunitario, cuando comenzamos a redefinir las formas de relacionarnos con los demás estamos dando forma al nuevo Estado. Cuando estoy en la UBV siento que estoy construyendo la universidad. Si yo sintiese que la Universidad ya existe, o que pre-existe a lo que yo estoy haciendo, entonces he comenzado a envejecer. La Universidad o la Comunidad no debe, pues, pre-existir a mi práctica, a mi praxis. ¿Qué soy yo humana y material e históricamente hablando? Tiempo en acción. Yo debo incorporar(me) al trabajo: mi tiempo, mi esfuerzo, mi experiencia, de modo que no puedo pre-existir. Claro está, tenemos una memoria, pero sin duda que la memoria se re-construye en el hacer, con el hacer, en/con el otro. Yo puedo construirme también sólo de manera onanista, como hacen muchos intelectuales y políticos, pero puestos a trabajar, a dar clases, nos debemos al otro, a los otros.
Creo pues, que hay que desmitificar un montón de ideas y pre-conceptos. Cuando le planteo a mis estudiantes que “ustedes creen que yo sé”, quedan desconcertados, y más cuando les digo: “¿y si no sé?” Y comienzo a trabajar, a remover eso, hasta que quedamos en nada, hasta que quedamos tabla.
[Alguien recuerda que"Locura es hacer lo mismo una vez tras otra y esperar resultados diferentes." Albert Einstein
Recuerdo una experiencia que iniciamos los profesores del PFG Comunicación Social en la UBV en 2005. En aquel entonces llegamos a la conclusión de que no debía haber horarios de clase. Eso significó un montón de cosas, pero entre otras, la Unidad (o materia, en términos clásicos) desapareció. Porque si no hay horario, no hay materia, no hay manera de cuantificar. Fue, pues un alud de consecuencias. Por ejemplo, estudiantes y profesores se vieron en la imperiosa necesidad de ponerse de acuerdo, de acordar verse, cuándo y dónde, pues no tuvieron más remedio. Un lunes todos los PFG publicaron sus horarios, pero cuando llegaron nuestros estudiantes se dieron cuenta de que lo que había era una Asamblea en la que los profesores tomaron sus listas de estudiantes (eso sí no lo podíamos evitar) y comenzaron a ponerse de acuerdo. Pasaron a partir de entonces cosas extraordinarias: salones donde se encontraban para trabajar el mismo contenido dos o tres profesores, los estudiantes en las comunidades llevaban la lista de asistencia porque no había una “carpeta” para recoger la firma en una oficina, lo cual inició una contraloría estudiantil sobre el profesor que verificaba la llegada y la salida, que marcaba el trabajo comunitario. Grupos de estudiantes donde todos tenían la misma “nota”, pues lo que se privilegiaba era lo cualitativo, el hacer y la transformación. Hubo una revolución, una inversión que, por supuesto, no duró. Una suerte, sí, de “Comuna de París” [acotó Norman Prieto]. Tanto aprendimos que todavía sigo aprendiendo de ella, ha sido una fuente de reflexión e investigación constante. Como dijimos entonces reflexionando en la alteración, cuando volvió nuevamente el “orden” de los horarios: habíamos intuido el punto de quiebre. Yo escribí algunas cosas sobre aquella experiencia[4].
A partir de ese momento entiendo la importancia de trabajar en la UBV. Si trabajara en otra Universidad, probablemente sería absorbido lentamente por la muerte en vida, porque se trata fundamentalmente de cosas que ya no sólo preexisten, sino que caducaron. Creo que nada puede nacer allí salvo excepciones. Y lo siento no de ahora sino de cuando estudiaba allí, desde cuando Enrique Arenas estaba con nosotros. Además, ¿dónde nos enseñaba Enrique, más? En los pasillos, en los patios, en las casas donde desbordaba sus ganas de enseñar. A eso me refiero cuando hablo de excepciones, como lo fueron sin duda Berta Vega o Blas Perozo, por sólo hablar –porque fue lo que conocí, pero supongo que eso pasaba y de alguna manera pasa en otras escuelas y facultades- de la Escuela de Letras.[5]
La UBV convirtió lo excepcional y lo extra en lo esencial. Lo extracurricular se hizo currículum, lo extracátedra se hizo cátedra, por lo tanto, la UBV debe conservar la frescura y la flexibilidad de lo extra. Sin embargo, pesa en nosotros aún el peso de la burocracia, y en especial tenemos una fuerte limitación con los horarios, con respecto al tiempo del trabajo. El tiempo es un constructo histórico-cultural y el que tenemos en la cabeza responde al paradigma capitalista, fordista, al tiempo-oro, al tiempo de oficina, y por eso metemos en “horarios-de-oficina” todas nuestras actividades, incluso las fiestas.
Tenemos pues, interiorizado el tiempo de oficina como tiempo de trabajo, y esta concepción realmente colide, choca con la realidad, lo cual se refleja terriblemente en la docencia, en el trabajo comunitario, porque queremos meter en el-tiempo-de-oficina el trabajo comunitario, y eso no encaja. De más está decir que el tiempo de oficina demanda una actitud corporal, una presencia, en fin, una serie de características propias de un determinado cuerpo-mente. El regocijo que sentimos los viernes no proviene sino del cuerpo acostumbrado a los ritmos de oficina. Es un tiempo, también, religioso, que incluye el descanso del sábado y el domingo del Señor. Y todo eso actúa en nosotros que estamos construyendo una revolución, e intentando demoler las tradiciones del capital, para que nazcan nuevas y distintas formas de conocer y experimentar el tiempo.
Las tendencias de la modernidad tienen sin duda un objetivo: destruir el cuerpo. Nosotros decimos "destruye", pero el capitalismo la verdad, construye y construyó un cuerpo adaptado a la reproducción del capital [un cuerpo-mercancía], en efecto lo vemos en mujeres y hombres forzados a someterse a criterios estéticos y fisiológicos incluso, no cónsonos con la reproducción de la vida.
Otra cosa que trae la destrucción del cuerpo es la destrucción de los espacios comunes, porque a nosotros nos hace seres humanos lo común, es decir, nosotros no somos sólo individuos, no obstante, el capitalismo elaboró un ser individual abstracto, el homo economicus- y sobre él trabajó todas sus elaboraciones políticas, teóricas, sociales, culturales. Este constructo es a-témporo, carece de necesidades fisiológicas, pero sobre ese ser, abstracción-cosificación de lo humano, elaboró sus “ideas” [anti-éticas] de lo político, de lo económico, por eso le resulta tan fácil al capitalismo matar al ser humano, por eso puede crear una tecnología que asesina pues, la verdad, no está tratando con seres humanos sino con cosas. He ahí la base de su filosofía, de su ontología. De su deshumaniación.
Cuando se afecta y ataca al cuerpo se ataca lo común, luego no queda espacio para –como decía Marx- el desarrollo omnilateral de lo humano.
El capitalismo mata lo humano, por eso: revolución es recuperación del cuerpo. Debemos salvar del capital el cuerpo con todo su ser, la integralidad. Es esta tarea una de las más urgentes. Por eso al capitalismo no le interesan los espacios comunes, a menos que los privatice. 
A nosotros aquí nos toca revitalizar, por ejemplo, el Lago, entender que debemos buscar los puntos de quiebre de la cultura petrolera, rentista, minera. Tenemos una cultura impuesta que devoró las raíces del mangle para decirlo de alguna manera, acaso nos cuesta más salir de la dominación; sin embargo, somos un pueblo dado a las rebeliones, somos en general un país arisco, pese a que somos un país minero y petrolero, en contraste, somos un país que le gusta la memoria, preservarla, cuidarla, que tiene una cultura oral poderosa pese a todo. Tenemos unas reservas de tiempo que debemos incorporar al trabajo comunitario, a la docencia, a la construcción de la política y la vida.  
Lo que necesitamos construir en las márgenes, en las afueras, en la periferia, en la calle, sólo conquistado el poder político puede hacer escuela. Considero entonces, que la UBV, por ejemplo, es la conquista del poder político, tenemos el poder desde la UBV, en la Misión Sucre, en la Misión Cultura, el poder de construir, de titular, de certificar, de incorporar a la sociedad elementos que no estaban en la realidad del poder constituido. Que habían sido preteridos, obviados, olvidados. ¿Decaerá este poder? Sí, si no tiene la capacidad de reconocer la diversidad, de ver lo Otro, a los Otros. Su riqueza y permanencia está directamente relacionada a su capacidad para ver y captar y reproducir y dar vida a lo nuevo. Mientras podamos ver lo nuevo y cada vez con ojos nuevos, habrá la posibilidad de vida.
La belleza revolucionaria no congela, con fines de preservar el poder por vía del prestigio, los signos, los iconos, el lenguaje de la cotidianidad que asume el poder. Nosotros no podemos hacer iglesia de lo cotidiano, tenemos que ver siempre en lo cotidiano el frescor de lo que nace. Y eso, ojalá, lo podamos hacer religión.
La belleza revolucionaria está en (la) constante transformación. La revolución está en el movimiento, o como decía Marx: “Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que ha de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual. Las condiciones de este movimiento se desprenden de la premisa actualmente existente”[6]. Como se ve, un concepto muy distinto al que maneja –para confundir- la oligarquía, ¡incluso distinto al que maneja el Partido Comunista!
Siguiendo a Marx, el comunismo no sería un ideal a realizar, sino un movimiento real que intenta abolir el estado de cosas, y por estado de cosas se debe entender no sólo el statu quo capitalista sino cualquier estatus que se asuma como estado consolidado, estático. Cuando ello ocurra, sea del signo que se quiera, será el momento de su superación por una corriente movilizadora, dinamizadora, que barrerá los signos, iconos, lenguajes de la belleza consagrada y por ende estática.  
¿Qué signos, qué lenguajes, que iconografía portará eso emergente? Los de la clase que había sido –en el orden anterior- olvidada, invisibilizada, oprimida. Cuidémonos entonces de lo que dejamos de ver, de lo que ocultamos, de lo que invizibilizamos, de lo que consideramos (hoy) feo… puede que estemos alimentando la furia desacralizadora e iconoclasta de una belleza emergente.
Gracias.






[1] Cita tomada del artículo “En la cinta de Moebius”, del libro Educar: ese acto político. Comps. Graciela Frigerio y Gabriela Diker. Estante Editorial. Argentina. 2005.
[3] “En el camino, en el mientras tanto productivo de una nueva configuración social, puede empujarse al Estado a actuar “como si”, verdaderamente, fuera una instancia de articulación social. Esto es, forzar de manera consciente su contradicción ínsita, provocar su acción en favor de los más débiles, operar sobre sus formas materiales de existencia sin perder de vista nunca el peligro de ser cooptados, de ser adaptados, de ser subsumidos en un orden que arraiga la injusticia. Enfrentar este peligro no equivale a abandonar la lucha en el seno del Estado mismo, en el núcleo de sus instituciones, porque el Estado mismo es un campo privilegiado de disputa. En ese “como si” tiene que conformarse un espacio para una gestión alternativa y un camino para empujar en el sentido del autogobierno popular, de la irrupción irreverente de “lo plebeyo” en la escena pública. Se trata de caminar permanentemente en esa tortuosa contradicción de luchar contra el Estado para eliminarlo como instancia de desigualdad y opresión, a la vez que luchar por ganar territorios en el Estado, que sirvan para avanzar hacia la ampliación sustantiva de la democracia como conquista popular. Se trata de rasgar, rasguñar, arrancar del Estado mismo, y no solo de la sociedad, las formas anticipatorias de nuevas relaciones sociales igualitarias y emancipadoras.” Thwaites Rey, Mabel. “Después de la globalización neoliberal. ¿Qué Estado en América Latina?” en Cuadernos del Pensamiento Crítico Latinoamericano Nº 32. CLACSO, julio de 2010. Publicado en La Jornada de México, Página 12 de Argentina y Le Monde Diplomatique de Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, España y Perú.
[4] “Hacia un debate sobre la planificación del tiempo en la Comunicación Social de la UBV”, en http://www.aporrea.org/ddhh/a20071.html
Ver también: “Proyecto UBV”, en http://josejavierleon.blogspot.com/2016/07/proyecto-ubv_24.html . También les invito a leer un texto donde discuto el tema de la centralidad y la periferia con respecto a la UBV: http://www.aporrea.org/educacion/a89986.html Ahí planteaba que: “Es realmente desde la periferia, desde un centro no capitalista de producción de donde provendrán los conceptos que reviertan el arsenal cognitivo del capitalismo (el centro produce sus disciplinas y métodos, su investigación y problemas; la periferia ha de generar los suyos, son éstos los que nos tocan, queda claro entonces de donde provienen las dificultades para hacer bien nuestro trabajo: los problemas que nos planteamos están tocados por su condición periférica, pero los queremos observar, tratar y resolver con el aparataje académico que el centro confeccionó para los suyos, de modo que la cosa no termina de encajar y no encajará, porque se trata de cosas muy distintas, en realidad, diametralmente opuestas.) Sólo que de conceptos no vamos a vivir si no los convertimos en “proyectos” socio-productivos. Necesitamos producir alimentos, viviendas, salud y educación, con belleza y creatividad, desde y para las diversas periferias, hoy cuando todo lo que no es capitalista está confinado a vivir en la periferia. La periferia y el pensamiento periférico y los proyectos, las acciones, los planes que conlleva son nuestra respuesta a la centralidad, al interior, a la “inclusión” capitalista.”

[5] Este texto, “Reflexiones para entrar a la Universidad Bolivariana de Venezuela”, publicado en 2006 expresa mejor las ideas aquí esbozadas. En: https://josejavierleon.blogspot.com/2014/03/reflexiones-para-entrar-la-universidad.html

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